Un viernes por Ueno

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¿Qué hacer un viernes a las cuatro y media de la tarde? Normalmente Akashi estaría en alguna clase extra, tal vez jugando al baloncesto o probablemente aburrido y encerrado en su lujosa casa.

'Gracias a Dios' fue lo que cruzó por su mente, pues le agradecía al ser supremo por tener a Bakagami para no sentirse sólo.

Si el amor fuera una ecuación, ¿tendría solución? Taiga pensaba que el amor puede tener millones de respuestas y diferentes formas de actuar, pero sólo el verdadero sentimiento es la respuesta a todos esos números. Ya que cualquier respuesta te lleva al punto, mas no te asegura un final feliz.

Sei estaba emocionado, viendo que sus manos no podían parar de temblar desde que se encontró con Kagami. Lamentablemente, él se 'conocía', así que podía asegurarse que en realidad estaba volátil con intranquilidad. Se encontraba de pie junto a un mapa de las instalaciones de aquel zoológico por la entrada principal, sentía que en cualquier momento podía explotar, seria la desaparición simple y perfecta.

— ¡Aquí están!—exclamó Taiga regresando a su lado con semejante sonrisa y mejillas sonrojadas, en su mano traía los boletos con estampado de cebra. Los pelirrojos estaban rodeados de familias con niños sonriendo de allá para acá y el sol no era tan fuerte, podría decirse que estaba algo opaco; en la muy sincera y absoluta opinión de Seijuro, su acompañante parecía rivalizar a los chiquillos del lugar. Incluso, el mismo león de Rakuzan quiso imitar su bella sonrisa.
— No te vayas a alejar mucho—comentó el pelirrojo fresa en un intento de humor mientras esperaban en la fila; agradecía que no fuera fin de semana, sino el lugar estaría atascado de gente.

Prácticamente, Kagami estaba saltando. — Descuida—respondió. Su expresión aún contaba con felicidad, y enganchó su mano con la de Seijuro sin siquiera voltearlo a verlo.

Eso estaba bien, a Sei no le gustaría ver su cara en ese momento. Estaba totalmente seguro que estaba convirtiéndose en un jugoso tomate del cuello a las orejas.

— ¿Por dónde empezamos? ¿Tienes algún plan?—preguntó mientras los boletos eran recibidos por la persona a cargo de. Alguno que otro niño gritaba de emoción por todo el lugar, y los padres miraban con ternura a sus pequeños retoños. Taiga estaba tan emocionado que Akashi estaba preocupado de que el más alto fuera a aplastar algún niño por equivocación y asesinarlo en el proceso; los padres serían estrictos.

— Relájate emperador, podemos repentizar—Kagami caminaba al mismo paso que su acompañante, siempre con cuidado y sin hacerle daño. Pero aquellos ojos bermellón viajaban de un lado a otro recorriendo las distintas hábitats de los espécimenes. Seijuro desaceleró su velocidad al caminar. — Será mejor que...—hizo una pausa para dejar pasar un niño corriendo con la comisura de los labios manchados de lo que parecía helado de chocolate. — Esperemos a ver a donde va toda está gente e ir al lado opuesto—sugirió un poquitin demandante.

Pararon frente a unos animales bastantes curiosos, parecían caninos con complexión de zorros, con el pelaje rojizo algo pastoso pero sin perder brillo. Akashi recuerda a ver visto una imagen de ellos en algún libro.

— El perro rojo—susurró Taiga en asombro. Sei le envió una mirada impresionada antes de voltear a otro lado.

— No sabía que fueras experto en animales exóticos—molestó Akashi divertido.

— ¿En serio? Ya somos dos—le sonrió Kagami haciendo reír al pequeño. Cuando regresó su vista al diez, el mencionado le miraba como si hubiera presenciado un milagro, lo que es bastante irónico.

Seijuro sabía que su risa sonaba bastante atolondrada. Tenía suerte de que hubiesen criaturas extrañas haciendo centenares de ruidos inexplicables. Continuaron su expedición, de un lado se encontraban los tapires, aves rapaces y faisanes. Vaya que el Zoológico de Ueno en Tokio tenía sus bellezas, ya de por sí es uno de los mas viejos en el país. Para cuando terminaron de curiosear esa sección, la mayoría de gente ya se había ido.

— Eh... Estos me parecen familiares—comentó Kagami llevando a Sei a una especie de madriguera sobrepuesta a una piedra, en la cual una especie de marmota (perrito de la pradera) dormía plácidamente.

— Creo que llegué a desear uno de niño. Aunque ahora me parece bastante estúpido considerando mi temor a los perros.

Seijuro intentó imaginarse a un Kagami versión miniatura con los ojitos iluminados observando a aquella criatura. Luego siendo perseguida por éste mismo. Curiosamente, le parecía muy tiernas ambas escenas.

— ¿Qué quieres ir a ver, Akashi?—cuestionó Taiga colocando su máxima concentración a Sei.

Akashi lo pensó por un momento, aunque fue el necesario para dar su decisión. — Yo quiero ver a los leones. Creo que leí que se exhibían lo leones asiáticos. Están por allá...—vio (si es acaso que pudo) por detrás del hombro del pelirrojo mayor.

★★★

Al restablecer camino por las calles del zoológico, una feroz manada de niños se encontraban haciendo escándalo. Akashi sentía que su vida estaba siendo amenazada por esas cosas. Kagami tomó su mano firmemente mientras cruzaban la multitud. Al final de tanta gente, se detuvieron a sentarse junto a un grupo de niños de primaria y del preescolar, con el mérito de escuchar lo que la chica de guía turística decía acerca de los leones, tigres, panteras y demás felinos de la rama especie.

— Esto es raro... ¿Podemos quedarnos?—preguntó Akashi cauteloso mientras Taiga se acomodaba en el pequeño espacio llamando un poco la atención. Kagami le sonrió grande y en un susurro «todo estará bien» dejó escapar. Akashi se acomodó a su lado.

Bien, se estaba divirtiendo. Ni siquiera le dio tanto rollo el hecho de que se miraban ridículos sentados en el suelo del zoológico. Asimismo, dejaron de ser los únicos. La gente empezó a irse por su parte, ambos se pararon para ver a través de las cercas de protección.

Ambos, jamás habían prestado mucha atención a los leones en general, pero viéndoles, entendieron porqué a muchas personas les parecía atraer; emanaban elegancia, liderazgo, viendo a los seres humanos desde aquellas rocas con superioridad. No parecían ser del mundo humano. Pero lo mejor era ver lo feliz que ponían a Akashi, si podían llenar esos ojos rojo/miel con asombro y alegría, seguramente esos felinos eran realmente fantásticos.

*★*★*★*

— ¿Tienes hambre?—preguntó Kagami en cuanto salieron del zoo. Eran más o menos las seis de la tarde.

El menor negó. Se sentía algo incómodo comer en donde no es su hogar, o simplemente no está acostumbrado a exponerse públicamente al comer.

— ¿Algo de beber?—preguntó de nuevo. Con eso parecía mucho más cómodo. — Debería haber un lugar por aquí cerca—meditó el tigre mientras su mano, involuntariamente, buscaba a la de Seijuro. No hizo nada para impedir que la sostuviera. Pero sólo fue por un momento, Kagami la apretó cálidamente y luego la soltó.

Yo sólo estaba de másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora