Capituló 12

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Hermione no  había  tenido  intención  de  ir  con Draco de  vacaciones. Su intención  había  sido  mantenerse  firme  y  negarse  a  ir  a  Cannon  Beach. Y lo habría hecho  si  no  hubiera  sido  por  el  repentino  interés  de Lyra en  su  padre  ficticio, Anthony.

Después  de  haber  navegado a  las  islas  San Juan, las  preguntas  de Lyra habían comenzado  de  nuevo.  Quizá  haber  visto  a  Cedric con Amber  había  despertado  su curiosidad. Quizá  fuera  por  la edad. Había  épocas  en  las  que Lyra preguntaba  sobre Anthony,  pero, por  primera vez,  Hermione intentó  contestar  sin  mentirle.  Luego había  llamado a Draco y le había dicho que irían a Oregón. Si  Lyra iba  a  mantener una  relación con Draco, tenía que pasar tiempo  con  él  antes  de  que  le  dijera  que  era  su padre. Razón por  la cual ahora estaba  conduciendo hacia Cannon Beach, rezando por no  estar  cometiendo  un  error  colosal.  Draco había  prometido  que  trataría  de  no provocarla, pero ella no le creía. —Me portaré lo mejor que pueda —había asegurado. Sí Claro. Y los elefantes volaban.
Le  echó  una  mirada  a  su  hija  que  iba  sentada  en  el  asiento  del  acompañante sobre  un  elevador  de  seguridad. Lyra coloreaba  meticulosamente  un  dibujo  de  los teleñecos, llevaba  puesta  una  gorra  negra con una cara sonriente  y  unas  gafas  de  sol azules  para  niños. Era  sábado  así  que  sus  labios  estaban  pintados  de  un  rojo  intenso. Pero  por  lo  menos  ahora  esos  pequeños  labios  rojos  estaban  cerrados  y  el  silencio ocupaba  el  interior del  Hyundai. El  viaje  había  empezado  bastante  bien,  pero  en  alguna  parte, cerca  de Tacoma, Lyra había empezado  a  cantar...  y a  cantar...  y  a  cantar.  Cantó  el  único  verso  que conocía  de  «Puff  el  dragón  mágico»  y  todos  los  versos  de  «¿Dónde  está  Thumbkin?». Había  cantado  con  su  voz  chillona  la  letra  de  «Deep  in  the  Heart  of  Texas» y había batido palmas  tan  entusiasmada  como  cualquier  texano  orgulloso. Por desgracia, sólo  cantó eso una y otra vez  hasta llegar  a Oregón.

Entonces, justo cuando Hermione   había  terminado  de  calcular  el  número  de años  que  faltaban  para  que  pudiera  enviarla  a  la  universidad, Lyra había  dejado  de cantar  y  Hermione  se  había  sentido  una  madre  horrible  por  haber  pensado, literalmente,  en  echar  a  Lyra  del  nido. Fue  cuando  comenzaron  las preguntas.
«¿No  llegamos  aún?».
«¿Cuánto  falta?».
«¿Dónde  estamos?».
«¿Te  acordaste  de  meter a Blankie en  la maleta?».

De Oregón a  Seaside  su  preocupación  había  sido  dónde  dormiría  y  cuántos cuartos de baño tendría  la  casa  de Draco.  No  había podido  recordar  si  había metido  su juego  de  manicura  o  si  había  traído  suficientes  Barbies  para  jugar  cinco  días  enteros. Se  había  acordado  de  meter  los  juguetes  para  la  playa,  pero  ¿qué  pasaría  si  llovía todo  el  tiempo?  Y  luego  había  preguntado  si  también  había  niños  en  el  barrio  y cuántos años tendrían.

En  ese  momento,  mientras  recorrían  en  el  coche  la  calle  principal  de  Cannon Beach,  el  pueblo  le  recordó  las  docenas  de  comunidades  pseudoartísticas  que salpicaban  el  noroeste  costero. Estudios,  cafeterías  y  tiendas  de  regalos  se  alineaban en  la  calle  principal.  Los  escaparates  de los  negocios  tenían  persianas  coloridas  en distintos  tonos  de  azul,  gris  y  verde  espumoso,  y  se  veían  ballenas  y  estrellas  de  mar pintadas  por  todas  partes.  Las  aceras  estaban  llenas  de  turistas  y  unas  banderas  de colores ondeaban  con  la brisa  siempre  presente. Echó  una  ojeada  al  reloj  digital  que  había  sobre  la  radio  en  el  salpicadero  del coche.

Simplemente Irresistible (Dramione)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora