Levanto la cara de encima de mi escritorio y me froto la nariz con la mano. Noto algo frío y veo que mi mano está llena de sangre, que al mirarme en el espejo confirmo que es de mi nariz. A veces me propongo contar los momentos en los que sangro sin motivo, pero siempre pierdo la cuenta. Me pasa siempre que estoy malo, y hoy no es menos. Siento un dolor tremendo de cabeza y las piernas me flaquean a medida que ando por el pasillo de mi casa. No puedo evitar tocarme la frente y me sobresalto al sentir que está ardiendo.
Me siento otra vez en la silla delante de mi ordenador pero no soy capaz de concentrarme. Doy una vuelta y apoyo los pies en la mesa. ¿Cuántos días han pasado desde que Daniela vino a visitarme? Si no recuerdo mal, casi cuatro días, y todavía siento un vacío más grande de lo habitual. A veces cierro mi mano, o la pongo encima de la estufa, pero ni eso me da el calor que recibí al notar su tacto. Es extraño.
Suspiro y busco un termómetro, para ponérmelo en la axila. Cuando me lo quito después de cinco minutos, entrecierro los ojos y veo que tengo casi treinta y nueve de fiebre. Ahora tiene sentido que me encuentre tan mal. Me tiro en el sofá y cojo el móvil del suelo. Inconscientemente, voy al contacto de Daniela y marco en el botón de llamar. Después de dos pitidos, suena su voz y deduzco que está recien levantada.
-¿Eh?
-Daniela. Soy Seven.
-Ah, Seven. Me has despertado.
Oigo un ruido que parecen sábanas moviéndose y también cómo Daniela bosteza varias veces. Me la imagino con una camiseta de tirantes, los ojos ligeramente cerrados y tumbada boca arriba en su cama. Aparto esos pensamientos de mí y apoyo la cabeza en un cojín.
-Estoy enfermo.
-¿Enfermo? ¿Enfermo de qué?
-No sé. Tengo frío, estoy con fiebre y me encuentro mal.
-¿Quieres que vaya?
Asiento, pero me doy cuenta de que no puede verme y digo que sí rápidamente. Ella se despide y colgamos a la vez. Me dan ganas de estamparme la cara contra la pared. ¿Cómo se me ocurre dejarla venir? Está claro que la fiebre ya me está afectando.
Voy a mi armario y me envuelvo en una manta de color rojo y amarillo. A decir verdad casi todas mis cosas son de color rojo y amarillo. Me pongo a dar vueltas por mi casa hasta que suena el timbre y voy a abrir lo más rápido que mis piernas me permiten. Abro la puerta y me encuentro a Daniela, con el pelo recogido en una coleta y con ropa informal. Una gota de sudor se desliza por su sien y esta se la limpia al instante. Seguro que ha venido corriendo. Lleva un abrigo y una bolsa de plástico en la mano, pero me lo da todo y apoya sus manos en las rodillas para recuperar el aliento.
-He venido lo más rápido que he podido. Lo siento.
Niego con la cabeza y me giro para caminar hacia el sofá y desplomarme encima. No tardo mucho en oír los apresurados pasos de Daniela, que cierra la puerta y se acerca a mí. La miro y veo que pone cara de pena y coge la bolsa de plástico, de donde saca un paquete de pastillas. Se va y antes de que pueda decir nada, vuelve a aparecer con un paño y una botella de agua.
-Tómate la pastilla –ordena, tendiéndome la botella de agua y una pastilla de forma ovalada –Es para bajar la fiebre. Tampoco puedo darte otra cosa, porque no sé lo que tienes.
Obedezco y me trago la pastilla con el agua. Ella inclina la cabeza y me ordena que me tumbe. Yo lo hago y de reojo veo cómo ella se inclina a mi lado. Se coloca de rodillas en el suelo y me pone el paño en la frente, con una suavidad sorprendente. Está húmedo y al instante noto un frío que me recorre todo el cuerpo, aunque eso no basta para hacerme espabilar.
-Sé que está frío, pero tienes que dejártelo puesto –dice ella, al verme temblar. Con la mano aún sobre el paño, alarga un dedo y me acaricia la sien distraídamente.
Se me cierran los ojos ante su tacto y noto cómo ella levanta la mano del paño y la usa para acariciarme el pelo con lentitud. Me quedo quieto y noto que me invade una ola de calor. Se me sube el calor a las mejillas y sé que me está subiendo la fiebre. Abro los ojos y me encuentro a Daniela mirando mi perfil fijamente. Se sobresalta al notar que la miro y sonríe con apuro, lo que me produce cierta ternura. Y me odio por ello.
-¿Estás bien?
-Sí, tranquila. Bueno no. Creo que me está subiendo la fiebre.
Me río y ella abre los ojos con horror, a lo que mi risa aumenta de intensidad y ya no soy responsable de mis actos. Alzo una mano hacia su nuca y la acerco hacia mí, haciendo que nuestros labios se toquen. Al principio tiene los ojos abiertos y pienso que se va a apartar, pero los cierra y sin separarse, se sube al sofá, tumbándose encima de mí. Cojo su cara con mis manos y le acaricio los pómulos con mis pulgares. Ahora mismo siento un calor sobrehumano, pero a la vez me siento extrañamente bien. Me siento a gusto. Y mi barriga se empieza a revolver, como si unas hormigas se hubiesen instalado ahí y estuviesen montando una fiesta.
Se separa y apoya la frente en la mía. Cuando abre los ojos, sonrío al ver que están grandes y muy abiertos. Está muy guapa. Y me doy cuenta de por qué estoy haciendo esto. Aunque ya no hay vuelta atrás, y no tengo por qué apartarla. Estar a su lado me hace sentirme mejor psicológicamente.
-¿Qué ha sido eso?
-No sé. He sentido el impulso de hacerlo –contesto, con sinceridad.
Ella se ríe y yo sonrío al oírla.
-¿Te acuerdas aquella vez que te dije que tu risa era rara? –ella frunce el ceño y asiente, bajando la mirada –Mentí.
Ella alza la mano y me pega en la cabeza, a lo que yo hago una mueca y le muerdo la mano. Daniela suelta un pequeño grito y tropieza y se cae del sofá, de forma muy patética. Me río y me aparto cuando ella me intenta pegar otra vez.
-¿Por qué siempre intentas pegarme?
Se encoge de hombros y me quita de la frente el paño, que ya está seco. Va a la cocina y vuelve con él otra vez, pero ahora está húmedo. Me lo vuelve a poner y se sienta en al borde del sofá, justo a la altura de mi cadera. Saca su móvil y frunce el ceño, antes de ponerse a escribir.
-¿Con quién hablas?
-Es Yoosung –deja de escribir para levantar la mano y moverla, restándole importancia –Quiere que le acompañe a buscar algo de ropa para la fiesta. Y ahora que me acuerdo, yo también debería comprar algo. ¿Tú que vas a llevar?
-No lo sé. Ya lo pensaré.
Se encoge de hombros y se levanta del sofá para coger su chaqueta y ponérsela. Se pone un gorro negro con orejas de gato y se sube la cremallera.
-Me tengo que ir. Dentro de un par de horas si sigues con fiebre, te tomas otra pastilla –se inclina y me da un leve beso en la mejilla –Si necesitas algo llámame.
Asiento, sin ser capaz de decir nada y ella se da la vuelta. Oigo la puerta cerrarse y me quedo mirando al techo. Nunca me quedo sin palabras, y menos con una chica. Me toco la frente y la noto de una temperatura más normal, así que me quito la manta de encima y me acerco al ordenador para acabar el trabajo de la agencia.
Después de un par de horas delante del ordenador sin hacer nada, decido apagarlo y me tiro en la cama con la cabeza mirando al techo. Pienso en Daniela, y me alarmo al darme cuenta de que puede que esté empezando a sentir algo por ella.
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Siento de verdad la tardanza, pero la semana pasada estuve mala y hoy murió mi abuela, así que no tenía ánimos de escribir.En multimedia una fotillo de Seven y MC, que no tiene nada que ver con el beso entre él y Daniela, eh.
¿Queréis que ponga cómo Daniela va con Yoosung a comprar un traje para él y vestido para ella, o paso directamente a la fiesta de RFA? Dejádmelo en los coments plox.
MUAH 💋
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Guerra de hackers [Seven Mystic Messenger]
FanfictionDaniela es hacker y se le ha encomendado la tarea de encontrar a otro hacker conocido mundialmente por haber hundido negocios enormes, sin dejar la más mínima pista de su identidad. ¿Qué hará cuando lo encuentre? ¿Será capaz de entregarlo o... ...pu...