Encuentro 3-.

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Encuentro 3-.

Jamás creí que esto sería remotamente posible para un Dios; huí. Así, tan cobarde como suena.

Un cosquilleo en el pecho me sucumbió, y mi anormal ritmo cardíaco se aceleró. La tenía allí, a escasos metros por delante de mí, pero no pude hacer más que observarla desde lejos. Y ella a mí, me había reconocido.

Nuestros ojos se encontraron y los escaneos corporales comenzaron. Temblé. Observé su cabello enmarañado; antes oculto por la capucha de su sudadera; sus ojos verdes, sus largas y naturalmente encorvadas pestañas, sus cejas curvas y su cuerpo cubierto por una sudadera gris dos veces más grande que ella y unos jeans oscuros cortados a la altura de las rodillas. Oh, y no podemos olvidar llamativas zapatillas amarillas fosforescentes ¿Quién puede tener zapatillas de ese color?

Mis pensamientos en aquel entonces quedaron varados cual barco sin motor. Sus ojos comenzaron a recorrerme. Una llamarada inexplicable de calor se extendió por todos los lugares que ella examinaba. Y cuando terminó, subió nuevamente la vista hacia mi rostro y sonrió. Una sonrisa para mí. Una puta sonrisa.

Parpadeé durante un mili segundo y ya no me encontraba allí. A una velocidad sobrehumana mis pies me habían llevado lejos de ella. Mis propios pies.

No miento cuando digo que nunca había sentido algo como eso. Nunca Jamás. Debo dejar de leer cuentos humanos.

Respiré profundamente, hoy no dejaría que sensaciones extrañas me perturbaran. El trabajo era un deber que no me permitía desobedecer, es una cualidad que aprendí de mi padre; Ares.

Volé sobre la residencia femenina. El nombre de Keila Montez era el último nombre grabado en mi lista de hoy. Lista que curiosamente, al parecer también quería llevarme a Yale por segunda vez esta semana.

Bufé.

Mis pies tocaron el suelo de piedra cuando mi forma humana se materializó. No pasaban de las siete de la tarde, pero aún así había pocos alumnos rondado el campus. El hecho de que sea el último día de la semana debe influir.

Me adentré a la residencia evitando la mirada curiosa y de deseo que me daban las pocas huéspedes que aún quedaban aquí. No pasaron más de diez minutos, cuando ya vi mi trabajo completado.

Volví por el mismo camino, un bostezo involuntario se escapó de mí. Lo admito, tenía la pequeña esperanza de verla hoy.

Hice un pequeño estiramiento con mi brazo izquierdo antes de volver a mi forma etérea, esa en la cual nadie, excepto otros dioses podían verme. Extendí también mis alas.

—¡Hey tú! —una voz peculiar llamó mi atención, y no porque ésta me fuera conocida, sino, porque me asustó la cercanía a la cual la escuché.

Me volví a mirar por sobre mi hombro. Allí se encontraba su puta sonrisa otra vez. Y adivinen qué, los temblores volvieron.


CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora