Parangaricutirimicuaro.-

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Parangaricutirimicuaro.-

Parangaricutirimicuaro.

Parangaricutirimicuaro.

Parangaricutirimicuaro.

Parangaricutirimicuaro.

—¿Qué estáis tratando de hacer al repetir eso? —arrugando sus cejas se fruncieron mientras inclinaba la cabeza hacia un lado, el sonido de las aguas jamás paró. Paré de repetir mi mantra mental.

—Quería confundirte —eso, y tratar de no pensar en mi deplorable estado.

O en Eros.

—Pues, lo de confundirme lo estás logrando, sobre tu estado... sólo diré que he visto peores. Ah, y sobre Cupido...

Dejó la frase a medio terminar. ¿Por qué coño dejó la frase a medio terminar? Negó con la cabeza anticipando mi siguiente pregunta al mismo instante que dejé de pensarla.

Un soplo de aire frío me congeló hasta los huesos. Inevitablemente comencé a castañear los dientes. Los colores que cubrían en cielo comenzaron a cambiar, estaba anocheciendo.

Y yo empapada. Genial.

—Deberías tratar de secarte.

Llevando las rodillas a mi pecho lo miré. Realmente lo observé con detenimiento antes de que la poca luz que quedaba del día me lo impidiera. Grandes tentáculos azules pavoneándose en la superficie del agua, dejando, no siempre a la vista, unas ventosas de distintos tamaños. Cintura estrecha, torso marcado, cabello largo y negro que se pierde en el inicio del agua.

—¿Por qué me salvaste?

—Porque te conozco.

—Leer mis pensamientos no es conocerme —lentamente comencé a incorporarme. Si quería algunas respuestas, no podía verme tan deplorable ¿No?

—Insisto en que he visto peores —jadeé al momento de tratar de erguirme. Y, tambaleándome logré ponerme de pie. Si es que podemos llamar estar de pie a temblar incontrolablemente en una pose semi erguida.

—¿Nunca dejas de hacerlo? —leer mentes me refiero.

—No puedo controlarlo —comenzó a avanzar hasta que su cuerpo Cilophyte estuvo por completo en la arena húmeda. Y cambió.

La parte inferior de su cuerpo se desvaneció convirtiéndose en espuma y perdiéndose en las aguas mar. Una bruma cubrió lo que anteriormente eran sus tentáculos.

Pero el siguió caminando. Una inspiración quedó trabada en mi garganta cuando la bruma desapareció. Allí estaba, a escasos metros de mis cuerpo encorvado y temblando de frio; un Sérrion completamente desnudo.

Santas vacas voladoras sálvenme.

Tragué saliva al momento de que la impresión de tener un cuerpo masculino desnudo en todo su esplendor dejó de sorprenderme. Y qué cuerpo. No, cuerpazo.

—¿Quieres algo de calor? —una risa escapó de sus labios mientras dejaba que lo examinara sin ninguna clase de pudor. Dioses, que arrogancia, ni comparado al chico que se escondía tras una roca hace unos minutos.

Y aquí entre nos, incluso puede ser pariente de Úrsula. ¿Ariel estará por aquí?

Tratando de ignorar tanto su pregunta, como su estado... uhm, de vestir, lo miré a los ojos fijamente. Ojos cafés, nada muy extraordinario. Curioso.

—¿Por qué me salvaste? —volví a repetir la pregunta, esperando, esta vez, una mejor respuesta.

Eso, y que ignorara mis anteriores pensamientos.

—Porque te conozco. Todos lo hacen.

—¿Qué? —el aire casi se me escapó de los pulmones.

—De tus vidas pasadas, por supuesto.

CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora