cuarenta y uno

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(Nacha)

Horas antes...

Estaba en pleno concierto para mis peluches, cantando a todo pulmón y con todo el sentimiento, cuando a lo lejos escuché un grito.

¡Puta la hueá! ¿Quién chucha osaba interrumpir mi concierto privado? ¿Ah? ¿Ah?

Pateando la perra caminé hasta donde se encontraba mi celular y lo pausé para parar bien la oreja y cachar si de verdad alguien me había llamado o habían sido los fantasmas que habitaban mi casa.

Mi perra estaba mirando la puerta y ladrando, así que efectivamente había alguien afuera de mi casa.

─ ¡Nacha! ─gritaron.

Esa voz culiá de puberto con gallitos que tanto molestaba mis sensibles oídos era inconfundible; era el ahueonao del Alonso.

Era suficiente tener que verlo en el colegio como para que viniera a mi propia casa a huear. Na', broma, si igual era mi amigo el culiao, tampoco lo odiaba tanto.

Me envolví como sushi con la manta con la que me estaba tapando y salí a abrir.

Estaba chispeando afuera y estaba más nublado y helado que la chucha.

─ ¿Y vo? ─le pregunté dándole un beso en la mejilla.

Aproveché de sapear si estaba el mijito rico que tenía como pololo la fea culiá de mi vecina pero no lo vi, grax a Dios. Matao' que me viera tan indecente, chascona, sin maquillaje y con una manta navideña en pleno julio.

El silencio del Alonso me obligó a mirarlo a su fea cara y caché que algo le había pasado.

─ ¿Qué hueá pasó con la compás ahora? ─le pregunté con cansancio, señalándole con mi mano que entrara.

Él me hizo caso y se sentó en el sillón mientras acariciaba a mi perra que se subió a su regazo.

─ ¿Tení comida? ─me preguntó con voz de ultratumba.

─Hueón, ¿qué te creís que soy supermercado? ─le reclamé cruzándome de brazos─. Ya sé que soy la líder de nuestra manada, pero no soy el supermercado Líder po.

El Alonso no se rió de mi talla y me salió súper wena, así que me enojé.

─Ríete po, saco de papas ─le volví a reclamar─. Si te reís te alimento.

─Ja ja ─dijo con ironía─. ¿Y si hacemos papas fritas? Yo las pelo.

─Vo soy experto en pelarte po ─me reí─. Ya, hueón. Vo las freís también porque me da miedo el aceite.

─Ya ─aceptó, poniéndose de pie y caminando a la cocina─. Entonces tú las pelai po.

─ ¡Shaaa! ─me quejé flaitongamente─. Las pelo solo si me contai qué chucha te pasó... ¿Peleaste con tus viejos?

─No.

─ ¿Con la Sofi?

─No.

─ ¡Aaah, ya sé! ─se me alumbró la ampolleta─. ¿Qué le hiciste a la Cruz invertida?

El silencio del Alonso respondió por sí solo.

─Se enojó ─me respondió finalmente.

─ ¿Qué le hiciste po, hueón? ─me piqué a chora─. La voy a llamar para preguntarle si vo no me contai.

El Alonso se metió en el canasto de las papas y sacó como cinco. Las puso sobre la mesa y luego caminó hasta el cajón de los servicios y lo inspeccionó.

Enamorada de un ahueonaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora