Capítulo 27.

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—No sabía ni que conociera la palabra —Sierra batió los párpados—. Aunque no es mala idea. Ha estado muy tenso últimamente.

—Echará de menos a Beatrice—dijo Anastasia.

No supo por qué, pero sintió un vacío al decirlo.

—Puede ser. Estaban muy enrollados antes de que ella se fuera. Y ella creo que está por el oeste. Me pregunto si Christian irá para allá.

Se iba a Montaña, le explicó a Anastasia más tarde. Ya había hecho reservas para el sábado después de comer. Ella podría mudarse allí por la mañana y le daría las instrucciones de dónde dormiría y de lo que tenía que encargarse.

—Puedes regar las plantas, recoger el correo y el periódico de la mañana.

Todo estaba limpiamente planeado. Ni siquiera le había preguntado si quería cambiar de planes. Lo daba por supuesto. Todo lo que Anastasia consiguió decir fue:

—Pero si te vas a ir, no hace falta que me quede yo. ¿Para quién estaría
trabajando?

—Para mí. Necesito que alguien cuide de mi casa. Y así te pasarás el resto del verano haciendo turismo como planeabas. A menos que pretendas dejarme tirado.

—No, no. Por supuesto que no. Me quedaré.

Y eso fue lo que hizo.

A última hora de la mañana del sábado, recogió todas sus pertenencias y Rhys buscó un taxi para irse los dos a la casa de Christian.

—¿Qué diablos está haciendo él aquí? —preguntó Christian en cuanto se abrieron las puertas del ascensor y vio a Rhys seguirla con sus maletas.

—Me está ayudando con el traslado. ¿Dónde ponemos las bolsas?

Christian señaló al final del corredor antes de volverse hacia Anastasia.

—Podría haberte ayudado yo. Dijiste que se iba.

—Ah, el miércoles. Bueno, ¿qué quieres que haga?

Christian frunció el ceño en dirección a la habitación donde había desaparecido Rhys y giró la cabeza hacia la terraza.

—Ven, te lo enseñaré.

Primero le enseñó la habitación donde dormiría, muy espaciosa y con preciosas vistas a Central Park. Pero lo que le llamó la atención no fueron las vistas del parque, sino las fotografías de la pared. Eran fotos de niños jugando en blanco y negro.

Encantada, Anastasia se acercó más.

—Vamos —le importunó Christian—. Te enseñaré lo que tienes que hacer con las plantas.

Con desgana, se apresuró a seguirlo. Nunca había visto un apartamento como el de Christian. ¡Era inmenso! Las habitaciones eran palaciegas con vistas al parque y el comedor tenía unas puertas correderas que daban a una terraza que era como un jardín, con árboles y arbustos en macetas. Era precioso.

—Si llueve mucho, no hace falta regarlas, pero si no, ahí tienes una manguera. Úsala cada dos días.

Le enseñó cómo funcionaban los cierres y el sistema de seguridad y le dijo el nombre del portero y el superintendente.

—Ellos te ayudarán si tienes algún problema.

—Parece como si pudieran cuidar la casa mejor que yo —dijo Anastasia con sinceridad.

—Quiero que se quede alguien a vivir aquí.

—Yo no discutiría con él —dijo Rhys con una sonrisa de buen humor—. Tienes una casa muy bonita.

—Gracias —dijo Christian con sequedad—. No te retrases por nosotros. Quiero enseñarle a Anastasia cómo funciona el triturador de basura. No hace falta que esperes.

—¡Oh, esperara. —Rhys sonrió—. Nos vamos al Jardín Botánico.

Christian se quedó muy rígido y le tembló un músculo de la mandíbula. Miró a Anastasia durante un largo momento con mirada impenetrable. Casi parecía dolido.

Entones dijo:

—Bien —de repente pareció tener prisa—. No es difícil. Ya lo averiguarás sola —se dio la vuelta y sacó sus bolsas de lo que debía ser su habitación. Le dio dos llaves y se dirigió a la puerta—. La pequeña es la del buzón. Está en el recibidor. El
correo llega hacia las dos. Gracias. Adiós, Anastasia steel. Ha sido....interesante.

Y antes de que ella comprendiera que probablemente no lo vería nunca más, ya había desaparecido en el ascensor.Anastasia  se quedó allí parada mirando el sitio por donde había desaparecido, sintiendo una profunda vaciedad hasta que Rhys se acercó a ella.

—¡Eh! ¿qué te parece si nos vamos a comer?

Había sido una buena idea.

Y lo único que podía haber hecho, se aseguró Christian al sentarse en el avión. Tenía a alguien que cuidara de su casa, le estaba haciendo un favor a su hermana y al mismo tiempo la estaba protegiendo de los lobos sin escrúpulos.

¡No era culpa suya si ella era lo bastante estúpida como para acompañar a uno al Jardín Botánico!Y él pensaba disfrutar. Iba a relajarse y a descansar, a olvidarse de todo menos de los arroyos y los nos limpios, de los osos y ciervos, peces y todo lo que fuera vida salvaje. Iba a respirar el fresco aire alpino de Montana y a hacer ejercicio.

Se iba de vacaciones y no pensaba dedicar un solo minuto a pensar en Nueva York, en Anastasia o en su profesión. Ni uno solo. Lo borró todo de su mente en cuanto el avión despegó. Cerró los ojos y le dio
vacaciones a sus pensamientos.

¿Dormiría ella esa noche en su cama?.

Grey El FotógrafoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora