cinco

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─ ¿Hagamos una vaquita y vayamos a almorzar tocomples donde la vieja tuerta? ─propuso la Nacha cuando tocaron para el almuerzo.

En nuestro colegio nos autorizaban a ir a almorzar a nuestras casas, pero teníamos que mostrar una comunicación para que nos dejaran salir.

─No tengo comunicación ─nos dijo el Alonso.

─Presta ─la Nacha estiró su mano─, yo te la escribo.

El Alonsín dudó durante unos segundos, pero después igual le pasó su agenda. Mientras la Nacha escribía la comunicación falsa, el Pato se acercó a nuestros puestos.

─Cabros, ¿tienen comida?

La Nacha despegó la vista de la agenda y lo miró feo.

─ ¡Soy terrible chanta vo! ─le dijo a su friendzoneado─. ¿Tus viejos no te mandan comida?

─No me quieren los viejos culiaos ─le respondió él.

Con el Alonso nos cagamos de la risa.

─ ¿Andai con plata, hueón? ─le preguntó mi amigo─, porque con las cabras vamos a hacer una vaquita para ir donde la tuerta.

El Pato se revisó los bolsillos del pantalón y nos tuvo a los tres expectantes por lo que iba a sacar.

─Tengo cincuenta ─mostró la moneda que sostenía en la palma de su mano.

─ ¿Años? ─le preguntó la Nacha.

─ ¡Aaaah! ─le respondió él y ambos se cagaron de la risa.

Con el Alonso nos miramos cómplicemente.

Sorry, Pato Donald, pero tu aporte es insuficiente pa' almorzar con nosotros ─la Nacha dijo, devolviéndole la agenda al Alonso, y posando la vista en él─. ¡Listo!

─Puta, como son... ─el Pato hizo un puchero y miró a su alrededor, fijando la vista en la hueona que me caía como patá en la guata─. ¡Maca! ¿Te acordai de la luca que me debí?

─ ¡Cuándo te he debido plata a vo! ─le respondió ella desde su puesto.

─ ¿Cómo que cuándo? ─contraatacó el Pato─, ¡el viernes te compré una empaná!

─ ¡Pensé que me la compraste de wena onda!

─ ¡Tshoa! ¿Tení plata que me prestí para ir a almorzar con estos cabros por último? ─nos apuntó el Pato.

Con el Alonso estábamos de pie con nuestras mochilas en la espalda, esperando que la Nacha terminara de guardar sus hueás.

La Maracarena llegó a nuestro lado y miró al Alonso.

─ ¿Dónde van, chiquillos?

─Donde la tuerta ─le respondió la Nacha.

─ ¿En serio? ─le preguntó ella, mirando a mi amiga ahora─, esa señora me hace descuentos porque conoce a mi mamá...

─ ¡Podríai ir con nosotros po! ─le propuso el Pato.

─ ¡Dale po! ─aceptó la maraca culiá─. Voy a buscar mi mochila y vamos.

Sentí los ojos de la Nacha y el Alonso encima de mí y les devolví la mirada poniendo los ojos en blanco. Iba a tener que soportar a la cara de caballo y a sus pesadeces.

Al final los cinco fuimos donde la tuerta y sí le hicieron descuento a la Maracarena, pero un descuento de $500 no más. ¡Caleta!, sin ella no sé qué habríamos hecho... quizá habríamos tenido que prostituirnos para pagar semejante dineral... ¿se capta mi ironía?

Enamorada de un ahueonaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora