Capítulo 3. un ocho.

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—¡Por supuesto que debo estar aquí!

Pero Christian prosiguió sin escucharla:

—Entonces hay alguien que no debe estar.

Todas se volvieron al unísono a mirar a Anastasia. Ella cruzó los brazos sobre los senos y se ocultó detrás de una mesa. Su cara y todo su cuerpo estaban tan rojos como el pelo de Elena. Si antes se había sonrojado,
no era nada comparado con lo de ahora.

—¡Tú no eres modelo!

Christian entrecerró los ojos y la miró con gesto acusador.

—¿Modelo? ¡Por supuesto que no!

Aquello era lo último que esperaba oírle decir. Si se suponía que no debía estar allí, imaginaba que había intentado colarse para hacerse un nombre y aprovecharse.

Ya le había pasado otras veces.
Frunció el ceño sorprendido de la inmediata negativa. Si no era modelo, ¿qué estaba haciendo allí y por qué se había desnudado?

—¿Quién eres tú?

—Ya te lo he dicho —sonaba ya casi desesperada—. Soy Anastasia. Anastasia steel. Tu hermana me envió.

—¿Mia? ¿Que Mía te ha enviado?

Ella sacudió la cabeza. Tras sus brazos, notó que también sus senos se agitaban. Christian cerró los ojos.
Cuando los abrió fue para verla ponerse apresurada uno de los albornoces que había tirados sobre la mesa.

—Sí, me envió Mia. Para trabajar para ti. Durante el verano. Para ser tu
asistente.

—Asistente —repitió Christian como sí no hubiera escuchado aquella palabra en su vida.

—Sí, me dijo que tú habías aceptado. ¿No es cierto?—Christian apretó los dientes.

—Puede.

—¿Sólo puede?

—Supongo que debo haberlo hecho —murmuró él.

Pero sólo porque aceptaba cualquier cosa que Mia le pidiera. Le debía mucho a su hermana. Sus padres habían muerto cuando Mia tenía veinte años y ella prácticamente lo había criado abandonando la universidad para poder hacer un
hogar para los dos. Y después había trabajado duro para mandarlo a él a la universidad. Lo había apoyado y había creído en él toda su vida.Y Christian no podía negarse a nada de lo que le pidiera.

Pero a veces, cuando realmente no le apetecía hacer algo, se lo había dejado saber por el tono de voz y ella nunca lo había presionado.Hasta ese momento. Con furia creciente, aunque no sabía si estaba enfadado con Mia, con Anastasia o
consigo mismo, le gritó a Anastasia.

—Si se supone que debes ser mi asistente, ¿qué diablos haces quitándote la maldita ropa?

—¡Me lo dijiste tú!

¿Era así de fácil?, pensó estupefacto Christian.

—¿O sea que si te encuentras a alguien por la calle y te dice que te quites la ropa, lo haces en el acto?

—¡Por supuesto que no! —su cara estaba ahora escarlata, notó Christian con satisfacción—. Pero cuando Mia me dijo que podía venir me recalcó que hiciera lo que me dijeras, que estaba obligada a hacer todo lo que me pidieras.

Sus miradas se clavaron.
Pero ella no apartó la suya. Era valiente, tuvo que reconocer Christian.Anastasia estaba respirando con tanta agitación que casi podía ver sus senos alzarse por debajo de la suave tela de toalla. Recordó como un fogonazo cómo eran desnudos.

Tan castalla casi rubia como era, Anastasia steel no tenía la piel de una rubia. Sus senos eran de un cálido color miel y los pezones de un rosa polvoriento.

—¿Por qué usas a esa chica? —la mirada de Elena se deslizó de Christian a Anastasia con gesto acusador—. ¡No puedes usar a esa chica! ¡Yo soy la número siete!

Se plantó las manos en las caderas y lo miró con furia.

—Elena… —empezó Christian para aplacarla.

Ella le tomó la cara entre las manos y le plantó un beso en la boca.

—Empezamos de nuevo, ¿verdad? Perdonad a Elena por llegar tarde, ¿si?

—Sí —respondió Christian de forma automática sin dejar de mirar a Anastasia paralizado.

—¡Christian!

Él ladeó la cabeza hacia ella.

—¿Eh!

La modelo pateó el suelo con el pie desnudo.

—¿Empezamos ya?

—Sí, por supuesto —por fin Christian pudo apartar los ojos de Anastasia steel—. De acuerdo. Tomadlo con tranquilidad. Ya sabéis lo que hay que hacer —les dijo a las demás modelos.

Todas empezaron a moverse en círculo de nuevo y Elena se introdujo con facilidad en la formación sin que el cuerpo le temblara, notó Christian con satisfacción.

—¿Y qué pasa conmigo? —preguntó Anastasia—. ¿Qué debo hacer ahora?

Christian la miró una vez más. Su mente veía todo lo que el albornoz tapaba. El cuerpo se le endureció.
Por suerte también su resolución.

—Vete a casa.

¿Irse a casa?
Nunca se atrevería a dar la cara en Collerville, Iowa, de nuevo. No después de haberse enfrentado con todo el mundo para irse a Nueva York.

Anastasia se fue al pequeño vestuario y escuchó la seductora voz de barítono de Christian Grey animando a las modelos a que se estiraran y nadaran. Igual que había
hecho antes con ella.

¡Oh, Dios! Se apretó las mejillas con las manos e intentó no sonrojarse. Pero era mucho pedir. Tenía todo el cuerpo sonrojado y ardiente. Si los sofocos eran algo así, esperaba que no le llegara la menopausia nunca.

Aunque no creía llegar a tanto.
Antes se moriría de vergüenza.
Se puso la ropa interior y se deslizó el vestido por la cabeza jadeando como si hubiera recorrido una maratón. Le temblaban tanto las manos que apenas pudo abrocharse el vestido. Se metió los pies en las sandalias y ni siquiera intentó retocarse la pintura de labios. Estaba segura de que si lo hacía parecería una niña demente de tres años que se hubiera coloreado toda la boca.

Así que por fin terminó. Ya estaba vestida. Armada para enfrentarse al mundo. Pero era incapaz de abandonar el vestuario. No podía salir al estudio. No se atrevía a enfrentarse a Christian Grey de nuevo. Se sentía mortificada.

Y él se pondría furioso.
¿Y por qué tenía que ponerse furioso? ¡Era ella la que se había quitado la ropa! ¡Él simplemente le había pedido que lo hiciera!
¿En que habría estado pensando ella?

Bueno, la verdad era que no había pensado en nada. Eso era evidente. Si lo hubiera hecho, hubiera comprendido que un fotógrafo como Christian Grey notendría ningún interés en fotografiar a una tonta temblorosa de Iowa, ¡por Dios
bendito!...

Grey El FotógrafoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora