Itadakimasu

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«¿Podrías calmar tus molestos sentimientos?»

"No es mi culpa... Por más que quisiera detener mi corazón, y los nervios, me es imposible"

«Ugh»

Cuando ya habían pisado terreno en la muy acogedora casa de Seijuro, la servidumbre (la única que se encontraba, Kyouka) amablemente se hizo cargo de atenderlos.

—¿Dices que fue en América donde viviste?—la ama de llaves preguntaba asombrada mientras Taiga le ayudaba a preparar la cena.

—Pasé gran parte de mi niñez allí...—respondió atento a su trabajo.

Las mangas de su camisa estaban enrolladas hasta sus codos mientras ágilmente utilizaba el cuchillo para picar trozos de carne de cerdo.

La señorita estaba asombrada de los dotes culinarios del muchacho, un poco de jengibre por aquí, sake, sal y pimienta por allá.

Taiga le enseñaba su especialidad, Gyoza. 

Gyoza es un tipo de buñuelo de origen chino. Se prepara con una masa de harina fina y generalmente se rellena con cerdo, col y nira muy picados. Las empanadas se cierran con unos pequeños pliegues, se fríen al vapor o en aceite, o se hierven en sopa, son muy populares  y a menudo forman parte de los menús caseros.

«Tal vez... Él no sea tan malo»

"Nunca lo fue"

Sei se encontraba en la barra americana mirando cómodamente a Kagami preparar su cena, realmente quisiera tenerlo junto a él todos los días, de esa forma.

«Sólo contrólate»

"Si no te gusta, puedes irte"

Las empanadillas estuvieron listas en poco tiempo, y Kyouka les sirvió en la habitación del menor.

•∆|•∆|•∆

—¿Frío o calor?—le preguntó Akashi susurrando.

Al haber terminado de cenar, ambos se aclimataron sobre la cómoda cama de Sei; mantenían una distancia bastante corta, sólo podían verse a los ojos mientras respondían preguntas al azar.

—Si hay frío podría abrazarte.

Akashi sonrió complacido por la respuesta. Eran aproximadamente las once de la noche, habían pasado su grandiosa cena hablando del baloncesto, un poco de sus vidas antes de conocerte. Sus ojos se entre cerraban del sueño, y fue Kagami quien los cerró primero.

Él se acercó hasta quedar milímetros cerca de sus labios, estaba tentado; no esperaba que la mano de Taiga lo terminase de animar. Sei quedó sorprendido por el ataque.

¿¡No estaba dormido!?

Al separarse, Kagami se atrevió a colocarse encima de él entre sus piernas. —¿Intentas seducirme?

Seijuro lo miró divertido, tal vez no llegó a pensar que aquello pasaría, pero un excitante calor empezaba a formarse en su vientre.

«Por favor, noquéame antes»

Kagami lo miró con tanta magnitud que por un momento en verdad sintió los ojos de un tigre salvaje a punto de devorar a su presa, y ese, es él.

El de tez bronceada acarició con tranquilidad la mejilla del león de Rakuzan, no quería tomar a Akashi por mera necesidad o deseo carnal, sólo necesitaba expresarle su amor de la forma más íntima posible.

Seijuro tomó la iniciativa en aproximarse a los labios de Kagami. El pelirrojo no quería incomodar al chico en aquella posición así que lo recostó sobre la cama acercándose a su cuello, ¿acaso no dije que aquel punto era su favorito?

—¿Todavía se ven estas? ¿Quieres más?—susurró Kagami en su oreja lamiendo su lóbulo, aquello mando pequeñas vibraciones al cuerpo de Akashi, sus mejillas se sonrojaron y se abrazó más a su chico.

Aún se encontraban con el uniforme de sus respectivos establecimientos, ansiando ser expulsados de su lugar.

"¿Ahora qué? ¿Me desvisto yo, o a él" Kagami estaba procesando lo que debía hacer, jamás lo había intentado en su vida.

Kagami se deshacía de la corbata del chico seguido de sus dedos desabrochando los botones dejando a pudor aquella blancuzca y bonita piel. Sólo de verlo se le hizo agua la boca.

Taiga mordía, lamía y acariciaba la piel de su cuello, mientras tanto Sei se estremecía y apretaba entre sus dedos los cabellos rojos de su pareja; Kagami subió a sus labios en un pequeño roce, parecía que Akashi empezaba a jadear en pequeños suspiros.

Kagami chupeteó su clavícula causando que su piel se pusiese rojiza; hizo una parada a sus pezones mordiéndolos a su gana y gusto.

—Eso... Se sien-te muy bie...—Akashi gimió mientras disfrutaba de los mimos.

—¿¡De verdad!? Creí...—Akashi lo jaló de su camisa propinándole un beso para callarlo.

—Ella escuchará, por favor Taiga, continúa—susurró sobre sus labios con aquella demandante voz.

El chico frambuesa también quería participar, así que dispuesto a todo empezó a abrir la camisa blanca del uniforme de Kagami, las yemas de sus dedos arrasaban con la piel bronceada del tigre, y es que ese acto hacia que el pelirrojo tuviese escalofríos.

Desde su hombro hasta sus caderas, Taiga viajó con su lengua.

—Tú eres realmente lindo...—más rojo no podía estar, el aliento cálido de Taiga sobre su piel hacia que sus piernas se rotorcieran por el inexplicable sentimiento de urgencia dentro suyo.

El peligranate empezaba a jadear; su respiración se escuchaba totalmente agitada, se abrazaba fervientemente a su pareja intentado más contacto con sus pieles. Taiga brindaba atención al miembro de Seijuro; las uñas del emperador se incrustaban en la piel del mayor cada que éste movía su mano al son de una balda romántica.

—Akashi... Eso ha sido demasiado—se burló Kagami con voz ronca al sentir la viscosidad del semen del nombrado en sus manos.

El pequeñín se avergonzó de inmediato por el comentario, pero la lujuria fue más grande que ella.

—Taiga, bésame—pidió mientras trataba de apaciguar sus gemidos.

Kagami se relamió sus labios agasajando a su pequeño emperador. Un bobo roce de labios, mientras sus fluidos bucales se mezclaban con amor. Un beso donde sus lenguas se acariciaban con timidez y lentitud. Una de las manos de Akashi se sujetaba a la nuca de su novio y la otra apretaba las sábanas  donde se encontraban recostados; la diestra de Kagami recorría las pálidas y delgas piernas de Sei dando pequeñas caricias con su pulgar.

Cuando el tigre se alza para ver a su pequeño no puede evitar excitarse ante la vista. Un lindo Akashi de mejillas sonrojadas, con la respiración agitada y la camisa a medio sacar.

"Que delicia" Taiga pensaba.

Mientras que el pelirrojo esparcía besos en el rostro de su pasivo emperador, sus dedos entraban en el trasero del chico. Y es ahí, donde el el león gime de dolor, pequeñas lágrimas empiezan a salir de sus ojos.

—Vamos, Sei... Yo calmaré tu dolor.

Dos dedos y el chico se retorcía, tres dedos y el pequeño gemía sin poder controlarse, dolor y placer magnífica mezcla llena de inolvidables sensaciones en su cuerpo.

El diez (aún con la parte de abajo apresada por sus ropas [aunque eso no detenía el palpitar deseoso de su miembro]) se acomodó entre las piernas del cuatro mirándolo con determinación, el menor sabía que era el momento en donde se iba a entregar a quien le había expuesto nuevas sensaciones, a quien admiraba y amaba a más no poder. El mayor se acercó para besarlo de nuevo con tranquilidad y sin ningún apuro.

—Te amo, Sei.

Yo sólo estaba de másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora