Capítulo 36.

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Christian recordaba que se habían conocido en la fiesta hawaiana, pero no sabía que se hubieran visto más.

Pero Izzy asintió.

—Mientras estuviste en las montañas, salí con ella y con las niñas a hacer un poco de turismo. Fue divertido. Anastasia es muy divertida y pensé que ella y tú… —ya se había metido en arenas movedizas, pensó Christian esperando a que cambiara de tema.
Pero ella no lo hizo—. ¿Por qué la dejaste irse?

—Izzy no es sólo un tanque —dijo Finn con desenfado—. Es también
terriblemente cotilla.

—Me preocupo —lo corrigió su mujer volviendo a mirar a Christian—. ¿Por qué la dejaste irse?

—Yo no la dejé irse —protestó Christian dolido por la acusación—. Pensaba volver desde el principio. ¡Pero si estaba prometida cuando vino aquí! ¡Va a casarse pasado
mañana!

Casi no pudo pronunciar las palabras y apretó el vaso con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

—¿Y vas a dejarla?

Izzy parecía alucinada.

—¿Y qué otra cosa puedo hacer?

—Podrías detenerla.

¡Sí, claro! Se metería en el primer avión que saliera para Iowa y entonces entraría en la iglesia gritando:

—¡Esta boda no puede seguir adelante!

¡Ja! ¡Sería el mayor ridículo de su vida!

El problema era que si no lo hacía, Anastasia iba a cometer el mayor error de toda su vida.

Porque en algún momento, de alguna manera, había llegado a comprender que Anastasia no podría haberle amado de forma tan completa, pura y dulce si no hubiera estado enamorada de él.

¡Para hacer lo que había hecho con él, debía estar enamorada de él!

Entonces, ¿por qué iba a casarse con José?

«¡Porque tú la arrojaste a sus brazos, maldito idiota!»,

se dijo a sí mismo.

«En tu idea insana y completamente equivocada de la nobleza, tomaste su amor y sólo para darte después la vuelta y echarla de tu vida».

—Por supuesto que tienes que detenerla —dijo Izzy—. No veo que tengas otra opción.

Y Finn estuvo de acuerdo.

—La verdad es que la nobleza no es lo más importante en esta vida.

Christian estaba empezando a captar la idea.

Cuando llegó a casa, abrió el armario de par en par, sacó una bolsa de viaje y empezó a hacer el equipaje.

Collierville.

Todo estaba como lo recordaba; varios cientos de casas de ladrillo y pizarra, un número igual de jardines bien conservados y calles bordeadas de árboles con niños y bicicletas en todas direcciones.

Lo reconoció todo como si lo hubiera abandonado el día anterior. Era la primera vez que volvía en doce años.
En otro tiempo, aquél había sido el hogar de su corazón.

Después se había negado a tener corazón.

¿Y ahora?

«El que tuvo, retuvo», recordó el refrán.

Dios, eso esperaba.

Estaba sólo a mitad del camino en el jardín de su hermana cuando se abrió la puerta principal y Mía salió mirándolo, primero asombrada y luego deleitada.

—¡Christian! —gritó antes de bajar los escalones y arrojarse a sus brazos—. ¡Oh, Christian! Por fin. ¡Has vuelto a casa! ¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué no me lo dijiste? —lo agarró del brazo para arrastrarlo hacia la casa—. ¿Pero por qué…? ¡No! ¡No te haré
más preguntas! ¡No me importa! Sólo estoy encantada de que estés aquí.

—No lo estarás cuando sepas por qué —dijo Christian.

Ella se detuvo en el porche un instante para mirarlo a la cara.

—¿De qué estás hablando?

—He venido a detener la boda.

Mía no parpadeó, sólo lo miró asombrada.

—¿Boda? ¿Qué boda?

—¡La boda de Anastasia! ¿Cuál va a ser?

Mia sacudió la cabeza.

—No va a haber ninguna boda.

Ahora fue el turno de Christian de poner cara de asombro.

—¿Qué? ¿Qué quieres decir con que no va a haber boda?

—La han suspendido.

Christian no se atrevió a tener esperanzas. ¿Habría sido idea de Anastasia o la habría dejado José después de haberlos sorprendido en Nueva York?

—¿Quién la suspendió?

Pero su hermana no tenía ni idea.

—¡Necesito hablar con Anastasia! —Christian se estaba dando la vuelta ya—. ¿Dónde está?

—No lo sé. Se ha tomado unas vacaciones. Se ha ido.

—¿Ido? ¿Adonde?

Mia se encogió de hombros.

—José debe saberlo.

¿Y se suponía que iba a preguntarle a José dónde estaba Anastasia?

Se estaría buscando otro labio roto.

O un ojo morado.

Era un pequeño precio a pagar, decidió.

Necesitaba encontrar a Anastasia.

—¿Dónde está José?

Encontró al ex novio de Anastasia trabajando en un tractor.

José no se alegró más de verlo que él.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó el otro hombre con tono hosco.

Christian no podía culparlo.

—No quiero otro labio roto —dijo—. Aunque me merecía el primero.

—Desde luego. ¿Qué es lo que buscas ahora?

—Necesito encontrar a Anastasia. Mi hermana me dijo que no está por aquí y que tú podrías saber dónde se encontraba.

—Puede que lo sepa.

José empezó a maniobrar la palanca de las marchas.

Christian esperó con los puños levemente apretados. Comprendía que por José ya podía esperar lo que le diera la gana.

—¿Me lo dirás? Por favor…

José lo miró a los ojos.

—¿Y por qué debería?

—Porque la quiero.

Christian había luchado contra aquello todo el tiempo que había podido, pero ya no podía más. Christian Grey amaba a Anastasia Steel.

Ésa era la verdad pura y simple.

Inclinó la cabeza y cerró los ojos esperando.

—Hay una cabaña —dijo José despacio. —Cerca del monasterio. No estoy seguro de que esté allí, pero apuesto a que sí....

Grey El FotógrafoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora