Capítulo 1

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Capítulo 1: El nuevo profesor


Las luces se encendían y apagaban con cada bit de la canción. Los gritos de euforia detrás de mí llegaban a aturdirte los oídos, pero no me importaba porque yo estaba igual o peor que ellos. Cada vez que escuchábamos esos hermosos solos en la guitarra, parecía una especie de orgasmo para todos nosotros, incluyendo a los hombres. Aunque ellos no quisieran admitir que les emocionaba cada acorde tocado en la guitarra eléctrica, en sus cabezas se imaginaban a ellos mismos tocando la misma canción.

Después de muchos años, mi momento había llegado. Oliver Sykes se encontraba frente a mí, cantando una de sus canciones más famosas mientras me miraba fijamente a los ojos. Bajó del escenario y, con todos los chillidos de las mujeres que se encontraban a mi alrededor, se fue acercando poco a poco a mí. Ahora mismo, agradecía haber dormido afuera de la arena donde se estaba llevando a cabo el concierto y, así, haber logrado estar en primera fila.

Cuando el cantante más guapo de todos estuvo frente a mí, tomó mi mano y me guiñó un ojo, provocando que un leve sonrojo apareciera en mis mejillas. Mientras seguía cantando, fue acercándose poco a poco a mí. Conocía perfectamente sus intenciones, y no es como que yo lo ignoraría. Por favor, ¿quién dejaría pasar un beso con su cantante favorito? Por eso, cerré mis ojos, acercándome de igual forma a él, y...

—Elle, ya levántate. Se te hará tarde —gritó mi madre detrás de la puerta de mi habitación.

Me desperté de golpe, recibiendo como primera imagen del día, el techo blanco de mi cuarto. La alarma a mi lado no dejaba de producir un ruido muy molesto, así que le di un fuerte golpe y logré que se callara. Jadeando, puse una de mis almohadas en mi cabeza para que la luz del Sol a través de la ventana no me molestara, dispuesta a dormir una vez más.

—¡Elle! —insistió la mujer que me dio la vida, golpeando constantemente la puerta.

—Ya voy, mamá —me quejé.

—Te quiero abajo en veinte minutos, señorita.

Quité la almohada de mi rostro y me senté en la cama, tallando mis ojos para poder ver mejor. El reloj sobre la mesita de noche marcaba las 6 de la mañana, y la hora de entrada es a las 7:00 am. Cómo desearía dormir, aunque sea 10 minutos más, pero debido a que mis padres eran las personas más puntuales y responsables del mundo, ni locos me dejarían llegar tarde a la escuela, mucho menos faltar porque quería quedarme dormida otro rato.

No me quejo de mis padres, si para mí ellos son los mejores del mundo, pero también deben entender que la vida del estudio es cansada y no hay nada de malo faltar a la escuela de vez en cuando.

—¡Mamá! —grité.

—¡No vas a faltar a clases, Giselle!

Bufé porque ni siquiera le había dicho lo que quería y ya me había dado una respuesta. Como pude, logré levantarme de la cama y me dirigí al baño para ducharme. Minutos después, salí, me vestí con una playera completamente blanca, una chaqueta de cuero negra, un pantalón negro y mis Converse del mismo color. No tenía ganas de peinarme, así que lo dejé suelto para que se secara al natural. De igual forma, solo apliqué algo de base en mi cara y un poco de labial rojo. No entiendo cómo hay chicas que se despiertan casi media hora antes para maquillarse para ir a la escuela, si yo muy bien apenas puedo aplicarme el labial sin parecer el Joker. Me parece una estupidez que a la gente le guste ir maquillada a la escuela, pero cada quién tiene sus gustos, así que no me quejo de ello.

Al abrir el cajón de mi cómoda para sacar un libro que me faltaba guardar, vi esa pulsera, la que me recuerda tanto a Tyler. Era muy hermosa, y por idiota —y orgullosa—, dejé de usarla. Por instinto, la tomé y la puse en mi muñeca. A fin de cuentas, esto no cambiaría nada. Él ya se olvidó de mí y yo ya me olvidé de él... o eso creía.

El Mejor ProfesorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora