Prólogo II (Con todo el amor del mundo)

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Era la primera vez que lloraba en toda mi vida. Estaba sentado en los escalones del porche de mi casa de Seattle. Había cogido una cerveza del frigorífico y me había sentado allí, para que la lluvia disimulara que parte de aquellas gotas nacían en las comisuras de mis ojos.

-Se acabó-sollocé.

Dejé en el escalón el bote de cerveza y prendí el mechero para poder encender de nuevo el porro que tenía en la otra mano. Le dí una calada y escupí el humo hacía arriba. Me repetí hasta la saciedad que solo era yo el culpable de su ausencia, que yo era el malo, no él. Esperé a que llegara de nuevo el dolor que me confirmara que estaba roto por dentro y llegó, claro que llegó, aquel dolor siempre llega. Yo no era el chico que Riley se merecía, tenía que reconocerlo pese a que doliera como si me clavaran espadas enllamadas en el corazón. Yo no era bueno para él.

Los pasos de Reccelen me hicieron levantar la cabeza lentamente, para ver como la chica se acercaba a toda prisa desde la calle, hasta el porche.

-¿Qué haces aquí fuera?-inquirió sorprendida de verme allí espatarrado sobre los escalones y con la cabeza apoyada en la biga del porche.

-Pasando el rato.

-Estás empapado-señaló la chica lo que era una obviedad.

Suspiré y le di otra calada al porro antes de que se volviera a apagar.

-Bueno-tiré el humo.-Está lloviendo.

Daba la impresión de estar desconcertada. Por un momento me permití mirarla a los ojos y estos excesivamente claros me deslumbraron pese a la oscuridad que reinaba.

-Será mejor que entres o vas a enfermar-añadió después de un suspiro.

-Da igual- le dije.-Estoy bien aquí.

Mi respuesta la desagradó y frunció la frente comprendiendo cual era el meollo del asunto.

-Dios mío-dijo cerrando el paraguas y sentándose junto a mí en el escalón. Tuve que encogerme para hacerle sitió.-No ha ido bien, ¿eh?

-Si hubiera ido bien, ahora estaría follando con mi novio y no aquí fumándome este porro de maría-le solté sin ningún pudor.- ¿Quieres?

La chica alargó la mano y me quitó el porro y el mechero. Lo encendió y le dio una calada. "Como en lo viejos tiempos", pensé.

-Pues es un idiota-murmuró justo después.

-No lo es-la corté tajante.-Yo soy el idiota. Mírame Recelen, ni siquiera sé por que razón se enamoró la primera vez de mí, no tenía ninguna posibilidad esta vez.

-Tú eres un buen chico-intentó hacerme un cumplido inútil.

La miré de reojo y le lancé una sonrisa penosa.

-No es cierto.

La chica rió y yo la seguí, fue a ciencia cierta el efecto del porro, pero no podía parar de reír en aquel momento. Yo que había sido un mal chico casi toda mi vida, ahora me había convertido en un idiota que llora.

-Bueno ahora lo eres-añadió la chica seguido de unas cuantas carcajadas más. Reccelen me conocía, sabía de todas mis andanzas, de mis trapicheos, de mis peleas, de mis asuntos con la poli.

-Él me hace bueno, pero, ¿lo soy?-le pregunté entristecido. La chica lo notó y me cogió de la mano.-No lo soy, Reccelen siempre seré el mismo capullo de siempre, el que siempre lo estropea todo.

-Eh, vale ya de compadecerse-me cortó la chica.-Todo pasará, y verás como mañana sale el sol.

-¿En Seattle?-dije irónico.-Lo dudo.

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