Cilophyte.-

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Cilophyte.-

Ella tenía su abrigo. El abrigo más chillón que he conocido es imposible de olvidar.

Mi mirada se ensombreció y sentí como mis músculos se tensaban por la presión que ejercían mis dedos al cerrar mis puños. Ira, sentía ira.

—¿Dónde está? —dos tonos más bajo de lo usual, mi voz raspó mi garganta.

La chica no me dejó de observar, pero en ningún segundo la expresión nula de su rostro cambió. Se hizo a un lado de la puerta permitiéndome entrar. No dudé.

El interior de la torre es exactamente igual que el exterior, y, al parecer, igual que la actitud de las dueñas del destino. Sombrío, rudimentario, viejo y frío.

La joven comienza a caminar por un lúgubre pasillo lleno de telarañas, y un húmedo aire comienza a filtrarse por mis pulmones. La tensión de mis músculos aumenta a medida que llegamos a una habitación más iluminada. Tiene forma de cúpula y está compuesta de piedra lisa tallada con los mismos símbolos de afuera, sólo que esta vez, en mayor cantidad. Un atril de piedra nos recibe, está mucho más limpio y cuidado de lo que parece la torre. En, él un libro grueso abierto en una página específica.

La joven, que aún sostiene tanto su actitud imperturbable como el abrigo de Becca me insta, mediante una seña, a acercarme al libro.

Con una caligrafía prolija se leía:

Rebecca Isabel Hunter

La hoja estaba en blanco.


Rebeca.-

Vuelvo en mí cuando siento arena golpeando mi cabeza y algo sujetando mi cintura.

Me sacudo en movimientos rápidos y dolorosos tosiendo lo que espero sea agua de mar y no mis órganos internos. Me duele hasta respirar. Lentamente recupero el control de mi cuerpo sintiendo aún pequeños espasmos. Lo que sea que siento en mi cintura me obliga a moverme hasta estar de costado. De manera perezosa logro abrir mis ojos, los siento pesados e irritados por el agua. Demonios.

Lo primero que logro enfocar es mi propio vaho saliendo de mi boca en un tembloroso suspiro. Mi mano se apoya en lo que reconozco como arena tratando de incorporarme.

Un movimiento brusco me hace caer de bruces al suelo cuando lo que sea que sentía rodeando mi cintura desaparece al mismo tiempo que escucho un chapoteo. Trato de incorporarme nuevamente prestando más atención a mi alrededor.

¿Estoy en tierra?

Mis sentidos vuelven poco a poco desde la punta de mis dedos tocando la arena, hasta la punta de mis pies siendo mojadas aún por el agua. Vuelvo a sentir un chapoteo cercano.

La ropa se me adhiere a la piel haciéndola más sensible al momento de sentarme al fin. Por el rabillo del ojo veo algo moverse en el océano hacia atrás de una roca. Y es ahí cuando lo siento.

El golpeteo de mi corazón en mi pecho, la tensión de mis músculos, y el inconfundible el cosquilleo en mi nuca.

Hay un ente sobrenatural cerca.

—No deberías sentarte aún. Estuviste mucho tiempo inconsciente y en el frío del Atlántico —una voz aparece desde atrás de la roca.

—¿Qué... eres? —mi voz aparece rota desde las paredes de mi garganta.

—Sérrion.

—No pregunté quién. Pregunté qué.

El chapoteo del agua vuelve a escucharse cuando lo que reconozco como un tentáculo de pulpo aparece en mi campo de visión. Justo detrás de la roca.

Vaya, no pensé que los pulpos hablaran.

O que fueran azules.

—No soy un pulpo. Y sí, hay pulpo azules —el dueño de la voz termina de salir de atrás de la roca. Definitivamente no es humano.

Y tampoco un pulpo.

—Que no soy pulpo, Rebecca. Soy un Cilophyte.

¿Acaso el acaba de leer mi mente?

— Sí lo hice.

CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora