PRÓLOGO

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—Bienvenida, señorita. —Mi arrendador, Eugene, me da la bienvenida, hubiese preferido no verlo el día de hoy, pero se empeñó en que él me entregaría las llaves personalmente según el contrato que firmamos hace apenas dos días atrás.

—Buenos días, señor. —Le doy un apretón de mano tratando de que no arruine el buen humor que adquirí hace poco. Noto que sus manos están excesivamente sudorosas, por lo que retiro la mía sutilmente y me la limpio en mis vaqueros cortos.

—Aquí tienes tus llaves. —Me entrega el pequeño llavero y luego señalándome la pequeña casa dice—: y tu nueva casa. ¿Necesitas ayuda? Hoy convenientemente no tengo nada que hacer.

«No, nunca aceptaría la ayuda de este señor. Hay algo en él que no me gusta».

En lugar de decirlo en voz alta, solo le niego con la cabeza y saco mi equipaje.

—Me las arreglaré sola, no se preocupe. —Sin más me giro y trato de que no sea tan evidente que estoy huyendo de él.

—Solo quería ser un buen arrendatario.

Y con eso detiene mi magistral huida, ¿será que no entiende un no por respuesta?

—En verdad aprecio la ayuda que me ofrece, pero como ve no es mucho lo que tengo que acomodar, es por eso que me gustaría hacerlo sola, usted entiende, hacer todo el ritual de "mi primera casa sola". —Nuevamente me doy la vuelta, pero esta vez le sonrío gentilmente, o es lo que trato de hacer al menos.

—Es entendible, yo recuerdo hacer lo mismo cuando me fui de casa de mis padres.

¿En serio? Juro que pensé que este señor vivía en el sótano de sus padres. Me lo imaginaba comiendo Cheetos y viendo realitys shows mientras se masturbaba, quién sabe, dicen que caras vemos y corazones... más bien manías no sabemos.

Introduzco la llave en la cerradura, esta hace clic, dejo mis maletas en el suelo de madera y me preparo para enfrentarlo otra vez.

—Bueno, creo que nos veremos cuando venga a cobrar la renta, aunque también puedo depositarla en una cuenta bancaria.

—Sí, prefiero ser quien venga a cobrar, no me gusta mucho ir a los bancos. —Me da una sonrisa y mi cuerpo se estremece—. ¿Dalia? Ese es tu nombre, ¿cierto?

—Así es.

—Me recuerda a la Dalia negra.

—Toda la secundaria pensó lo mismo.

Mentira, si alguien hubiera tratado de bromear con mi nombre es probable que amaneciera con las piernas rotas.

—Lamento haberlo mencionado. —Lo escucho a mi espalda y sigo caminando—. Nos vemos en un mes.

No le respondo esta vez, ya he tenido suficiente socialización con el hombre que solo debe cobrar mi renta, en su lugar tomo mis maletas y entro al que espero sea mi hogar permanente por mucho tiempo.

Lo primero que veo es que el sitio no está tan mal como pensé, se encuentra mínimamente amueblado. Entro en la cocina extasiada por la promesa de lo que podría esperarme ahí, tomo un vaso de la alacena, está sucio por lo que lo dejo ahí mismo. Abro el refrigerador que parece salido de la película de los Picapiedras, una cucaracha vuela de su interior. Necesito limpiar cuanto antes todo esto, nunca fue lo mío eso, pero tampoco es que sea una inútil en la vida.

Mi mejor opción es la lavaplatos, por lo que abro la llave y dejo que corra el agua un momento antes de tomar un trago directamente del grifo.

«Nota mental; comprar vasos urgentemente».

Para cuando mi sed es saciada, soy consciente del sujeto al otro lado de la cerca de madera. Lleva un traje negro, camisa blanca, corbata negra, perfecto peinado, hombros anchos, todo lo que haría que una mujer mojara sus bragas. Es el hombre más sexy que he visto en mi vida. De pronto otro tipo sale de la casa empujando a un tercero que cae de rodillas frente al hombre de mis fantasías. Este ruega, no, suplica por su vida, la respuesta del que supongo es mi vecino es una sonrisa, luego mete su mano dentro de su traje sacando lo que parece una daga y se la entierra en el cuello, la saca tan rápido como la introdujo y da un paso a un costado viendo cómo el individuo empieza a desangrarse a sus pies.

La adrenalina recorre mi cuerpo sin poder dejar de ver lo que tengo ante mis ojos. Él ni siquiera se toma la molestia de esconder lo que hace, y con eso me queda claro cuán lejos estoy de casa. Cierro la llave del agua, peino mi cabello en una coleta alta y me dispongo a acomodarme en el que será mi nuevo hogar.


Elizabeth Short (Hyde Park, Boston, Massachusetts, 29 de julio de 1924 - Leimert Park, Los Ángeles, California, 15 de enero de 1947) fue una mujer estadounidense, víctima de un muy publicitado asesinato. Apodada como La Dalia Negra, Short fue encontrada severamente mutilada. Su asesinato, todavía irresuelto, ha originado muchas suposiciones y ha servido de inspiración para películas y libros.


RULETA RUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora