Capítulo 19.

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¡Como si fuera ella la que hubiera retrasado las cosas! ¡Cómo si no llevara todo el día con la lengua fuera!

Ahogó un grito de rabia y esbozó una obsequiosa sonrisa a su jefe.

—Sí, jefe. Claro jefe. Tres bolsas llenas, jefe.

Christian frunció el ceño.

—¿Qué?

Pero al instante ya se había dado la vuelta con el brazo alrededor de la cintura de Beatrice. Anastasia lo miró con furia.

¿Cómo podía ser tan inmaduro? ¿Cómo parecería si ella abrazara y besara a José en mitad de la oficina de La Gaceta de Collierville?

—No significa nada —dijo Sierra a su lado.

Anastasia se encogió de hombros.

—A mí me da igual.

Pero cuando Christian cerró temprano el estudio diciendo que tenía otra cita, Anastasia se sintió enojada.

Christian se encogió de hombros ante su evidente irritación.

—Así tendrás más tiempo para hacer turismo. O para llamar a José.

Anastasia consiguió esbozar su sonrisa más radiante.

—¡Qué buena idea! Eso es lo que haré.

Pero José no estaba en casa. Estaría en el campo recogiendo el heno mientras hubiera sol.

Y después tendría que ordeñar.

—Bien —murmuró Anastasia.

Lo llamaría más tarde. Pero tenía que hacer algo en ese momento. El
apartamento era demasiado pequeño para contener su inquietud, así que salió otra vez para dar un paseo por el barrio.

Rhys abrió la puerta de su apartamento justo cuando pasaba por delante.

—¡Hola! ¿Qué tal?

—No gran cosa. Sólo que hemos salido un poco más pronto hoy y he pensado dar un paseo.

—¿Quieres compañía?

—¡Claro! ¿Por qué no?

Rhys era tan relajante y pacífico con Christian era todo lo contrario.

Era una pena, pensó cuando regresaban al edificio de ladrillo más tarde, que fuera un hombre que arriesgara su vida en catástrofes de todo tipo. De ninguna manera ella podría involucrarse con un hombre que viviera así.

Ya tenía bastante con un fotógrafo por el que a todas las mujeres se les hacía la boca agua.

De repente, en mitad de la calle Amsterdam, Anastasia se paró en seco.

—¿Qué pasa?—preguntó Rhys.

Ella sacudió la cabeza casi con frenesí.

—Nada. Nada importante —se humedeció los labios y sonrió—. Es que se me acaba de ocurrir algo.

Una idea terrible.

Se había pasado la última manzana comparando a Christian con Rhys.
No había pensando en José para nada.

Christian  se pasó toda la mañana silbando, tarareando y hasta canturreando. Anastasia quería estrangularlo. ¿Por qué no se concentraba sólo en su trabajo?
¿Por qué tenía que exhibir su felicidad todo el tiempo?
Bueno, sospechaba por qué. BEATRICE. Pero no pensaba preguntarlo.

Cuando dejó de silbar, cantar y tararear le dijo:

—Hay un sitio al que deberías ir. Al Ricardo. Una comida estupenda y un
ambiente maravilloso. Muy italiano y muy folclórico. Muy íntimo.

La voz bajó casi acariciante al pronunciar la última palabra.

—No creo que encontrara ningún sitio muy íntimo —respondió con sequedad Anastasia sacando unas tijeras de un cajón—, a menos que estuviera con José.

Christian  apretó la mandíbula ligeramente, pero prosiguió:

—Tienen un maravilloso desván con reservados. Muy privado.

Anastasia se lo podía imaginar. Cerró el cajón de un golpe seco. Sierra, que estaba arreglándoles el pelo a unas adolescentes para unas fotos de
una crema, entrecerró los ojos ante la expresión de gallito de Christian y sonrió a Anastasia, que le devolvió la sonrisa.

—Bueno, había pensado que podría apetecerte ir en cualquier momento —siguió con desenfado Christian—. En caso de que tu querido novio viniera a la gran ciudad.

—Lo pensaré.

—Pero supongo que preferirás seguir con tus museos y obras de teatro. Vas a muchos, ¿no?

¿La estaba provocando?
Un rápido vistazo hacia Sierra le confirmó que ella estaba igualmente intrigada.  Y tener a la estilista de testigo, por no mencionar a las dos adolescentes a las que estaba peinando, inquietó aún más a Anastasia.  Sobre todo cuando pudo ver un brillo equívoco en los ojos de Christian.

Alzó la barbilla y se lanzó al ataque.

—Puede que tengas razón. A Rhys podría gustarle. Podríamos ir juntos.

—¡Rhys! —el brillo de sus ojos se transformó en uno de furia—. ¿Y a qué diablos tiene que ir allí el lobo?

—¿Por qué no? A Rhys le gusta siempre probar cosas nuevas.

Christian parecía disgustado.

—Pobre José. ¡Vaya tarugo!

Anastasia frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir con pobre José? ¿Y con lo de tarugo?

—Bueno, lo es, ¿no es cierto? Quedarse en casa mientras le saquean la propiedad.

Anastasia abría y cerraba la boca como un pescado fuera del agua y Sierra y las chicas miraban de uno al otro como si estuvieran en un partido de tenis.

—¿Propiedad? ¿Crees que José es un tarugo? ¿Y crees que yo soy una
propiedad para saquear?

Christian esbozó una sonrisa sarcástica.

—Bueno, no puede ser muy listo, ¿no? O no te habría dejado escapar así.

—Yo no me he escapado. Sólo he aceptado un trabajo. ¡Y ya te he dicho antes que jose confía en mí!

Christian lanzó un bufido.

—¡Más tonto es él.

—¡Una cena no significa acostarte con esa persona al final de la velada!

—¿Ah, no?

—¡No me juzgues por tu propio comportamiento! Sólo porque tú consideres el sexo como la taza de café después de una cena, no significa que los demás también lo hagan.

—¿Te molesta, verdad? Que Beatrice y yo estemos juntos.

—Igual que a ti te molesta que yo vaya a cenar con Rhys.

Los dos se miraron con furia.

Sierra lanzó una carcajada.

Y los dos se volvieron al unísono con el ceño fruncido.

—¿Qué? —preguntó Anastasia.

—¿Algo divertido? —bufó Christian.

—No, nada.

Anastasia lanzó un suspiro y Christian un bufido y los dos volvieron a su trabajo....

Grey El FotógrafoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora