Capítulo 25.

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Christian la llevó a casa.

Se mantuvieron sentados a cada extremo del asiento en el taxi de camino a casa. Christian miraba por la ventana con los puños apretados sobre los muslos. Pero Anastasia no tenía ni idea de en qué estaba pensando. Ella, con las manos entrelazadas en el regazo y el corazón en un puño, intentaba no pensar en absoluto.

No había tráfico y, sin embargo, el camino se le hizo eterno. Apenas paró el taxi frente a la casa de Mariah, cuando Anastasia abrió la puerta apresurada y saltó fuera.

Pero el maldito Christian salió tras ella.

—Estoy bien —dijo ella sin mirarlo mientras se apresuraba a meter la llave en la cerradura—. No hace falta que subas conmigo.

—Es lo menos que puedo hacer.

Anastasia se trabó con la llave y él se la quitó de las manos para abrir con facilidad la puerta y devolvérsela.

Anastasia se dio la vuelta y dijo con rigidez:

—Gracias por una noche tan agradable.

—Espera, te acompaño hasta arriba.

Ella iba a protestar, pero no lo hizo. Sólo empeoraría la situación. Asintió con brusquedad y lo precedió con la mayor rapidez que pudo. La puerta del apartamento era más fácil de abrir que la puerta principal, por suerte. Y por suerte también, Sierra, que se había quedado para abrir a los fontaneros, ya se había ido.

Anastasia no se sentía con fuerzas para hablar con nadie, así que en cuanto tuvo la puerta abierta, se volvió hacia Christian.

—Gracias —dijo con firmeza. Sabía que lo educado sería sonreírle, pero sólo conseguiría una sonrisa hipócrita.

—Buenas noches —dijo con voz quebrada al cerrar la puerta sin mirarlo siquiera.

Entonces se apoyó jadeante contra la puerta hasta escuchar sus pasos
desvanecerse de forma gradual. Se cruzó los brazos contra el pecho y se quedó allí temblando. Ni siquiera estaba segura de por qué. No estaba segura de si se arrepentía más
del beso de Christian o de que hubiera deseado que la besara. Todo era un barrizal, un lío, su mente, su corazón, su vida entera.

—Eso es lo que has conseguido por jugar y no estar satisfecha con lo que tenías.

Se apartó de la puerta y se fue a la cocina. El fontanero había estado sin duda allí, los grifos ya funcionaban de nuevo. Anastasia se salpicó agua fría en la cara. Entonces se despojó del vestido allí mismo, se quitó la banda de brillantes falsos y metió la cabeza bajo el grifo. El agua helada le produjo un escalofrío por la espina
dorsal

—Es bueno para ti —dijo en voz alta antes de buscar una toalla y frotarse el pelo y la cara para quitarse el maquillaje y volver a la realidad.
Entonces fue cuando se fijó en la nota de Sierra en la mesa.

La recogió y la leyó:

—Ha llamado José. Es encantador. Llámalo y cuéntale lo de la fiesta.

Sí, pensó ella al soltar el papel. Sí, José  era encantador. Y amable. Y mucho más sólido y sensible de lo que era ella. Deseaba decirle que había sido una tonta, que había cometido un error y que volvería a casa en el siguiente avión.Pero no podía.

José  era un granjero. Se levantaba cada mañana a las cuatro y media y debía llevar horas dormido. No tenía derecho a despertarlo para descargar. Y de todas formas, tampoco podría descargar con él. De ninguna manera podría explicarle lo que no entendía ella misma, por qué se había sentido atenazada hasta el corazón por ser besada por Christian Grey.

Grey El FotógrafoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora