Capítulo 31.

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No se quitó el anillo de compromiso.

Ni le contó a Christian lo que había hecho.

Si le decía que había suspendido la boda querría saber por qué.

O peor, lo adivinaría en el acto.

Y podía imaginarse lo que pensaría entonces.

La pobre y patética Anastasia ni siquiera podía amar al hombre que la amaba y era tan tonta como para enamorarse del hombre que nunca la correspondería.

Sintió un involuntario estremecimiento.

Quizá fuera una cobarde, pero había cosas que era mejor no decir por pura supervivencia.

Así que intentó sonreír y comportarse como siempre lo había hecho.

La responsable y colaboradora Anastasia.

Sonriendo y hablando.

Llevando y trayendo cosas.

Y mientras lo hacía, acumularía los recuerdos porque sabía que en algún momento se tendría que ir y lo único que le quedaría serían los recuerdos.

Christian intentó una vez más decirle el domingo que no hacía falta que se quedara.

Enfatizó su diatriba agitando en el aire su muleta, lo que hubiera resultado más convincente si no hubiera perdido el equilibrio y casi se hubiera caído.

Se hubiera caído en la cara de Anastasia si ella no hubiera alcanzado la muleta a tiempo y lo hubiera sujetado alzándolo y recogiéndolo en sus brazos.

Él mismo la rodeó con los suyos para guardar el equilibrio.

Y la sensación de sus suaves senos contra su duro torso le produjo un estremecimiento por todo el cuerpo.

Anastasia también pareció temblar por un momento.

Los dos quedaron de pie apretados y con el corazón desbocado.

Y entonces, con cuidado, él retrocedió para poner espacio entre ellos.

Ya no necesitaba apoyo.

Tenía de nuevo las muletas sobre el suelo.

Se sentía firme ya, aunque sólo a un nivel físico.

Bajó la cabeza, se miró los pies e intentó recuperar el equilibrio mental.

—Me quedo —rompió Anastasia el silencio interrumpido sólo por su respiración jadeante.

Él alzó la cabeza y la sacudió con frustración.

—Ya me lo imaginaba.

Quizá fue en ese momento cuando Christian abandonó la lucha.

Un hombre tenía una fuerza de voluntad limitada y Christian ya se había quedado sin ella.

Lo había intentado.

Había intentando semanas resistirse a ella y ya no tenía fuerzas ni quería
hacerlo.

Estaba harto de ser noble y de intentar aparentar que no le importaba.

Si iba a ser lo bastante tonta como para quedarse, afanarse con él, tocar, palmearlo y rozarlo, iba a jugar con fuego.

—¿Quieres ir a sentarte un rato a la terraza? —preguntó ella un poco indecisa.

Él alzó la cabeza y la miró.

Dios, era preciosa, de corazón, alma y mente, por no hablar del cuerpo.

La deseaba.

En ese instante y para siempre.

Grey El FotógrafoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora