Ángel.
Gwren no me ha cogido las llamadas y tampoco contestado los mensajes. Está evadiéndome, otra vez, y siendo honesto, esta vez la entiendo perfectamente.
Ella parecía estar bien — dentro de lo que cabe — cuando abandonó mi casa y me dejó con el corazón queriéndoseme salir del pecho. En ese instante las cosas pintaban muy bien para nosotros y nuestro intento de amistad, prometía mucho como para ilusionarme con la idea de abandonar ese ciclo vicioso. Me equivoqué.
He de verme ridículo al rogarle tanto a una niña cuando tengo más trabajo del que me gustaría regado por mi escritorio, pero es que me es imposible parar. Me siento como Alex en la película de "A él no le gustas tanto", cuando descubre que ha dejado de ser el que recibe las llamadas y ahora es él quien las hace... a la chica de la que menos esperaría enamorarse.
Pero Gigi no se parece nada a Gwren, y nuestra historia tampoco se parece a las de ellos. Lo nuestro no empezó como una plática casual en un bar después de una obsesión peligrosa por conseguir al chico, ni tampoco tiene los detalles suficientes para convertirnos en la excepción del uno del otro.
¿Qué diablos estoy diciendo? ¿Cuándo comencé con las metáforas de películas que le encantan a mi hermana Elena? A mí ni siquiera me gusta el romance y heme aquí, pensando en una mujer que pareciese dar un giro de ciento ochenta grados cada que la veo y ansiando escuchar su voz.
Es mi culpabilidad hablando. Y mi desesperación. Y mi necesidad de saber de ella. Y esa maldita angustia que en lugar de irse con el tiempo, parece incrementarse.
¿Qué está pasando conmigo y cómo puedo pararlo? Hablo en serio, ella dijo que no le gustaba cómo se sentía a mi alrededor y bueno, a mí tampoco me gusta. Ni un poquito.
Yo la hago sentir como una princesa que no sabe rescatarse sola y ella me hace sentir a mí como el mayor de los imbéciles que no sabe ni siquiera controlarse. Esto es nuevo para mí y ciertamente lo nuevo me asusta por dos razones: la primera, jamás sabes si es algo bueno o malo y la segunda, cada paso es una decisión plagada de misterio.
Vaya estupidez.
Me dejo caer sobre la silla y giro hacía mi ordenador. Hay un documento sin terminar y la barra de escribir aparece y desaparece, recordándome que no debería de pensar en Gwren y en el enigma que me resulta todo lo que tenga que ver con ella, sino haciendo mi trabajo.
Me doy cachetadas metales y arrojo lejos mis puñeteros pensamientos que me regresan a lo ocurrido en su auto. Dios, no es la primera vez que tengo ese tipo de encuentros con una chica, pero es la primera vez en la que no puedo dejar de pensar en ello.
Cuando Jane y yo tuvimos sexo, fue bonito y especial, me dejó una estúpida sonrisa en el rostro que delataba lo enamorado que estaba de ella. Pero no pasó de ahí, se quedó como un recuerdo, un momento que de cuando en cuando aparecía en mi cabeza y me llenaba de satisfacción. Era un buen sueño, un filme que de vez en cuando miras por casualidad.
Y con Gwren... diablos, es algo casi vergonzoso. No dejo de pensarlo y lo repito una y otra vez como maldito disco rayado. Ella no es la película que de cuando en cuando tengo ganas de ver, es la maldita saga de ocho entregas de la que haría maratón completo todos los días sin aburrirme.
Esta atracción se me está yendo de las manos y eso me asusta en más de una forma. No estoy dispuesto a convertirme en Alex cuando ella en ningún momento ha tenido el interés de convertirse en Gigi.
£££
Gwren.
Tengo un humor de perros y mi padre, el mismísimo Joseph Rowell, lo nota apenas llego a casa con mi mochila colgando de mi hombro y cara de pocos amigos. Él no necesita ser muy astuto para saber que mis días han sido una mierda, pero sí que lo requiere para preguntarme con cautela.
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Ángel [Vancouver #1] || ✔
Roman pour AdolescentsCuando Ángel Vancouver apareció en mi vida, fue un rotundo terremoto de emociones que arrasó con gran parte de mi cerebro. No recuerdo si fueron esos ojos verdes acuosos, o aquellas pestañas rizadas; incluso no recuerdo si fue aquella voz cargada de...