Capítulo 35.

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Christian se sentía fatal.

Era comprensible.

Su vida era un caos.

Sus prioridades se habían derrumbado.

Y sus resoluciones de tanto tiempo atrás habían reventado.

«Lo sabías», se dijo a sí mismo. «Sabías que te traería problemas».
Pero saberlo no le servía de nada.

Quería llamar a Mía y contárselo todo, decirle que no había tenido derecho de enviarle a Anastasia para causar tales estragos en su vida.

Pero, por supuesto, no lo hizo.

No le había contado nada íntimo a su hermana en años y no iba a empezar
ahora.

Además, lo superaría.

Había superado lo de Catherine, ¿no?
Quizá una o dos semanas y ya no volvería a pensar en ella.

Le habría ayudado si estuviera trabajando.

Estaba seguro de que si Anastasia
hubiera seguido en Nueva York, hubiera ignorado su tobillo roto y hubiera ido a trabajar de todas formas. Ella era lo bastante rápida e inteligente y tenía muy estudiada su visión particular como para poder haber sacado ella las fotos bajo su
dirección.

Pero Anastasia se había ido.

Edith seguía en North Carolina, así que nadie podía contratar a la siguiente de sus chicas. Y además, Christian no podía soportar la idea de tener una nueva.

¡Quería a la de antes!

¡Quería a Anastasia!

Pero no podía tenerla.

Tenía lo que se merecía por intentar tomarla: un labio roto y conciencia de culpabilidad.

Anastasia pertenecía a José.

Él había hecho lo que tenía que hacer, apartarla de sí y empujarla a que volviera con José a Iowa; se había portado con nobleza.

Su hermana Mía valoraba mucho la nobleza; suponía que estaría orgullosa de él. Pero sólo después de decirle lo egoísta y bastardo que había sido. Se hubiera quedado alucinada si se enterara de que «se había aprovechado» de Anastasia.

Porque su hermana todavía pensaba en esos términos. Una vez, cuando él le había dicho que en la actualidad los hombres y las mujeres se utilizaban
mutuamente, ella había sacudido la cabeza y había dicho:

—No siempre es así, ¿sabes?

Christian lo sabía.

Había hecho lo posible por olvidarlo aquellos últimos años y creía haberlo conseguido.

Hasta ahora.

Era un cobarde.

Una rata.

Se sentía más rastrero que un felpudo.

Se merecía sentirse mal y se sentía horrible.

El problema era que aún así, se alegraba por los recuerdos.
Y no podía evitar seguir deseando a Anastasia.

El teléfono sonó en ese momento y lo miró fijamente.

No había respondido a muchas llamadas en las tres semanas desde la partida de Anastasia. No había querido hablar con nadie, ni quería hablar con nadie en ese momento. Pero al cuarto tono, cuando se conectó el contestador, escuchó una airada voz de mujer:

Grey El FotógrafoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora