Capítulo 49. Flores Marchitas

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Gwren.

El cielo amanece gris el primer día de año nuevo. Vaya sorpresa.

Me abrazo a mí misma y atraigo mis rodillas a mi pecho mientras observo atenta los pequeños detalles blanquizcos del cielo triste. Aprieto mi agarre al sentir la brisa helada de Enero.

Desde hace dos semanas que Atenas había caído en un horroroso clima que estaba para calarte los huesos. Yo siempre he odiado el frío, nunca me ha gustado, odio tener que usar bufandas y abrigos al igual que ponerme dos cobijas extras en la noche, sin embargo, en esta ocasión, el frío llegó justo cuando lo necesitaba.

Llego el cigarro que tengo en la mano a mis labios y le doy una calada.

Ya tenía mucho que no fumaba.

Desde hace unos días que había empezado de nuevo con esa maña.

Papá ya me había cachado mis cajetillas vacía y me había dado una buena riña que me hizo recordar sus sermones de cuando era una niña. Sin embargo, pese a a sus molestas reprimendas, no evitó que al día siguiente fuera a comprar otra cajetilla.

El fumar se había vuelto más una forma de vida que un simple placer.

Alejo el cigarro de mi boca y dejo escapar el humo. Siento algo dentro de mí liberarse, una parte de mí simplemente se aleja de toda esa mierda que últimamente ha estado aplastándome no sólo en día sino también en la noche.

Cierro los ojos un momento y me permito el desquebrajarme un poco.

"Dame una buena razón para perdonarte."

"Yo te amo"

"Ya no es suficiente."

Aprieto el agarre al tabaco.

No, Gwren, no vayas por ahí.

Trago duro saliva y le doy una nueva calada al cigarro, sin embargo, sé bien que ni fumándome toda la cajetilla completa voy a poderme salir de aquel hoyo en el que nuevamente me he metido.

Dejo caer el cigarro al suelo y lo apago con el zapato.

— Olvídalo, olvídalo, olvídalo, olvídalo — llevo mis manos a mi cabello y halo de él. Tengo que olvidarlo, simplemente tengo que olvidarlo.

Ojalá fuera más fácil hacerlo que decirlo.

Cierro los ojos con fuerza. No es bueno que piense en eso, no es bueno que piense en él. El tan sólo recordarlo provoca que esa parte que se ha marchitado dentro de mí vuelva a oprimirse hasta el punto de sentir un dolor agudo invadir todo mi pecho.

No.

Me pongo de pie y subo la escalinata del porche de mi casa.

Después de la discusión que tuve con Ángel tomé todas mis cosas y salí huyendo esa misma noche de la casa de los Vancouver. Me fue casi imposible contener el llanto cuando pasé de lado de Ángel y lo ví con los ojos rojos por el llanto.

Pero lo conseguí.

Suelto el aire que no sabía que estaba conteniendo.

A quién engaño, no soy fuerte.

Estoy destrozada.

Aún recuerdo sus manos temblorosas a lado de sus costados, aún veo el cómo trataba de contenerlas y mostrarse fuerte. Aún recuerdo cómo podía notar esa aberración y esa culpabilidad hacía sí mismo.

No me engaño, al principio, una parte de mí se sintió bien, sintió que tenía el control de la situación y que Ángel lo merecía, que merecía sentir al menos una mínima parte del dolor que él me provocó a mí.

Ángel [Vancouver #1] || ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora