Capítulo 44. El karma griego

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Maratón: Publico mañana

Gwren.

La semana se pasó volando aún más rápido de lo que esperaba, sin embargo, fue una de las mejores. Ángel con sus ocurrencias llenó los días más estresantes que había sufrido con respecto a la oficina y no era para menos, el Señor Beltrán sólo andaba tras de mí, Ángel me había dicho que era porque yo, la inexperta Gwendolyne Rowell era su favorita pero, por supuesto, no me la tragué, sin embargo, mis palabras se las llevó el viento cuando el señor Beltrán me lo confirmó. Ángel no pudo evitar reírse como un niño frente a todos cuando me enteré.

Y esa fue la primera vez que sospechó el señor Straling.

Ángel quería que nadie nos cachara y por mí estaba bien, no quería preguntas de reporteras, a decir verdad nunca salí con esa estrella de querer salir en la televisión, ni siquiera con mi sueño de ser reportera del Times lo cual, a mi parecer, era casi imposible; pero, pese a todos los "intentos" de Ángel por ocultarlo, las noticias corrieron rápidamente en la oficina de Straling.

— Señorita Rowell espero que pase un buen fin de semana — me dijo Straling con indulgencia mientras recogía mis cosas tras la junta del viernes. Le sonreí y al tratar de devolverle el deseo, él agregó —. Espero que Ángel y usted tengan una buena velada — abrí los ojos como platos a lo que Straling encontró divertido —. Puedo ser viejo, señorita Gwendolyne pero no tonto. Espero que Ángel la trate bien, y usted, por supuesto, que le corresponda.

Recuerdo que Carrick Lucius Straling se acercó a mí con un aire confidencial a lo cual, me sentí abrumada. Para mí, el señor Straling era el prototipo de ejecutivo de etiqueta que, por todos los méritos, era inquebrantable y a la vez inalcanzable. Era, para mí, el tipo de ejecutivo que toma martinis y coñacs en lugar de unas buenas cervezas. El ejecutivo de cabeza calva con un poco de pelo grisáceo y de cuerpo esbelto se acercó a mi oído y susurró:

— A mí y a Ricardo nunca nos agradó la señorita Keller — estaba a punto de preguntar quién era Ricardo, sin embargo, instantáneamente me llegó la imagen del señor Beltrán —. Pero usted... usted señorita Rowell, usted nos gusta enteramente para nuestro buen colega Vancouver.

Aún seguía sin superar aquella pequeña charla. El señor Straling me había confiado a Ángel como si fuera un hijo y no se me hacía extraño, Ángel seguramente era el más chico de toda la junta, los demás eran hombres de al menos unos treinta y cinco años y eso, el más joven. Estaba segura de que para todos Ángel era como un hijo o un hermano pequeño al que tenían que cuidar, y eso, profundamente me alegraba. Ángel tenía sólo veintidós años, se suponía que apenas debía de empezar a trabajar si la Universidad se lo permitía, se supondría que Ángel y yo deberíamos de estar de fiesta, quizá o acostados en la cama hablando de la vida o de idioteces como lo haría los jóvenes entrados a los veinte. Me alegraba que una parte del corazón tanto de Carrick Lucius Straling y Ricardo Beltrán, tuvieran ese lado paternal hacía Ángel Vancouver.

La semana siguiente se pasó volando, Ángel seguía con sus insinuases ocurrencias de compartir la habitación a lo cual, tuvo éxito en esa ocasión de la nieve pero, sin lugar a dudas, no fue mi culpa. El corazón lleno de amor por sus palabras y el cansancio por jugar en la nieve, me nublaron por completo ese lado racional que me impedía el dormir una noche más en la misma cama que Ángel. Y sucedió, Ángel me cogió en brazos y me llevó a mi habitación, me tendió en mi cama y yo, con el éxtasis al mil, le di un largo beso que nos llevó a tumbarnos a ambos en mis sábanas. Hablamos un rato, y de ahí nos quedamos dormidos. Al día siguiente amanecí al otro lado de la cama, Ángel ya no estaba al lado de mí por lo cual no recordaba nada, sin embargo, al verlo vagar en calzoncillos por la habitación mientras me traía el desayuno me hizo pegar el grito al cielo. Él, por su parte, se largó a reír. Últimamente lo que más hacía era reírse de mí.

Ángel [Vancouver #1] || ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora