veintiuno

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─ ¡Todo por culpa de la compás! ─reclamé con rabia.

El auxiliar me miró raro y se fue lenta y silenciosamente hasta los baños.

─Mándale un WhatsApp al toque.

─No tengo internet, Nacha.

─ ¡Puta la hueá!, y a mí se me acabó la bolsa.

Suspiré y me apoyé contra la reja.

─ ¿Por qué te acomodai? ¡Vámonos pa' la casa, hueona! ¿O pensai quedarte a dormir en esta hueá de colegio? ─La Nacha me tiró del brazo─. ¡Vamos!

─ ¡Auch! ¿Querí que me quede sin brazo? ─le reclamé, sobándome mi pobre y debilucho bracito─. ¿Te vai a quedar en mi casa?

─No. Te dije que no me afectó la hueá que me dijo la compás. Estoy bacán ─insistió, comenzando a caminar.

─Bueno, entonces yo me quedo en tu casa, wacha.

Ni cagando la dejaba sola. La conocía tan bien, que sabía que lo que le dijo la compás sí le había afectado.

─Lidia... ─insistió por milésima vez.

─Podríamos hacer noche de películas ─le propuse para intentar motivarla─. Pasemos a comprar hueás pa' comer al súper... ¿Querí ver de terror o románticas? Porque si vemos de terror podríamos invitar al Alonso también.

Y así aprovecho de pararle los carros por andar contándole hueás personales de nosotras a la compás─quise agregar.

─Nos va a contagiar ese culiao ─me dijo, en tono de predicción del futuro.

─Ya no nos contagió porque somos invencibles.

─Cállate, culiá. Quiero ver de comedia.

─Ya, weno.

Salimos por inspectoría, ya que el portón principal estaba cerrado, y la inspectora general nos quedó mirando.

Qué mirai tanto, vieja culiá sapa.

─Hasta mañana, inspe ─se despidió la Nacha.

Mi mejor amiga se hacía la amorosa, pero no lo era.

─Hasta mañana, Ignacia.

Y yo no me despedí ni le dije ni una hueá a la vieja, porque era una rota ordinaria sin modales cuando me amurraba.

Me había amurrado por la hueá de pelea con la compás, pero estaba disimulando por la Na-china no más.

Una vez afuera se me prendió a ampolleta y me acordé que tenía unas lukitas en mi mochila.

─Espérame, maraca ─le dije a la Nacha.

Flexioné levemente mi rodilla izquierda y apoyé mi mochila sobre ella, mientras revisaba sus bolsillos. Una luca en uno. Unas monedas en otro. ¡Cinco lucas en mi estuche! Ahí me acordé que eran para pagar la hueá de completada, pero pico con eso.

─Cuenta el cash ─mandé a la Nacha, entregándole todos mis ahorros.

─ ¿Y estos son tus ahorros pa' la U o qué chucha? Hueona millonaria. Yo no tengo ni cinco pesos.

─ ¿Cuánto tengo?

─Siete lucas ─Me devolvió la plata─. Yo parece que tengo diez lucas que eran pa' pagar las hueás de cuotas del curso, pero pico, no las voy a pagar porque soy chora.

Revisó entre sus cosas y sacó diez hermosas y azulitas lukitas.

─ ¡Somos millonarias, conchesumare! ─celebró mi mejora─. Ya, vamos a comprar hueás que me muero de hambre. Tengo fatiga, hueón. Me suena la guata y me duele la cabeza. Siento que voy a morir. ¡Tengo que escribir mi testamento, hueona!

Enamorada de un ahueonaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora