Días.-

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Días.-

Llámenme cobarde todo lo que quieran. Ya no puedo dar marcha atrás a mi decisión, no debo dar marcha atrás. Becca casi muere en mis brazos. No me importa que sea un hilo blanco, que pueda vernos y sentirnos, ni que le cause cosas extrañas a mi respiración, nada importa cuando lo comparo al hecho de que casi muere y por mi culpa. ¿Cuándo se ha visto en la actualidad a un Dios vincularse con un humano?

Esas antiguas prácticas se extinguieron.

Me es difícil admitir que no me dolió dejarla allí tirada, como que mi corazón de estrujó. No sé qué es lo que sucede desde que ella apareció en mi vida, no puedo explicarlo y personalmente la curiosidad me llamaba a descubrirlo, pero ¿La arpía? Se suponía que vivían custodiadas y encerradas. ¿Las parcas interfiriendo? Un meteorito es más probable. ¿Ella en una isla con marcas de estrangulamiento? Mátenme, porque creo que definitivamente mis parientes divinidades tienen algo que ver.

No puedo inmiscuirla más en nuestro mundo sin saber que está pasando, sin saber qué significa que sea un hilo blanco. No puedo tratar con ella hasta saber que no la expongo a más peligros.

Froto mis ojos, aún tirado en la cama. Mis pensamientos no me dejaron dormir, porque sí, disfruto de hacerlo como cualquier mortal. No puedo evitar divagar, sobre todo, sin tener en claro por dónde empezar. Han pasado dos días desde que dejé a Rebecca en el estacionamiento, y no hay hora en la que no piense como se encuentra, en la que no me arrepienta de dejarla sola, en la que me diga a mi mismo que fue una buena decisión.

Perezosamente decido ir a la cocina por algo de comer. Y bajo las escaleras de mi humilde morada. Creo que nunca lo dije, pero vivo en una casa como cualquier mortal, lejos de las grandes ciudades, de las grandes naciones. Lejos del Olimpo. Desde hace siglos que no puedo sentirme cómodo en ese lugar, no me siento parte. Sí, hago trabajo para ellos, no soy un Dios desterrado e incluso convivo con Dionisio, uno de ellos, pero eso no quiere decir que forme parte activa de la élite divina.

Cojo una simple manzana de la cesta y salgo a la playa. Vivo en una isla algo apartada de otras, en medio del caribe. Cuando dije que convivía con Dionisio no me refería a la misma casa, debo aclarar. Si no a la isla. El vive en su punta, y yo en la mía.

Recorro la orilla estirando mis alas acalambradas luego de mis vagos intentos por dormir. Y es así cómo mis pensamientos vuelven luego a ella, a mi Becca.

Rebecca.-

Karen definitivamente no merece ser enfermera, esa es mi conclusión luego de dos días aquí. Olvida mis medicinas, se rió de mi cuando al pararme para ir al baño se me salió un gas y pasa 80% del tiempo pegada a su celular. ¿El otro 20%? Haciéndoles caritas de niña buena a los doctores de turno.

Perra.

Han pasado tres días desde que llegué, y al fin han decidido darme el alta. Karen entra por la puerta con lo que imagino es mi bolsa de cosas, me la entrega sin mirarme y mascando chicle se retira de la habitación. Eso es bueno, porque no planeaba darle unas gracias que no sentía.

Un suspiro escapa de mis labios. No me gustan los hospitales, huelen a desinfectante, medicamentos y se siente la pesadumbre en cada rincón. Incluso en un hospital universitario.

Eso y que siento muerte en cada lugar.

Cuando finalmente termino de vestirme, me estremezco cuando la realidad vuelve a pegarme en la cara. Y me es inevitable no sentir miedo.

Hace tres días perdí mi casco, las llaves de mi moto, mi abrigo, perdí a Eros.

Tía, han pasado tres días desde que casi mueres.

CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora