tres

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Ah, claro po, hueón, como había peleado con la Ágata venía a usarme de pañuelo de lágrimas.

─Pero yo ya me voy, así que entra no más ─le respondí, dispuesta a empezar a caminar sin despedirme de él.

─ ¡Espera! ─me agarró del brazo y me detuvo─. ¿Y la Nacha?

─Está adentro.

─ ¿Segura que no querí que te acompañe?

Por un lado, quería mandarlo a la mierda también, porque no estaba de humor para ser su pañuelo de lágrimas. Y por el otro lado, quería que me acompañara porque era mi Alonsito po.

─Sí. Me puedo ir sola ─le respondí, manteniendo mi orgullo.

Mejor que nadie me hueveara porque tenía las tetas hinchadas, y no solo las tetas, el útero igual.

─Ya, bueno ─me respondió y me dio un abrazo que no correspondí porque estaba amurrá─. Cuídate.

Todo el camino me fui maldiciendo hasta la más mínima piedra que se me cruzaba en el camino. Es que el Federico me había dejado caliente. Caliente en los dos sentidos que existen; caliente de rabia y caliente de temperatura.

No podía negar que igual me habían pasado cosas, pero debía ser por la abstinencia de dieciséis años, o eso quise pensar.
¡Pero el maricón no tenía derecho a tocarme el poto po hueón!

Y por otro lado, me molestaba que el Alonso me buscara cuando peleaba con la maraca de la compás.

En resumen, tenía una mezcla de emociones y le echaba toda la culpa a la regla.

Ojalá hubiera estado manchá para que al maricón del Federico le hubiese quedado la mano roja con sangre.

Era lo mínimo que se merecía por sobrepasarse conmigo. Pero las hueás no se iban a quedar así como así, yo iba a tomar medidas drásticas en su contra. Bueno, esos eran mis planes en ese momento de rabia, pero de seguro después no iba a hacer ni una hueá.

Más encima cuando llegué al depa de mi papá, la pizza se había enfriado, la bebida entibiado y él se había quedado raja en el sillón.

Saqué un trozo de pizza, lo puse sobre un plato y lo metí al microondas. Mientras esperaba pegada mirando los números restantes para sacar el plato, mi papá empezó a hacer sonidos raros.

¿Qué chucha está soñando este hombre, hueón? No quiero ni saber...

El microondas sonó, saqué el plato, lo puse sobre la mesa, y mi papá no despertó po, hueón. Puta qué tenía el sueño pesado.

Mientras comía en silencio, me acordé de lo principal; ¿era la Ágata la que se estaba comiendo a otro hueón en el colegio? Porque igual se parecía a su pelo... y no me sorprendía que ella cagara al Alonso.

De tan solo imaginarme a mi mejor amigo sufriendo, se me partía mi propio corazón. Debí dejar que me trajera al depa... ¡Soy más hueona! Es que la rabia es una emoción culiá muy poderosa...

No se me ocurría qué hueá hacer para desenmascarar a la maraca de la compás así que tendría que pedirle ayuda a la Nacha.

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No hay peor hueá que que te despierte una llamada telefónica. Claro que la hueá que me despertó fue una llamada por WhatsApp de la Nacha.

Sentía que mi mala onda se iba a extender por un día más...

¿Qué querí? ─le respondí adormilada.

¿Por qué te fuiste sola anoche, maraca? ─me preguntó la muy patúa.

Enamorada de un ahueonaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora