Capítulo 5

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Canción: Smiley Faces - Gnarls Barkley

Un sonido similar al de mil abejas zumbó cerca y despertó asustada

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Un sonido similar al de mil abejas zumbó cerca y despertó asustada. El teléfono estaba vibrando cerca de su oído. Decía que era Elisa quien marcaba, su fotografía se mostró en la pantalla. Esperó un poco a que dejara de sonar. Apenas eran las ocho de la mañana, tal vez debía ser momento de marcarle a su padre. Pero en lugar de eso volvió a cobijarse. Elisa llamó de nuevo, así que Verónica agarró el teléfono y corrió a la sala. Carlos aún dormía, lo movió para que despertara.

—Oye, está sonando el teléfono.

Carlos abrió un ojo e hizo una mueca de disgusto.

—Oye. Despierta. Está sonando esto.

—Pues contesta.

—Yo no conozco a Elisa.

Eso despabiló a Carlos. Se sentó y cogió el teléfono. La llamada ya se había cortado.

—¡Qué mal! No le he dicho a Eli que te accidentaste. Espero que Josi lo haya hecho.

Carlos desactivó la pantalla del teléfono, pero lo hizo tan rápido que Verónica no tuvo tiempo de memorizar el código. Él escribió un mensaje para Elisa y lo envió.

Los rizos de Carlos estaban tan despeinados que un pájaro podía colocar allí sus huevos y empollarlos cómodamente. Verónica sintió una extraña necesidad de enredar los dedos para acomodarle el cabello. La mirada de Carlos se topó con la de ella y Verónica desvió la suya. Se mordió los labios. Carlos tenía el torso desnudo. Hacía ejercicio, tenía buen cuerpo. Cuando lo vio sonreír se avergonzó.

—Bueno, tengo que irme. Iré a... vestirme.

De golpe comprendió que, por las prisas, aún llevaba puesta la pijama. Anoche había escogido una blusa ligera de tirantes y un pantaloncito corto, muy, muy corto. Esa ropa no dejaba mucho a la imaginación. ¡Demonios! Seguro que él podía notarle los pezones. Sí, la carcajada que escuchó la sacó de dudas.

—Vero, te recuerdo que soy tu esposo.

Ella intentó cubrirse con los brazos. Estaba paralizada por el horror.

—Te recuerdo que... —balbuceó temblando— no puedo... recordar.

Carlos dejó el teléfono sobre la mesita de centro y se levantó permitiendo que la sábana cayera al suelo, sin pudor alguno ni preocupación.

Verónica primero abrió los ojos para no perderse nada, luego vino la vergüenza y se cubrió la cara. Carlos estaba tan feliz que no dejaba de reírse.

—¡Estás desnudo! ¡Tápate! —gritó ella intentando no verlo.

Él respondió con una carcajada estrepitosa.

El enojo pudo con ella, se agachó para recoger la sábana y taparlo. Carlos se estiró y, cuando notó lo que Verónica quería hacer, dio un paso hacia atrás. Ella no fue lo suficiente rápida así que terminó con las rodillas en el suelo.

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