Capítulo 21

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Después de prometer que no se aventuraría a ir sola hasta Tasqueña Verónica le dio la dirección del Lobo al taxista y este acató la orden de inmediato. Tenía que saber de una vez por todas quién era él. Aunque, qué podría hacer a esa hora, ya casi era media noche. Tal vez estaba siendo imprudente. Pues sí, estaba siendo imprudente, porque ¿qué podría hacer una vez que llegara? ¿Tocar? ¿Y luego qué? ¿Decirle que necesitaba ver al Lobo Elizalde sin ningún motivo específico? Ah, sí, podría solicitar una reparación de urgencia a su coche.

Verónica se tensó con cada pensamiento. Sin embargo, se sentía resuelta a hacerlo. A descartarlo como sospechoso. ¿Y cómo?

Miró hacia adelante. El tráfico estaba difícil. Avanzaban muy lento y la lluvia no mejoraba las cosas.

Estaba siendo consciente de su estupidez al ir a esa dirección, pero no podía detenerse. Quizá había sido el vino lo que la impulsaba a cometer tonterías. O quizá no, estaba sobria cuando decidió ir al teatro y cuando decidió aceptar una cena con Carlos... Charlie.

Charlie. Paladeó el nombre. Decirle Charlie a Carlos se sentía extraño y a la vez correcto. Se sentía bien cuando le hablaba así, pero también se sentía como incorrecto porque... ¿por qué? ¿porque no lo conocía?

Sin embargo, sí que lo conocía ya.

Le había prometido que no cometería la estupidez que estaba cometiendo.

El taxista dio vuelta en una calle poco transitada y entonces sintió miedo. Su corazón latió como el de un canario. ¿Qué estaba haciendo?

-Señorita, esa es la calle que me pidió.

-Ah, muy bien. ¿Cuánto es?

-Veinticinco pesos.

Verónica pagó y salió con las piernas temblorosas. En la esquina de la calle había un teléfono público y se recargó en este para buscar con la mirada el número.

Miró al fondo un semáforo que cambió de amarillo a rojo.

La calle estaba desierta. Y a esa hora no podía preguntarle a nadie...

Tuvo la intención de cruzar hacia el otro lado, pero una silueta conocida la detuvo. Se escondió detrás del teléfono y miró. Sí, conocía a esa persona. Era su padre. Salía de una casa apresurado, subió a un automóvil y se fue.

Por un par de minutos no supo qué hacer.

¿De verdad había visto a su padre?

Y de ser así, ¿qué estaba buscando él allí?

Sintió un nudo en el estómago.

La calle continuaba sola.

Sus piernas se movieron como impelidas por el horror. Atravesó la calle y se detuvo frente a la casa donde vio salir a su padre. La puerta estaba entreabierta, la empujó y se asomó.

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