Confusión

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Confusión.-

Todo esto es muy confuso. La mayor parte de mi vida siempre ha sido el mismo círculo vicioso sin nada destacable, sin nada remotamente curioso o interesante para contar. Y debo decir que eso es triste, no se puede negar. Soy un Dios después de todo.

Lejos quedaron las guerras antiguas con los humanos o entre los mismos Dioses. Lejos ya están aquellos días en los cuales éramos venerados y cada día era una fiesta. ¿Cómo llegamos al olvido, a la separación de los mundos, a ocultarnos de los mortales? No lo recuerdo. Y jamás me lo había preguntado, nunca, hasta ahora.

Ahora, que una chica humana va en mis brazos, inconsciente, ardiendo en fiebre, y con notorias marcas de dedos en su cuello.

Cuando llegué a la isla que las parcas me habían dicho ya se encontraba en esa situación. Y no lo entiendo. ¿Quién le hizo esto? ¿Quién mandó a la Arpía que nos atacó? ¿Quién la saco que aquel mar y la llevó a la isla? Porque definitivamente ella no llegó sola, la isla Porto Santo está a varios kilómetros de distancia bajo el territorio en el cual volábamos. Mucho más al sur.

Me ajusto a la distancia de las coordenadas que me llevan de regreso a Connecticut. Y continúo volando.


Rebecca.-

Me cuesta respirar.

Pero al menos lo haces.

Un pitido intermitente resuena en mis oídos, y es de lo segundo que soy consciente. Intento despertar, pero todo me da vueltas y la desorientación me abruma. Logro pestañear y observo mi entorno. El techo es blanco, ya luz me ciega un poco. Soy consciente de la bolsa suero colgada a mi izquierda y como la aguja está perforando mi piel. Una cortina verde me separa y me impide ver más allá del espacio rectangular en el cual me encuentro. No intento levantarme. Muevo los dedos de mis manos, y mis pies.

Bien, paralitica no estoy y esto es un hospital.

Intento tragar saliva, es ahí cuando noto el dolor de mi cuello, y como un collarín lo cubre. Es cierto, trataron de matarme.

Los recuerdos llegan de a rápidamente a mi mente logrando confundirme. Veo como una enfermera pasa por el espacio libre de cortina. Va metida en el celular y lleva una carpeta bajo el brazo, ni siquiera levanta la mirada cuando ya la pierdo de vista.

¿Cómo llegué aquí?

La enfermera vuelve a pasar, intento hablarle y captar su atención, pero de mi garganta solo sale un quejido ronco, que duele como el infierno. Por suerte, creo que logra escucharme.

—¿Ya despertaste?

No estoy durmiendo con los ojos abiertos.

Intento hablar de nuevo, mala idea. Sus pasos la acercan a mí y guarda el teléfono en el bolsillo de su delantal. Leo la placa de su pecho; su nombre es Karen y es una estudiante en práctica de enfermería.

Uy chica, si yo fuera quien te evaluara, 10 puntos menos por usar celular. Ay, me acordé de Harry Potter.

Su mirada se fija en mí y espero que en mi rostro se demuestre mi desorientación.

—Hay un procedimiento para esto, un segundo —saca su celular del bolsillo. Vamos de mal en peor. Toma la pizarrita de mi camilla al momento que parece que encuentra lo que buscaba—. Tu nombre es Rebecca Hunter, son las 10:34 am., hoy es 20 de Febrero y estamos en el año 2018.

Me remuevo incómoda, creo que tengo ganas de ir al baño.

»Este es el hospital universitario de Yale, ingresaste la noche de ayer a las 11:35 pm., con una fiebre alta, índices de hipotermia, así como hematomas e inflamación en la zona del cuello —hace una pausa, regresando la vista a mis ojos—. No hay respuesta a la llamada de familiares.

—¿Quién me trajo?

¡Al fin!

Aunque debo admitir que casi no sueno como yo, mi voz salió rasgando mi garganta en el proceso. Por si no lo dije antes, duele. La cara del intento de enfermera se contrae en confusión.

—No lo sabemos, el personal te encontró abandonada en el estacionamiento.

CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora