Inexplicablemente, me pasé la noche pensando en Oliver. Me tenía muy intrigada y necesitaba volver a verlo. Quería saber quién era, de donde había sacado esa dichosa melodía quebranto me inquietaba, que relación le unía al señor mayor, por qué de su voz se desprendía tanto odio... Mi curiosidad nada tenía que ver con lo que me había contado mi tía Beatríz. No existía ninguna conexión entre él y yo, de eso estaba completamente segura. Tal vez sus teorías fueran ciertas y existiera un complemento perfecto para cada uno de nosotros, pero para nada Oliver era esa persona.
Tenía claro que, cuando apareciera, no podía abordarlo y someterlo a un interrogatorio, así que mi mejor opción era sonsacar a Kobalsky. Lo localicé en la barra, rodeado por tres chicas de primero de bachillerato que tonteaban con el abiertamente.
Al ver que me acercaba, me tendió la mano con cierta desesperación y me atrajo hacia él con fuerza. Era evidente que se sentía incomodo y decidí aprovechar la oportunidad.
—¿Les importa que se lo robe un segundo? —pregunté con mi mejor sonrisa. Les prometo que se los devuelvo en un ratito.
No parecían muy decididas, pero tras constar que Kobalsky mantenía ceñido su enorme brazo alrededor de mi cintura e intentaba ocultarse inútilmente detrás de mí, se alejaron al fin, dejándome además uno de los escasos y preciados taburetes.
—¡Pero bueno! —exclame, fingiendo enfado. Te dejo un minuto y ya te encuentras ligoteando por ahí. ¡Si es que no se puede estar tan guapo!
—Calla, calla —respondía abrumado—. No estoy acostumbrado a esto. De los insultos sé defenderme, pero de esto...
Siempre me enternecía de la sinceridad de Kobalsky. Tenía algo infantil que me infundía ganas de abrazarlo y protegerlo.
—¡Tú eres tonto! —le di un fuerte beso en la mejilla—. Siempre has sido igual de guapo. El problema es que ellas no sabían verlo.
Sonrió y apretó fuerte mi mano en señal de agradecimiento. Kobalsky era un verdadero encanto, como un enorme oso de peluche en el que puedes hundirte y sentirte a salvo.
—¿Y tú, qué? —preguntó—. ¿Sigue sin haber nadie?
—No —me encogí de hombros—. Nadie. Como soy idiota, sigo esperando al chico perfecto. Pero no llega...
—Yo ya la encontré —suspiró—, pero ni siquiera sabe que existo.
—¿Laura? ¡Claro que sabe que existes! Es que ella está en otras cosas, con eso de la tienda de su madre, y su padre, que no la de deja hacer nada... Además, está con Álvaro... —sentí una punzada muy dentro de mi—. Tal vez deberías abrir un poco el punto de mira y no cerrarte a otras opciones. Ahora que estás tan arrebatador, seguro que se te presentan muchas oportunidades.
Sonrió complacido mientras daba un sorbo a su bebida. "Es el momento", pensé.
—Por cierto, ¿sabes que tu amigo Oliver es mi vecino?
—Sabía que se había cambiado de casa, pero no que estaba en tu urbanización. ¡Que casualidad!
—¡Ya ves! ¿De que lo conoces? —intenté no demostrar demasiado interés.
—De la piscina del polideportivo. El año pasado decidí apuntarme para aprender a nada de una vez.
—¿No sabías nada? —me sorprendía que Kobalsky no le diera vergüenza admitir ese tipo de cosas. Yo me hubiera muerto antes de confesar algo así.
—No, no sabía. Estaba harto de no pasar de la parte baja de la piscina y de no poder meterme mucho en el mar. Es verdad que a mí tarda mucho en cubrirme, pero quería aprender de una vez por todas.
—¿Y Oliver tampoco sabía nadar?
—¿Cómo no va a saber nada? —me miraba como si yo fuera un marciano—. Lo que pasa es que estaba en rehabilitación.
—¿Y eso?
—Pues porque tuvo un accidente, y debió de ser bastante grave. ¿No te has fijado en las cicatrices que tiene?
—Es que solo me he cruzado en él un par de veces —no era mentira del todo: sólo lo había visto un contadas ocasiones, aunque supiera de sobra a qué cicatrices se refería.
—Pues sí, tuvo un accidente. Aunque la gente cuente historias, no sé exactamente que le pasó, porque no habla mucho de su vida, pero estuvo bastante tiempo llenado a natación. Allí empezamos a hablar y como él tenia un grupo y necesitaba una batería...
—¿Y tú tocas la batería? Pensé que lo tuyo era el violín.
—¡Pfff! Eso es lo que quiere mi padre. Y no le disgusta. Pero a mí la musica clásica me da un poco de pereza, la verdad.
—¿Y él toca algo? ¿Canta? ¿Qué hace?
—Él... es grandioso —era evidente que sentía verdadera admiración—. Tiene un don para esto. En el grupo se encarga de la guitarra y aveces del teclado. Morgan es la que canta. Mi primo Marek pone el bajo, aunque no siempre puede.
—¿Morgan? Tiene nombre de chico.
—Tu también, Alex —respondió divertido.
—No tenía ni idea de que estuvieras en un grupo. ¡Eres una caja de sorpresas!
—Pues no han contratado de teloneros de Supersubmarina para las fiestas de Villanueva, ¿qué te parece?. Tocamos el viernes de la semana que viene en el recinto ferial. Serán sólo tres o cuatro temas, pero por algo se empieza —no podía disimular su satisfacción.
—¿En serio? Eso sí que no me lo pierdo. ¿Y qué tipo de música tocan?
—Bueno... en realidad, versión amos canciones de otra gente. A nosotros nos gustaría interpretar nuestros propios temas, pero con eso nadie te llama, ¿entiendes? Para sacarnos algo de pasta, tenemos que tocar en plan orquesta. Un rollo, pero el negocio es negocio...
—Pues justamente el otro día que subía en el ascensor con Oliver, iba tarareando una musiquilla que me suena mucho y no sé de qué. No sabrás tú qué canción puede ser, ¿no?
—Mira —me interrumpió—. Acaba de llegar Fran. ¡Vamos a saludarlo!
Fran era el jefe de estudios y, a pesar de su cargo, el profesor preferido de todos los alumnos del instituto. Él era de los pocos que nos entendía y se tomaba la molestia de ponerse en nuestra piel antes de juzgarnos o castigarnos. Todos lo adorábamos, así que nada más entrar en el bar, se vio rodeado por un populoso corrillo, como si fuera un famoso.
—¿Qué tal, Alexia? ¡Hombre, Kobalsky! Casi no te reconozco con ese cambio de look. ¡Has adelgazado muchísimo! —Kobalsky le abrazó efusivamente mientras Fran le golpeaba con suavidad la espalda. Resultaba gracioso, porque Fran era bajito y, entre sus brazos, parecía un muñeco.
Él era nuestro profesor de música en tercero. Cuando Kobalsky llegó de Polonia, fue uno de los que más le ayudaron a integrarse. Lo hacía quedarse después de las clases para tocar juntos y, poco a poco, echarle una mano en el español. En palabras de Kobalsky, "siempre le estará eternamente agradecido".
—No está por aquí Oliver Sandoval, ¿verdad? Es un chico nuevo que está en segundo C, en ciencias sociales. No sé si lo conozcan... —dijo Fran mirando a todas partes.
—No —respondió Kobalsky—. No creo que venga. ¿Pasa algo con él?
—No, nada. Es sólo que tengo que hablar con él mañana sin falta en mi despacho y no tengo manera de localizarlo. ¿Tú puedes contactar con él?
—No hay problema. Ahora le envió un mensaje.
—Pues te lo agradezco de veras, porque es bastante urgente. Dile que se traiga todo los papeles.
—¿Qué papeles? —preguntó Kobalsky-. Sé que esta mañana llevó un certificado que le faltaba a la secretaria.
—No me refiero a eso. Dile sólo que traiga todo, incluidos los informes. Él sabrá a que me refiero... —respondió Fran herméticamente. Estaba claro que no pensaba compartirlo con nosotros.
Kobalsky y yo nos miramos extrañados. Lo más probable es que fuera algo de burocracia, pero el tono de Fran resultaba intrigante.*************
Busqué a Gabriela con la mirada por todo el local, pero no había ni rastro de ella. Sí encontré a Laura, que bailaba en la pista rodeada de varios chicos que en vano esperaban que manifestara algo de interés por ellos. Estaban locos si pensaban que tenían alguna oportunidad. Ella mostraba una absoluta indiferencia, como si no estuvieran, aunque seguramente ni siquiera se hubiera percatado de que andaban babeando por ella.
—¿Has visto a Gabriela? —grité para hacerme entender por encima de la música.
—Está afuera con Hugo —respondió levantando varias veces las cejas con picardía.
—Voy a buscarla.
Hugo y Gabriela. Hugo y Gabriela, la historia de nunca acabar. Se conocían desde que eran enanos. Los padres de ambos eran argentinos y habían llegado a Villanueva casi a la vez, cuando aún eran bebés. Así que habían crecido juntos: habían coincidido en el colegio, en el instituto, en las vacaciones... Además, eran muy parecidos. Él, al igual que Gabriela, era bastante alternativo, con ropa ancha, rastas y un pañuelo palestino siempre al rededor del cuello. Andaba metido de lleno en temas de ecología, antiglobalización, anticapitalismo... Todos sabíamos que estaban hechos el uno para el otro. Bueno, todos... menos ellos, que andaban siempre con el ratón y el gato. Cuando Hugo quería algo con Gabriela, ella pasaba y, cuando era Gabriela la que se clavaba, él no demostraba el más mínimo interés.
Los encontré en la terraza del bar, enfrascados en una conversación. No quería interrumpirlos, así que los observe desde la puerta. Debía de tratarse de una charla intensa, pues los dos tenían los ojos vidrioso, como si estuvieran a punto de llorar. Había refrescado y Gabriela se arrebujaba con las rodillas escondidas en su enorme chaqueta. Hugo dijo algo que hizo que ella hundiera la cara en las manos. Después, en un intento por consolarla, pasó un brazo sobre los hombros de ella apretándola contra él.
—¿Qué pasa? —dijo Laura al salir del bar.
—No lo sé. Creo que Gabriela está llorando... —me preocupaba mi amiga, pero sabía que no debía ir.
—Estos siempre con la misma historia. A ver si ya andan de una vez, aunque a ella parece que le ha dado fuerte con tu vecino. No habla de otra cosa.
—Pues no me gusta un pelo ese tipo, Laura. A ver si se lo quitamos de la cabeza.

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Pero A Tu Lado
RomanceAlexia nunca imaginó que la llegada de Oliver, su nuevo y desconcertante vecino, fuera a alterar tanto su último año de instituto. Ella es divertida, inteligente y tiene muchos amigos, pero su vida amorosa no está al mismo nivel. En realidad, ha sid...