Cupido -.

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Cupido -.

Las palabras salieron sin tener que pensarlas demasiado. Y me quedé helado después de eso.

Becca enmudeció y su vista bajó hacia sus manos. La espera me está matando, ¿Por qué no dice nada? ¿Es tan difícil de creer?

—¿Me repites la pregunta por favor?

Uhm... ¿Qué?

Su mirada se encontró nuevamente con mis ojos y no pude hacer más que pestañear. Esta mujer cada vez me resulta más extraña.

—Soy el verdadero Eros, Cupido, el Dios griego del amor —un sudor frio se apoderó de mis manos mientras recitaba el discurso que traía preparado. Bueno, una parte.

Mordí mi labio inferior mientras veía como apoyaba sus codos en la mesa y acercaba su cuerpo por sobre ésta hacia mí. Sus ojos se achinaron observándome más detenidamente. ¿Qué rayos está haciendo? ¡Está muy cerca, joder!

—¿Eres el bebé de alitas, pañal y arco con forma de corazón? —sus dedos hacer el movimiento juntándose desde el centro y dibujando en el aire la forma pronunciada. Su perfume me inunda—. Pues te digo en este instante que si la respuesta es "Sí", ese típico estereotipo no te favorece —su mirada me recorre de arriba abajo por sobre la mesa—, para nada.

Las últimas palabras salieron de sus labios casi como un suspiro, y un tono de voz más coqueto de lo normal.

¿Esto es lo que se conoce como sonrojo? Maldita sea Eros, piensa en corderitos.

Pero mi cuerpo reaccionó de la manera menos común. Aunque no me lo crean, me reí. Si, una carcajada limpia salió de mis labios. Y por razones hasta ahora inexplicables, mis nervios se desvanecieron, haciéndome sentir realmente cómodo.

—El arco y las alas las tengo, lo demás..., vete a saber tú donde lo han inventado —ambos rompemos en carcajadas mientras la mesera trae su pedido.

Le agradece con un asentimiento de cabeza y vuelve a mirarme.

—¿Entonces..., todos los seres que he visto..., son Dioses? ¿Tipo Olimpo, Zeus y esas cosas?

—Sep —bajó la vista mientras bebía un sorbo de su té. Pidió un té. ¿Quién cojones bebe té en un cafetería? Ah sí, Rebecca—. ¿Qué pensabas que eran?

—No lo sé ­—sus ojos vuelven a mí y una chispa brilla en ellos —. A veces pensaba que eran, no sé, aliens. Incluso cuando pequeña los creía unicornios disfrazados de personas, por eso brillaban ¿Qué tan descabellado suena eso? —su risa resuena en mis oídos —. Me alegra saber que al menos es algo que conozco.

—¿A qué te refieres?

—Siempre me llamó la atención la mitología; griega, romana, egipcia, y a sí. Ahora que puedo analizarlo tiene mucho sentido. Sus vestimentas, el brillo inusual, la belleza extravagante, el que nadie los recuerde, la irritante mirada de superioridad, el pésimo carácter, el típico y molesto aire de grandeza que los rodea...

Alzo una ceja en su dirección. Un sonrojo cubre sus mejillas al darse cuenta de lo que ha dicho.

»¡Pe-pero no me refería a ti! ¡Ya dije que, que eras diferente!¡No diferente de extraño, si no del bueno! Más humilde y cariñoso. Pero no de ese tipo de cariñosilidad...—desde ahí rápidamente comienza a balbucear frases sin sentido y mi risa no tarda en hacer aparición—. Joder, odio el vómito verbal.

Cubre su cara con sus manos en un gesto de vergüenza que me parece de lo más tierno. No puedo parar de reír.

¿Tierno? ¿Es enserio Eros?

Suspira un segundo con las manos aún en su frente, y los codos en la mesa. No puedo ver su rostro pero su risa comienza a acompañar la mía. Terminamos el té y las donas en un silencio agradable.

De repente un pinchazo pasa por mi cabeza y la lista comienza tomar forma en mi mano. Joder.

Ella se percata y su vista se dirige al trozo de papel negro que ahora sostengo.

—Joder, debo irme —dejo la frase en el aire, no sé como despedirme después de..., después de lo que sea que haya sido esto.

—¿Una urgencia?

—Peor, trabajo —me levanto de la mesa dejando dinero en ella. Sí, me gusta pagar ¿y qué?

Con el sonido de la campanilla salimos al aire fresco del exterior. Pasan de las 5 de la tarde. Desde que nos levantamos de la mesa Rebecca me observa detenidamente. Mi forma humana se resquebraja, las alas ahora me acompañan. Me giro hacia ella dispuesto a despedirme.

—¿Puedo acompañarte?

CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora