Capítulo 9.

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Christian se dio la vuelta el tiempo suficiente como para ver una mueca de decepción en su cara y apretó la mandíbula. Que le hubiera dicho que ayudar a Edith no era lo mismo que echarla a la calle.

La puerta exterior se abrió y empezaron a aparecer las primeras modelos.

—¡Hola, Christian!

—¡Hola, precioso!

Christian les dirigió miradas radiantes antes de volver a fruncir el ceño hacia Anastasia.

—Vete —dijo—. ¿No has aceptado cumplir lo que te ordenara?

Ella se sonrojó levemente, suspiró y se fue.

Christian se dio la vuelta para cargar un carrete y Sierra empezó a trabajar en el pelo de una rubia. Tras la puerta pudo escuchar a Edith hablando con Anastasia acerca de la planificación.

—Déjame tomar algunas notas —dijo Anastasia.

Christian asintió satisfecho. Si tenía que estar allí, el mejor sitio era al lado de Edith. Ya sólo faltaba que apareciera Misty. Necesitaba que le colocara los focos y los reflectores mientras Sierra terminaba con el pelo de las modelos. Y después necesitaría que le fuera cambiando las luces
mientras disparaba.

Se puso a leer las notas que le había enviado la agencia y tomó algunas propias. Empezó a instalar el equipo él mismo cuando Edith asomó la cabeza por la puerta.

—Acaba de llamar Misty. No puede venir hoy. Parece que sus planetas no tienen la alineación correcta.

Christian la miró alucinado.

Edith se encogió de hombros con una leve sonrisa.

—Parece que es muy sensible a ese tipo de cosas.

Christian le lanzó una mirada glacial.

—Es una lástima —dijo Edith con la misma sonrisa—. Te vendría bien un poco de ayuda.

Christian pudo ver a Anastasia sentada ante la mesa hablando por teléfono con alguien y tomando notas con atención mientras se mordía el labio inferior. Christian la miró y
después a Edith. Maldición, ¿es que iba a hacerle suplicar?

—Podría mandar a Anastasia para ayudarte cuando termine de hablar por teléfono—se aventuró su directora después de un momento.

—Hazlo. — Anastasia apareció a los cinco minutos.

—¿Qué puedo hacer? —preguntó con ansiedad.

—Coloca esos ahí —Christian señaló los reflectores y le indicó donde.

Anastasia se puso a trabajar en el acto.

Christian estaba acostumbrado a chicas del tipo de Misty, a las que tenía que indicar cada paso del camino. Pero Anastasia no era así. En cuanto le decía lo que tenía que
hacer lo hacía y la siguiente vez que necesitaba lo mismo, ella casi se anticipaba a sus deseos. Y sin decir una palabra. Sólo trabajaba.

Christian estaba alucinado.Y cuando terminaron y las modelos se hubieron ido, sólo entonces lo miró con una sonrisa radiante.

—¡Ha sido divertido!

—Sí —refunfuñó Christian—. Toma —le pasó la cámara—. ¿Sabes cargarla?

Con gesto solemne y casi reverente, Anastasia la tomó de sus manos. Mientras él la observaba, cargó la película.

—Ese es otro de tus cometidos —le dijo. Justo cuando Anastasia se la estaba devolviendo, entró Sierra.

—He llamado a mi hermana. Anastasia puede venir esta tarde a las siete.

—Allí estaremos —anunció Christian.

Las dos mujeres lo miraron asombradas y él frunció el ceño.

—Mía querría asegurarse de que es el sitio adecuado para ella. No me miréis así. Es mi hermana. ¡Tampoco es que me pida tanto!

—Bien —asintió Sierra con prudencia.

Anastasia le dirigió una innecesaria sonrisa radiante.

—Gracias.

—No me des las gracias. Vamos a trabajar.

____

Naturalmente, Anastasia pensó que el apartamento de Mariah era maravilloso. Un día en compañía de aquella chica le había demostrado sus peores temores: lo encontraba todo maravilloso.

—Es que es todo tan… tan vivo —había comentado en el taxi—. ¡Mira!—señaló a un hombre con chistera en una esquina tocando un enorme piano—. Adonde quiera que mires, nunca sabes lo que puedes encontrar.

—Eso no quiere decir que sea necesariamente bueno —masculló Christian.

Pero a Anastasia no le había apagado el entusiasmo. También le encantó el barrio en el que vivía Mariah. Estaba en el Uper West Side, a no muchas manzanas de su propio apartamento en Central Park West. No era un mal vecindario, concedió. Aunque no exactamente Iowa.

Sin embargo, se reservó el juicio hasta el punto de decir:

—Soy yo el que decidirá si está bien. Si no lo está, no te quedas —dijo justo al salir del taxi.

—¿Qué?

Anastasia lo miró alucinada.

Él agarró sus maletas y señaló la casa de piedra marrón cuya dirección les había dado Sierra.

—Ya me has oído.

La hermana de Sierra, Mariah, era normal. Incluso atractiva con el tipo de una modelo y el pelo castaño y largo. Tenía las uñas rojas, no negras y aparte de unos discretos aros en las orejas, no tenía señales de anillados por el cuerpo.

Y no era que Sierra las tuviera, pero Christian sospechaba que sus inclinaciones iban por aquella estética.

Mariah los condujo escaleras arriba.

—Yo vivo en el segundo piso. Llevamos de obras desde que me trasladé a vivir aquí esta primavera.
El edificio era una ruina cuando yo compré mi casa. La escayola
se caía a trozos, el papel pintado estaba pelado y los techos a pedazos. Pero ahora lo han dejado en los cimientos y se supone que los escayolistas llegarán a finales de esta
semana.

El apartamento daba al sur. Era, según Mariah, como una cueva. No había
muebles en el salón aparte de la televisión, el equipo de vídeo y un futon con una manta india muy colorida y montones de cojines. La cocina era igualmente espartana.

—La cocina es de gas —le explicó Mariah—. Funciona. El agua también. La nevera está conectada. Hay un aplique de luz ahí en el techo. En cuanto hayan emplastecido aquí, llegarán los carpinteros para poner los armarios de la cocina. Puede que tengan que desconectar las cosas brevemente, pero, en conjunto, no creo que tengas ningún problema.

Anastasia se fijó en todo sin hablar. Sin embargo, Christian tenía cientos de preguntas. ¿Estaban aquellos trabajadores autorizados? ¿Eran responsables? ¿Tenían antecedentes policiales?

—Lo siguiente que querrás saber son sus expedientes del colegio —dijo Anastasia irritada.

—Nunca se tiene demasiado cuidado.

—Estoy segura de que son de confianza —dijo Mariah mientras los conducía al dormitorio que también necesitaba emplastecido.

Había una cama tamaño matrimonial en el centro de la habitación y parecía demasiado grande para una persona sola, pensó Christian con nerviosismo. ¿La convencería algún hombre para compartirla con él? ¿Iría su novio el granjero a pasar algún fin de semana con ella?¿Y a él que le importaba?

—Los escayolistas y el carpintero han trabajado todos en el apartamento de abajo —prosiguió Mariah—. Lo terminaron esta primavera y les quedó maravilloso.  Le diré a Rhys que te lo enseñe....

Grey El FotógrafoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora