IX. Zing

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El bosque este era aún más tétrico que el bosque de los gigantes. Los pocos árboles que crecían lo hacían de forma errática, curvándose en formas raras e imposibles y la mayoría ni siquiera tenían hojas, sino que eran de un color gris ceniza que le recordaba los cuerpos incinerados en los funerales del pueblo. Sin embargo, pese a que el lugar le inspiraba una incómoda sensación de inseguridad, no sentía miedo, con Winnie al lado se sentía seguro, como si por fin hubiera encontrado lo que, sin saber, estaba buscando, pero que lo completara.

Mientras más se adentraban menos arboles habían, hasta que llegaron a un punto donde no había ninguno, solo una rara forma de hierba, con un color negruzco. Era como si en ese lugar las cosas crecieran muertas o podridas. «Debemos estar cerca.» Dennis nunca se había internado hacia dicho bosque, los únicos que podría decirse que conocía eran Feera y Lunaris; el primero por tres incursiones fallidas y el último por Winnie, por lo que no sabía que encontrarse en este.

Ella le apretó la mano y tomó su cuchillo con su otra pata; se veía alerta.

—¿Hueles algo? —le preguntó, y al verla inconscientemente sus ojos se posaron en sus labios. El beso le daba vueltas en la mente.

Ella hizo un mohín.

—No. Todo huele a muerto —dijo—; eso me molesta. No detecto nada.

—Ya.

Asintió y siguieron avanzando. La especie de pradera de hierba negruzca empezó a volverse como semicircular, es decir, la grama empezaba a desaparecer en lugares específicos, formando una semicircunferencia a su alrededor, como delimitando la zona de los ghouls. Si bien recordaba Dennis, los ghouls eran criaturas necrófagas que comían todo lo que estuviera muerto así como todo lo que se moviera, y su mordida causaba una infección que corroía muy rápido, como veneno.

Siguieron caminando y ahora el terreno era, literalmente, muerto. No había nada, ni plantas, ni sonidos animales, nada; hasta la tierra era grisácea, como ceniza o arena. Una rara niebla parecía emanar de la tierra misma, como miasma, y, al adentrarse en ella, descubrieron algo parecido a un panteón: varios altares de piedra, rectangulares, con enredaderas creciendo por y alrededor de estos, cuerpos tirados por aquí y por allá, de una piel negra como carbón y con unas pústulas que parecían que iban a explotar al primer toque.

—¿Qué son? —preguntó Winnie.

—¿Qué crees? —repuso Dennis.

La volteó a ver y ella tenía una expresión de asco, estaba respirando por la boca, quizá porque el olor era demasiado nauseabundo.

—Busquemos uno que tenga un ojo —apremió—; quiero irme lo antes posible.

Dennis miró los cuerpos en apariencia inertes en el suelo, como incitándolos a ir por ellos, en busca de alguno que aún conservara, al menos, uno de los dos ojos; sin embargo, todos estaban con un nivel de descomposición tan avanzados que solo estaban las cuencas vacías y la piel tirante de estas.

Se acercó a uno que estaba más cerca y cuando lo tocó, este reaccionó y le tomó el brazo. Dennis reprimió un grito de sorpresa y en un rápido movimiento, tomó la espada corta en su cintura y dio un mandoble. Cortó al ghoul como mantequilla, este cayó hacia atrás y se consumió con un suave brillo blanco, hasta que ni las cenizas quedaron.

Winnie miró la espada, cautelosa, y luego a Dennis.

—¿Cómo lo hiciste? —preguntó.

Dennis tragó grueso, recuperándose de la impresión.

—La-la sangre de unicornio. —Respiró de forma más pausada—. La sangre de unicornio quema lo impuro.

—Define impuro.

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