Frío-.

381 42 4
                                    

Frío-.

Frío. Eso fue lo primero que sentí cuando me vi a mi misma cayendo de llenó a las heladas aguas del atlántico. Era difícil respirar y sentía como la tela de mis jeans se ajustaba a mis piernas de una manera casi asfixiante, haciendo más difícil el trabajo de mantenerme a flote.

Pero nada de ello importaba.

No me importaba que mi cabello sea un desastre, mi casco favorito se haya perdido quién sabe dónde. No me importaba el arruinar mis ropas, el vaho que salía de mi boca en cada respiro, el hecho de que quizá en unos pocos me diera una fuerte hipotermia por el frío que calaba mis huesos hasta el punto que sea horriblemente doloroso y adormecedor. No.

Nada me importaba mientras veía la lucha por sobre mi cabeza. Eros.

Eros.

Escuché el sonido del cuerpo de Rebecca cayendo el océano, pero no tenía tiempo que perder si quería volver pronto con ella. No cuando la arpía se encontraba con su vista fija en lo esperaba, sea ella nadando.

Las cuencas vacías que tenía por ojos se volvieron hacia mí. Ahora, con el poco sol que aún entibiaba nuestros hombros la pude observar mejor. Pero no tengo la paciencia para describirla ahora.

No tengo nada contra ti, Dios. Es a ella a quién busco —su voz se filtró por entre mis pensamientos. Una lengua parecida a la de un reptil crepitó hacia su lado superior. Y fue hacia ella.

Me interpuse en su camino.

—Eso no sucederá. Ella está conmigo.

Sentí la energía divina crepitar por el aire. Abrí mis alas, bloqueando de su vista a Rebecca.

Eso es lo que «él» no quiere.

Lo que creo fue una sonrisa asomó en sus labios. El aire zumbó a nuestro alrededor. Ya no había espacio para las dudas.

Con un grito por parte de la Arpía al abalanzarse frente a mí cambié. Y ella sabía lo que significaba. Yo era hijo de Ares, Dios de la Guerra, no todo en mí era amor y corazones entrelazados.

Mis alas se blindaron en titanio, mi pecho antes desnudo se cubrió en brillante armadura y el calor de la empuñadura de una espada divina quemó en mi mano. Al nada más que el blandir mi espada una vez, su cabeza se desprendió de su cuerpo. Fuego verdoso cubrió su cuerpo, no hubo más que cenizas.

Con un suspiro me dejé ir, dejé todo ir.

Rebecca.

Desde niña fui una chica rara, lo sabía. Los otros niños lo sabían, las madres de esos niños lo sabían, cualquiera que me conocía lo adivinaba aunque sea un poco. Todos menos mi madre. ¿Cómo le explicas a tu progenitora que vez hermosos humanos brillando?; ¿Cómo le explicas que no son simples amigos imaginarios? Oh, claro. No lo haces.

Yo nunca lo hice. Bueno, nunca lo intenté de nuevo.

Recuerdo que traté de decirle unas cuantas veces cuando tenía quizá 6 años u 8 no sé. La cosa es... que no lo tomó muy bien que digamos.

Mamá era una buena madre, siempre cuidaba de mí, siempre éramos sólo ella y yo. Peinaba mi cabello, me llevaba a la escuela y jugaba conmigo y mis muñecas... pero siempre que trataba de iniciar una conversación acerca de las extrañas personas que sentía, o veía a veces en el centro de la ciudad y en nuestro pueblo su ceño se fruncía. Me regañaba diciendo que eran mis amigos imaginarios, que ya debía dejar de ver esas cosas o que era un desvarío de mi mente por ver tanta televisión. Durante unos años después, incluso me creí una loca.

Que aliviada me sentía. Me siento.

El silbar del aire se detuvo. Hacía varios minutos que no podía ver nada, la neblina marina me lo impedía.

El sonido de algo duro cayendo a una gran velocidad a unos pocos metros de donde yo estaba me hizo volver conscientemente a la realidad. A la cruda pero extrañamente encantadora realidad en la que estaba en medio de océano Atlántico muriéndome de frío con un sexy Dios Griego sobrevolando los aires en una lucha contra otra criatura mitológica.

Mis músculos se sentían tiesos al momento de tratar de moverlos y nadar hacia lo que sea que haya caído junto a mí.

Por favor que no sea la Arpía.

Sé perfectamente lo estúpido de ese pensamiento, después de todo sólo había dos opciones viables para caer con tal sonido, pero no quería que fuera ella, no sé explicarlo. Aunque tampoco quería que fuera Eros.

Vi un cuerpo alado flotando inamovible. La noche había caído y la poca iluminación se negaba a hacerme el favor para poder visualizar bien quién había caído.

Acercándome todo lo que mis adoloridos y duros músculos casi congelados me lo permitían lo vi. Era Eros.



Sep, dos  capítulos en un día. Feliz San Valentín c:

CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora