Alas -.

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Santas vacas voladoras ¿Qué se supone que le responda ahora?

—¿Acompañar...me?

—Sip, acompañarte —el viento azota su cabello hacia mí. Con una sonrisa lo ata hábilmente en una coleta caída sobre el hombro.

—Sabes que no, uhm... viajo de manera común ¿no? —la sonrisa de su cara no se borra mientras asiente.

Diablos ¿es posible? Miles imágenes de nosotros se aglomeran en mi cabeza. Levanto mi brazo acercando los datos de la lista hacia mí. George Hamilton. Tiene nombre de Estadounidense, quizá no está lejos de aquí. Leo su residencia: España.

España. ¡España! ¡¿Qué cojones hace un George Hamilton viviendo en España!? ¡Hay todo un maldito océano de por medio!

Mi cara debe ser un poema, tanto así que no me doy cuenta cuando Becca apoya su cabeza sobre mi hombro leyendo conmigo la lista.

—¿España? Nunca he ido —se me eriza la piel de la nuca. Y mis alas, antes expuestas hacia atrás se doblan como un movimiento involuntario, empujando su cuerpo hasta tenerla frente a mi­—. Oh, son muy suaves.

—Lo siento por eso —me encojo de hombros sin saber cómo actuar. Levanto mi vista hacia su rostro pero sus ojos no conectan con los míos.

—¿Puedo? —sigo su vista hasta atraparla con la mano estirada y observando las alas que ahora se encuentran a mis costados.

Asiento sutilmente con la vista fija en su rostro. Hace un movimiento de cabeza volviéndose a mirarme antes de acercar su mano a mi ala derecha. La palma de su mano conecta con ésta y con cosquilleo se extiende desde el lugar en dónde tocó directo a mi espalda, ésta se tensa al instante. Su mano se siente pequeña y sumamente cálida entre las plumas. El suave movimiento giratorio de sus dedos me produce una extraña sensación de tranquilidad.

Nuestras miradas se unen por largos instantes antes de que retire su mano rápidamente y pestañeé reiteradas veces bajando la vista.

Mis alas se alzan hacia atrás en busca de la caricia extraviada.

Los engranajes de mi cabeza trabajan arduamente. A mi velocidad máxima llegar a España no me tomaría más de 3 minutos.

—¿Crees que puedes soportar gran velocidad?

Sus ojos se abrieron con gran asombro y expectación. Y una sonrisa radiante le iluminó el rostro. Wow, ella parece..., resplandecer.

Hey Eros, se te están subiendo las cabras al Olimpo.

—Espérame un momento —hace una señal con su dedo índice. Mira hacia ambos lados antes de dirigirse casi a trote a una motocicleta estacionada a pocos metros.

Su abrigo amarillo a medio muslo se ondea a sus espaldas. Sus piernas son abrigadas por unas botas ajustadas con poco taco que le llegan casi a las rodillas. Unos jeans oscuros es lo otro que puedo ver.

Al llegar a la motocicleta —que, supongo es de ella— levanta una pequeña tapa de una caja en la parte trasera con ayuda de una llave.

Zeus, lo confirmamos. La motocicleta sí es de ella.

Veo como saca un casco acorde al vehículo y cierra la caja con la misma llave. Sus ojos se conectan con los míos mientras regresa hacia mí guardando el llavero en el bolsillo de sus jeans. Llega en frente de mi y posa el casco por sobre su cabeza, abrocha la cinta por debajo de su mentón con maestría.

—Me gusta la velocidad.

Mis alas se abren con antelación hacia mis contados.

—Vamos.

CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora