CAPÍTULO 10

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Rhett

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Rhett


Mi cabeza no ha parado de dar vueltas con todo lo que pasó ayer, me abrí a ella, algo de lo que nunca me creí capaz, yo estaba creando muros y en un solo instante logró derribarlos. Es el sexto cigarrillo que fumo, parezco una chimenea. La ansiedad me está volviendo loco. Miro una vez más la ventana arriba de mí y me debato en si ir o no hasta mi antigua habitación y tomarla de una vez por todas.

Ella es mía.

Relamo mis labios, acomodo mi corbata y empiezo a caminar decidido. Abro la puerta cuando soy interceptado por uno de los prospectos.

—La señorita Rojas está aquí.

Renata. La virgen Renata que una vez me amó, está aquí.

Hubiera sido un buen negocio tener una relación con ella, pero la maldita es obsesiva y loca.

—¿Dónde está?

—En la puerta aún, no podía dejarla pasar sin su consentimiento.

—Hiciste bien, soldado.

Le doy unos pequeños golpecitos en la espalda y ambos entramos en la casa.

Una rubia curvilínea me espera de espaldas en la puerta principal de mi casa y el humo a cigarro de menta me dice de quién se trata, ella. Ha dejado de ser la pelirroja flaca que conocí hace tantos años. Nota mi presencia y entonces tira la colilla, la pisa para apagarla y se da la vuelta lentamente. Nuestras miradas se encuentran, sonríe de lado luego de prácticamente comerme con la mirada.

—Renata —pronuncio su nombre a manera de saludo y la rubia me responde con un beso en los labios con el que cualquiera se hubiese puesto duro de tan solo presenciarlo.

—Hola. Te extrañé mucho, Rhett —dice y me hace recordar lo mucho que me encanta su acento latino—. Vamos a tu oficina. —Me toma del brazo y se pasea por la sala como si fuera suya, observa cada detalle en ella, así como a mis hombres que la miran embobados.

Pensé que me encontraría a una niña asustada.

—Es como que muy chica para ti, ¿no? —comenta cuando ve bajar las escaleras a Dalia—. A la casa me refiero.

—Es perfecta —aseguro y el agarre de Renata se vuelve más fuerte.

—Sé de la igualdad de género, pero, ¿un guardaespaldas mujer? —se mofa mirándola de pies a cabeza.

—Dalia, te presento a Rojas, Renata. —Ambas mujeres se estrechan las manos y el ambiente se vuelve condenadamente candente y tenso.

—Un gusto, señorita. Soy Dalia y no soy guardaespaldas de Rhett —aclara y me encanta que vuelva a usar mi nombre.

«¡Maldita suerte la que traigo hoy!».

—¿La novia? —El sarcasmo reina en ella.

—Si con novia se refiere a que vivo aquí, que estoy con él prácticamente las veinticuatro horas del día y que adora mis gemidos, pues saque usted sus propias conclusiones.

RULETA RUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora