Incertidumbre.-

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Incertidumbre.-

Quiero nadar y mis piernas ya no me responden, mi cabello se ha escarchado mientras aún flota indolente sobre el océano. Moriré. Todos los factores me están diciendo que moriré.

La herida en mi costado me arde como el infierno, a pesar de las poco cálidas aguas que la rodean. Perdí mi abrigo, y el sweater es un desastre.

El castañear de mis dientes me hace detenerme y volver a flotar. Nada conseguiré nadando, no siento mis dedos, mi cabeza me duele y los ojos se me llenan de lágrimas. Eros se ha ido y no pude hacer nada para impedirlo.

Había nadado hacia él, estuve a su lado, inútilmente saqué mi abrigo para cubrir la fea mancha lívida de su costado cuando otra de esos Dioses apareció y se lo llevó como si nada, sólo desaparecieron dejándome a la deriva. Y si, mi abrigo se fue con ellos.

Cierro los ojos para tratar de recordar mejor su rostro, pero me es imposible. Lo único que se me viene a la mente es su silueta desnuda y sólo cubierta por un velo transparente. Que autoestima tienen, en serio, los envidio.

Una ola mece mi cuerpo y me obliga a abrir mis ojos y toser como desquiciada, me ha entrado agua a la nariz. Lo que me faltaba.

Suspiro entrecortadamente, quiero calor. No quiero morirme. No aquí, no sola y, sobre todo, no sin saber qué ha pasado con Eros.

Digamos que no tengo muchas personas que me esperen en casa. Mamá murió. No tengo memorias de quién era mi abuela o algún pariente más cercano... ni lejano. Ni amigas cercanas con las cuales hablar hasta la madrugada en Whatsapp.

Whatsapp. Mi celular estaba en ese abrigo, genial. Aunque... de todos modos no podía hacer mucho, debe estar más que ahogado y, ahora, desaparecido. Tendré que comprarme uno nuevo. ¿Los viajes en aero-dios tendrán seguro anti Arpías al cual reclamar mi celular?

Tengo que dejar de divagar.

Mi cabeza se hunde involuntariamente. Y el peso de la consciencia me hace ver que realmente moriré sola. Y lloro. Lloro tratando de mantenerme a flote mientras siento el peso de las dudas arrastrarme hasta el fondo del océano.

Esperen... en verdad algo me está arrastrando por el océano.

Giro lentamente con las pocas fuerzas que me quedan mi rostro hacia la dirección en que siento que algo me está tirando. Es algo azul. Me gusta el Azul. Los ojos de Eros son azules.

Eros.-

Siento que algo aplasta mi pecho. Me hunde. Me asfixia.

Abro los ojos exaltado, pero sin mover ningún músculo. Me siento. Aún estoy en la cama de mi madre, con vendas en un costado que ya casi no duele, y un tumulto de pensamientos y sentimientos guiándome a una sola persona. A unos únicos ojos.

¿Ella realmente se perdió en el océano? ¿Ella realmente murió?

Debo cerciorarme por mis propios medios.

Me bajo de la cama y camino por estos pasillos que a lo largo de los años he aprendido a memorizar. Afrodita se cruza en mi camino y creo que me dice algo pero en la centralización que siento en mi mente no puedo recordarlo, no ahora. Llego a la ventana más próxima y sin importarme nada sólo me dejo caer. Si hay algo que no soporto es la incertidumbre. Y Becca me está provocando muchas.

Las alas se materializan sin la necesidad de ordenárselo y me guían al lugar donde sé que todo conoceré.

La torre de las parcas deja mucho que desear.

A pesar de todos los años que llevamos existiendo en el mundo y la tierra ellas siguen en una roñosa torre de roca llena de todos los musgos conocidos y por conocer. Es el segundo lugar más alto de la tierra de los Dioses después del Olimpo. Parece de tiempos vikingos o victoriales, no sé. La roca gris está tallada a mano en ciertas partes con símbolos y a pesar de su gran altura, todas las parcas viven en el mismo nivel. El primero.

Mis pies vuelven a tocar el suelo. Toco la puerta y una joven aprendiz de éste arte me abre la puerta. Lleva el abrigo amarillo chillón de Becca en sus manos.

CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora