Bruma-.

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Bruma-.

Un olor familiar y extremadamente dulce me rodeaba. Mis párpados se encontraban pesados y la mullida superficie en la que me encontraba no hacía nada para impedirme no reconocer el lugar en donde estaba.

Era la casa de mi madre.

Comencé a abrir y cerrar mis manos, aún podía sentir una pequeña molestia en mi mano derecha, recordé que aquella mano era la que había sujetado la espada divina que mi padre me había dado.

Me enderecé rápidamente abriendo al fin los ojos e inhalando profundamente la fragancia impregnada en la alcoba. Un dolor taladrante me golpeó en el costado. Una venta reposaba allí. Grácilmente me deslicé por la cama hasta que mis pies tocaron en suelo afelpado.

Una Arpía nos había atacado, Rebecca estaba en el océano, invoqué las armaduras y me desvanecí. Los recuerdos no pararon de llegar hasta el punto que no sabía más. Pregunta tras pregunta les siguieron. ¿Qué había sucedido?; ¿Cómo demonios había llegado aquí? Y la más importante de todas me golpeó como un balde de agua fría ¿Dónde estaba Rebecca?

La puerta se abrió y la despampanante figura de mi madre apareció. Semi desnuda.

—Oh, mi cielo. ¿Cómo te encuentras? —nada más que una bata de seda transparente cubría su cuerpo, dejando a la vista todo lo que la caracterizaba como una mujer al descubierto. Risos a borbotones caían desde su cabeza justo hasta el final de donde la espalda cambia de nombre—. Te goleaste muy feo ¿eh? Mi dulce Eros, te desmayaste a tal punto que tuve que ir a recogerte. ¿Me puedes explicar por qué invocaste la armadura de Dios en medio de un océano? ¿A qué estabas jugando?

Su mano viajó a mi mejilla acariciándola. Mi ceño se frunció en contestación, definitivamente aún estaba algo ido.

—La chica —las palabras raspaban mi garganta dolorosamente, pero no planeaba detenerme—. Había una chica conmigo.

—¿Te refieres a una humana? No había nadie allí más que tú.

Con la mano en mi costado sentí como todo mi cuerpo se tensaba. Al parecer mamá no quería decir más.

—Sí, si lo había. ¿Dónde está? —caminó por enfrente de mi hasta su tocador, y tomando un cepillo comenzó a peinar las puntas de su cabello totalmente exenta al caos en mi mente—. Afrodita, ¿Dónde está la chica que estaba conmigo?

Mi voz sonaba dura mientras un sentimiento extraño me recorría. El nombre de Becca no paraba de rondar por mi mente.

—Te dije que no había nadie más. Y si lo hubiera debe haber muerto, por supuesto.

No. No, no no.

El aire abandonó mis pulmones. Una ira monumental crecía en mi interior transformándose en calor irracional. Eso no podía ser cierto, Becca no estaba muerta, yo la vi, estaba sana y salva antes de caer de mis brazos. Miré a mi madre con incredulidad, hasta dónde yo recordaba Rebecca sólo había caído al agua, nada más. No hay posibilidades de que esa afirmación dicha con tanta desgana y confusión fuera cierta.

Pero Eros, tú jamás la viste nadando.

El anterior calor creciente en mi desapareció tan rápido como había llegado. El golpe de mi subconsciente terminó por despertarme haciéndome creer, por un momento, en esta rara realidad. En esta absurda realidad. Miedo calaba mis sistemas y los anteriores dolores de mi mano y mi costado cosquillearon. Es cierto, ella había recibido un golpe casi directo al igual que yo... nunca la vi nadar, tampoco escuché chapoteos en el agua por estar más concentrado en exterminar lo que yo creía que era nuestro mayor peligro, la Arpía.

Todo fue negrura y brumas otra vez.

CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora