Capítulo 23.

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—Toma —Christian le pasó un plato, examinó el nivel de su copa y asintió satisfecho antes de dar un bocado a un canapé—. Bueno, ¿qué te parece?

—¡Desde luego no tiene nada que ver con Collierville! —gritó ella por encima de las voces—. Aquí hay más anillados que pendientes normales.

—¡Christian, cariño! —una diminuta mujer de pelo plateado, vestida con un caftán indio, lanzó besos al aire en dirección a Christian antes de colgarse de su brazo—. ¡Me alegro tanto de que hayas venido! ¡Temía que estuvieras deprimido!

¿Deprimido? Anastasia miró a Christian y lo vio esbozar una tensa sonrisa a la diminuta dama.

—Yo no me deprimo, Marie. Eso ya lo sabes. El trabajo es el trabajo.

—Ah, sí, querido, pero me quedé alucinada cuando Palinkov dijo que no.

Anastasia frunció el ceño. ¿No era aquél el diseñador para el que habían estado haciendo el portafolio?

Miró a Christian .

—Pero ya veo que te has traído consuelo contigo —la mujer miró a Anastasia de arriba abajo con una sonrisa—. ¿Y quién es esta chica tan guapa, querido?

—Mi asistente —gruño Christian—. Anastasia steel, Marie Kremmerer.

¿Aquélla era Marie? ¿Su anfitriona? ¿La agente de Christian?

—¿Tu asistente? Estás de broma, ¿verdad? He visto a tus chicas, Christian. Esta no tiene nada que ver con ellas.

—Sin embargo lo es.

—Eso es exactamente lo que soy, señorita Kremmerer —dijo Anastasia ofreciendo la mano a su anfitriona—. He oído hablar mucho de usted. Gracias por dejarle a Christian que me invitara.

Marie agitó una mano con desdén.

—Christian siempre hace lo que quiere —dijo tomando la mano de Anastasia un instante—. Me alegro de tenerte aquí, querida —entonces se volvió hacia Christian—. Tienes que hablar con Palinkov. Que te conozca. Demuéstrale que no le guardas
rencor. Vamos. Está bajo esa palmera.

Empezó a arrastrarlo.

—Anastasia…

Marie detuvo a un fornido muchacho que pasaba con la otra mano.

—Horton cuidará a Anastasia perfectamente. ¿Verdad, Horton?

Horton, un californiano de pelo rubio por el sol y ojos azules, esbozó una lenta sonrisa.

—Apuéstate los calcetines a que sí.

Christian  pareció dudoso.

Anastasia no quería que se sintiera como su niñera. Después de todo, para él aquella fiesta era de trabajo y ya había sido bastante amable en invitarla. Así que esbozó una radiante sonrisa y agitó la mano.

—Diviértete.

Christian frunció el ceño.

—Diviértete tú también —murmuró mientras empezaba a seguir a Marie.

—¿Quieres mover el esqueleto? —preguntó Horton.

—¿Mover el esqueleto? ¡Qué divertido!

Ella era una mujer adulta.

No era su trabajo vigilarla y asegurarse de que no se sintiera fuera de lugar. ¡Maldición, si lo que quería era que se sintiera fuera de lugar!
Quería que volviera a Iowa.

Entonces, ¿por qué estaba doblando el cuello en busca de un vestido rojo
prestando sólo atención a medias a una conversación importante?
Se portó con toda cortesía con Palinkov, besó la mano de su mujer como el caballero cosmopolita que quería aparentar y le aseguró que estaba deseando ver lo que hacía Finn MacCauley con su siguiente colección.

Grey El FotógrafoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora