Capítulo 5.

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Se detuvo y apretó los labios.

—¿Lío? ¿Qué tipo de lío?

Pero ella no respondió. Al final dijo:

—Mira, ha sido un error involuntario. Me siento como una idiota y debo
haberlo parecido.

No, había parecido… memorable. Christian no creía poder olvidar a Anastasia steel nadando desnuda por su estudio mientras viviera, pero se imaginaba que ella no querría oírlo.

Anastasia se mordió el labio.

—De verdad que quiero hacer este trabajo. Por favor, no uses contra mí lo que he hecho.

—No lo uso contra ti —dijo él con aspereza—. Pero no puedes quedarte.

—Pero le dijiste a Mía…

—No —la corrigió él—.Mía me lo dijo a mí. Mía siempre me está diciendo lo que tengo que hacer y normalmente me entra por un oído y me sale por el otro, pero a veces le doy la razón.

—Pues esta vez no deberías habérsela dado —dijo Anastasia con cierta acidez.

—¡Nunca creía que te enviaría!

—Bueno, pues lo ha hecho. Me aseguró que estabas de acuerdo y que me dejarías trabajar durante dos meses. No es para tanto.

—¡Claro que es para tanto!

Ella lo miró aturdida.

—¿Por qué?

La inocencia de su pregunta lo detuvo en seco.

—Porque… porque…

Porque no quería una asistente como ella, una ingenua de Iowa, por Dios
bendito. Nueva York era un lugar duro y una persona necesitaba ser sofisticada para sobrevivir.

A Anastasia se la comerían a los pocos minutos.

—No funcionará —fue todo lo que dijo.

—¿Crees que no puedo hacerlo? Crees que soy una incompetente.

Christian frunció el ceño.

—¡No, no es eso! Estoy seguro de que eres muy competente y…

—¡Lo soy!

—Y que podrías ser una buena asistente.

—¡Lo seré!

—¡Pero yo no quiero una asistente!

—Necesitas a una —intervino Edith.

Tanto Christian como Anastasia se volvieron al unísono para mirar a la mujer mayor sentada tras la mesa de recepción. Ella esbozó un leve asentimiento hacia Anastasia y una sonrisa benigna hacia Christian.

—¡Claro que necesitas una!

—Tengo a… ¿cómo se llama? —casi nunca conseguía recordar sus nombres porque no duraban lo bastante como para que se los aprendiera—. Misty.

—Y ya sabes lo fiable que es.

Misty y sus antecesoras aparecían en todas las formas, tamaños y colores. Y también llegaban de forma invariable con aros en la nariz, pelo de punta, mallas negras y muy poco cerebro. Y Christian pensó que a Anastasia la recordaría durante bastante tiempo.

—Vamos a necesitar a alguien de confianza —le recordó Edith—, porque yo me voy con Georgia la próxima semana.

Christian frunció el ceño. No quería pensar en aquello. Él confiaba en Edith para todo su negocio. Ella dirigía el estudio, mantenía a raya a los representantes de publicidad, trataba con las agencias, el servicio de hostelería y la legión de mensajeros que llamaban al timbre en mitad de su trabajo.

Se había quedado alucinado cuando le había dicho que estaría fuera un mes.

—¿Un mes?

Nunca se había tomado más de una semana seguida en los diez años que
llevaba con él.

—Un mes —dijo ella con firmeza—. Por lo menos. Necesito ayudar a Georgia con los bebés.

Después de quince años de matrimonio sin hijos, la hija de Edith, Georgia, había tenido la desconsideración de elegir ese verano para tener trillizos.

—¿Tres? —había preguntado Christian alucinado cuando Edith se lo había contado—. ¿Qué problema hay con uno sólo?

—Aceptaremos todos los que lleguen—había dicho Edith entusiasmada.

Estaba por las nubes con la idea de irse a North Carolina a ayudar a su hija con los bebés. De hecho, apenas podía esperar. Christian había sido incapaz de decir que no. Sabía que ella dejaría el trabajo si lo hacía, así que había aceptado aunque le parecía que se había vuelto loco al hacerlo.

—Busca a alguien que ocupe tu puesto —le había dicho por fin el día anterior, cuando ella le había preguntado si tenía a alguien en mente.

—Creo que Anastasia lo hará bien —dijo Edith ahora.

—¿Qué? —prácticamente gritó Christian.

Pero Edith sólo sonrió con su cara radiante de futura abuela.

—Parece sensata y responsable. Y si tu hermana confía en ella…

—Mi hermana…

—Es buena en juzgar el carácter de la gente —afirmó Edith con firmeza—. Si no te quiere como ayudante, puedes ser mi sustituta —le dijo a Anastasia antes de mirar de nuevo a Christian—. ¿La quieres?

¡Menuda desafortunada elección de palabras! Christian sentía la lengua trabada. ¡No, maldita sea! No la quería. No la quería ver en su estudio todos los días, ni siquiera en la sala de recepción. Y no sólo porque su
cuerpo tenía una reacción inconveniente hacia ella.

Pero sabía que estaba atrapado. Mía proponía y Edith disponía. Y a él lo
habían pillado en el medio. Pero quería dejar una cosa clara. Se dio la vuelta hacia Anastasia.

—¡No me haré responsable de ti!

Ella lo miró asombrada.

—¡Por supuesto que no!

Christian alzó un dedo señalándola.

—¡Ni te sacaré de líos ni protegeré tu inocencia de ninguna manera!

—Nunca he pedido…

El agitó el dedo en el aire para dar más énfasis.

—Sólo quiero dejarlo claro. Si te quedas, será por tu propia cuenta.

—¡Desde luego! —aceptó ella antes de preguntar de forma casi beligerante—. ¿Hay algo más?

Él se dio la vuelta con brusquedad.

—¡Sí! ¡Desde ahora ya te puedes dejar la maldita ropa puesta!...

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Amo a Grey el fotógrafo📸📷

Grey El FotógrafoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora