Encuentro 2-.

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Encuentro2-.

Las alas se abatieron por sí solas, mis pies ya no tocaban el suelo. Habían pasado 3 días desde mi encuentro con aquellos extraños ojos verdes que parecían verme en el comedor de la universidad de Yale. Sí, como leen, un Dios griego mitológico de años pasados, visto por una simple mundana en una prestigiosa universidad de Estados Unidos a la una y pico del día. Ridículo.

Lo dejé pasar y simplemente lo atribuí a un invento de mi imaginación, o algo así dijo mi madre;

«Mi dulce Eros, somos las fuerzas indomables de la naturaleza, pilares de la humanidad, seres de gracia y sangre divina. No simples vestigios a vista y paciencia del mundo. Los eones de tus recuerdos deben estar burlado tu juicio de la realidad, no te agobies por falsas voces en tu cabeza...»

El discurso seguía, pero me daba igual, el punto es que aquello era casi imposible. Además, las posibilidades de encontrarla por casualidad una segunda vez eran casi renuentes, por no decir nulas.

Entonces... ¿Por qué me encontraba en frente al pórtico Yale nuevamente?

Esos casi me estaban matando. Era la única respuesta lógica pude formular. Atravesé los muros que daban la entrada al campus, la población que se encontraba a esa hora en el patio por el cual pasaba era considerable. En el momento que atravesé el campo de visión del primer grupo de adolescentes los murmullos comenzaron a circular tan rápido como las infidelidades de Zeus.

Agudicé mi vista tratando de hallar unos cabellos azabaches, más no pude encontrarlos. Entré al primer edificio de facultad que encontré y lo mismo ocurrido en el patio se repitió: miradas, murmullos y nada de la morena.

Repetí lo mismo en todos los edificios de la universidad que vi, el resultado fue el mismo. La exasperación consumía la poca paciencia y esperanza que me quedaban. Una punzada cruzó por mi cabeza y en aquel instante sentí como la fibrosidad de la lista de Cupido se materializaba en mi mano. El trabajo me llamaba, genial.

Ofuscado, caminé dirigiéndome por un oscuro pasillo hacia la salida más cercana. Mi mañana, entera, desperdiciada por curiosidad.

Llevaba la vista fija en el suelo cuando el tan característico sonido de una máquina expendedora quedándose atascada llamó mi atención. Levanté la vista encontrándome con el cuerpo de una fémina abrazando a la expendedora pocos metros por delante de mi.

—¡Condenada máquina del demonio!—pero qué señorita—. ¡Dame-mi-maldito-chocolate!

Por cada palabra que pronunciaba un puntapié a la máquina propinaba. Hasta que así, al final de la oración, el chocolate tan deseado cayó. De un grácil movimiento de agachó a sacarlo y al levantarse, la capucha de su sudadera cayó, liberando una desordenada cabellera. La reconocí al instante, en la que he estado buscando toda la mañana.


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