Capítulo 10.

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—¿Rhys? ¿Quién es ése? —quiso saber Christian.

—Mi vecino —dijo Mariah señalando abajo—. Compramos las casas al mismo tiempo. Él tiene los dos pisos de abajo. Parece un desperdicio cuando está soltero y apenas pasa suficiente tiempo en casa como para disfrutarla —sacudió la cabeza—. Es bombero y viaja por todo el mundo a apagar incendios. Pozos de petróleo,
desastres naturales y cosas así.

Christian vio cómo Anastasia abría cada vez más los ojos y le hubiera gustado que Mariah se hubiera guardado para sí misma los detalles
relevantes.

—¿Qué día recogen la basura? —preguntó—. ¿Qué hay de la basura reciclable? ¿Va a inspeccionar alguien todo ese trabajo de emplastecido?
Anastasia no será responsable de ello.

—He hecho una lista —Mariah hizo un gesto hacia unos papeles en el bloc de la cocina—. Lo he apuntado todo con fechas. No es gran cosa.

Christian lanzó un bufido. Para ella era muy fácil de decir. ¡Por algo se iba a los Hamptons! Pero sería Anastasia la que se quedaría allí. ¿Y si eran todos unos asesinos o violadores?
Bueno, eso no podía preguntarlo.
Pero Anastasia no parecía tener los mismos reparos que él. Agarró la lista y sonrió de forma beatífica.

—No hay problema. Suena divertido —miró a Christian con los ojos brillantes—. Así tendré una auténtica experiencia de la vida de Nueva York.

Mariah lanzó una carcajada.

—Eso seguro.

—Anastasia tiene un trabajo —le recordó christian—. No podrá estar aquí todo el tiempo.

—¡No tendrá que estar! Rhys puede dejarlos entrar.

—Pensé que estaba siempre de viaje por todo el mundo.

Mariah agitó las manos.

—¡Oh, ya sabes cómo son esos trabajos! Cuando está en el país, apenas sale del piso de abajo. Estará en casa durante las próximas seis semanas. Seguro que lo conocerás un día de estos —le dijo a Anastasia con un gesto de complicidad—. ¡Está
como un tren!

Christian apretó los dientes.

—Ella está comprometida.

Mariah sonrió con ansiedad un minuto antes de relajarse.

—Bueno —le dijo animada a Anastasia—. A nadie se hace daño con mirar, ¿no crees?

Las dos compartieron una carcajada conspiratoria. Cuando Anastasia lo miró, Christian tenía el ceño fruncido y ella le puso el mismo gesto.

—No estoy seguro de que deba tener una llave —protestó él.

Pero Anastasia lo interrumpió

—Pienso que es muy amable por tu parte —le dijo a Mariah como si él no estuviera presente—. Y estaré encantada de abrirles a los escayolistas o a quien haga falta. Estoy segura de que estaré muy a gusto aquí.

—Yo también —dijo Mariah ignorándolo también—. Y me sentiré mucho más tranquila sabiendo que habrá alguien viviendo aquí.

Las dos se estrecharon las manos entre sonrisas y Christian las miró con irritación. Entonces Anastasia se dio la vuelta hacia él.

—Bueno —dijo apresurada—. Gracias por traerme hasta aquí. Has sido muy amable, pero no quiero robarte más tiempo. Ya sé que estás siempre muy ocupado.

Y se lo quedó mirando como si quisiera que se marchara.Christian  no se movió durante más tiempo del que le hubiera gustado admitir. ¿Lo
estaba echando?

—La verdad es que sí estoy muy ocupado —dijo echando un vistazo a su reloj—. Tengo una cita y no quiero tenerla esperando.

Entonces les dirigió una orgullosa mirada masculina y se encaminó a la puerta.

—Mañana estarás en el estudio a las nueve de la mañana.—Anastasia parpadeó de la sorpresa.

—¡Por supuesto!

Christian abrió la puerta y se detuvo de nuevo.

—Puedes tomar el tren número nueve mañana. Sube en la setenta y nueve y sales en la dieciocho.

—De cuerdo.—Christian se detuvo de nuevo después de abrir la puerta.

—¿Sabes usar el metro?

—Por supuesto.

Pero Anastasia tragó saliva con nerviosismo antes de esbozar una sonrisa.

—Iré a recogerte. Sólo por esta vez. Espérame en la estación a las ocho y media.

—Yo le enseñaré los transbordos —dijo Mariah animada—. No te preocupes por eso. Tú vete a tu trabajo, que ella aparecerá puntual.

—Eso es —dijo Anastasia—. Mariah me lo enseñará.

Entonces las dos le sonrieron como si hubieran hecho un frente unido.
Sin embargo, Christian siguió sin moverse.

—¿Tu cita? —le recordó Anastasia.

Christian exhaló el aliento de forma audible.

—¿Qué? ¡Ah, sí!

Salió por la puerta, vaciló un segundo más, sacudió la cabeza y empezó a bajar las escaleras. Entonces escuchó cerrarse la puerta en el rellano superior. ¿Era así como se sentían las madres el primer día que dejaban a sus hijos en el colegio?.

***

¿Alguien me deja un comentario de como va la historia?

Es que si no, no me animo a seguir.

Grey El FotógrafoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora