Volver al pasado. Volver al presente. ¿Volver a qué?
Tras sufrir un accidente automovilístico Verónica olvida sus últimos cinco años de vida. ¿Será que a veces necesitamos borrar todo y comenzar de nuevo? Sin embargo, aunque ella ya no lo recuer...
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Algo le trituraba el pecho, una y otra vez. Entreabrió los ojos, vio a un hombre hincado a su lado que la golpeaba...
Luces blancas, brillantes, parpadeando.
Varias personas viéndola.
Todo se mueve, como si estuviera entrando a un túnel.
—Ha vuelto a estar consciente.
La sangre fluía por el suelo.
Los ojos dejaban de ver.
Partes de cuerpos flotando en un estanque negro.
Moscas volando sobre un zapatito de bebé de color rosa.
—Vero, amor. No me dejes. ¡No te atrevas a dejarme!
Se vio caminando por una casa. No era la suya, esta se encontraba vacía, no había muebles ni luces; la única fuente de luz era la proveniente de afuera. El sol resplandecía hasta cegarla. Subió las escaleras. El piso superior estaba destrozado. Todo lo demás era un inmenso bosque verde. El viento hacía que los árboles se estremecieran, tiritaban. Intentó caminar.
Una detonación. Era un ruido lejano. Miró hacia atrás y un hombre, vestido con un traje elegante, le apuntaba con una pistola. <Nadie escapa de mí>. Por un instante observó a ese hombre para saber por qué se veía extraño, luego la luz bajó su intensidad y se percató de que no tenía cabeza.
Sangre. Mucha sangre fluyendo debajo de los pies.
Verónica intentó correr. No quería pisar la sangre, pero no había dónde colocar el pie, todo era un mar rojo.
¡Corre! Tienes que correr...
Más allá de la sangre había una entrada entre el bosque, más oscura. Se sentía más seguro.
—Amor. Despierta. No me dejes.
A la orilla del acantilado la esperaba su mamá. Tenía un sombrero muy femenino, podía verle los lazos rosas. Se lo quitó porque el viento era fuerte. Su mamá se volvió hacia ella. Sonrió.
—Hola, mi cielo.
—Mamá. Creí que estabas muerta.
—No, cariño. Estoy aquí, ¿no?
—Me dijeron que no volvería a verte.
Ella sonrió de nuevo y le envolvió las mejillas con sus manos suaves, tibias.
—No, no mi cielo. Siempre estaré contigo.
Su vestido largo hondeaba con el viento. Verónica estaba usando un pantalón de mezclilla y una blusa pegada al cuerpo.
