El tiempo avanzaba muy despacio sin él. Era como si mi vida hubiera pasado a transcurrir en cámara lenta. Los días parecían durar el doble y me sentía cansada y triste. Sin embargo, me decisión era firme e inamovible. Sabía que algún días lo iba a superar, que podría pensar en él sin que el estómago se me encogiera, y eso me daba fuerzas.
Para desviar mis pensamientos, me concentré en las clases y mis notas comenzaron a mejorar, hasta el punto de que hubo un parcial de Izquierdo que sólo aprobamos tres, y yo con mejor nota que Tejeda. Era como si mi vida social se hubiera parado y, sin embargo, mi vida estudiantil fuera a toda mecha.
En el instituto intentaba evitar a Oliver. Creo que él hacía lo mismo, porque no nos cruzamos ni una sola vez. Al menos los recreos ya no eran tan horribles, porque Gabriela no tenía que debatirse entre sentarse con Laura o conmigo y podíamos estar todos juntos.
Como era de esperar, mi madre enseguida se dio cuenta de que algo no iba bien. Aunque estaba contenta por mis notas, le preocupaba que me encerrara tanto tiempo en la habitación y que apenas saliera y como era. Siempre había querido adelgazar, pero al ver en el espejo las bolsas sobrantes de mis pantalones y mis camisetas, fui consciente de que estaba mucho mejor antes. Junto con la ilusión, se había esfumado también el placer de la comida. Ahora sólo era necesidad, y me costaba horrores cubrirla.
Pasó una semana, luego otra y otra más, cada una con sus siete días, cada día con sus veinticuatro horas, cada hora con sus sesenta minutos. Lo peor eran los fines de semana, se hacían interminables. Gabriela no se cansaba de proponerme planes: en solitario, con Hugo, con los amigos de Hugo... Sabía que si me distraía sería más fácil, pero me daba miedo bajar la guardia y desandar el poco camino que había avanzado. Incluso Laura me llamaba de vez en cuando para ver cómo estaba. A ella se le notaba visiblemente mejor.
No volví a tener noticias de Oliver hasta que a primeros de mayo recibí un breve mensaje en el móvil en el que decía:
Por fin soy libre.Me alegré tanto que a punto estuve de llamarle. Iba a marcar, cuando di marcha atrás. Lo más probable era que nos quedáramos sin conversación tras darle la enhorabuena y esa idea me parecía sumamente triste después de todo lo que habíamos vivido juntos. Así que me limité a contestar a su mensaje con un escueto:
Felicidades. Ya puedes abrir la caja. Avísame cuando quieras que te dé la llave.
Por mucho que esperé, no recibí respuesta.
Da había acabado. Del todo para siempre. No tenía sentido esperar más. Aún tenía la invitación de Darío y Rubén colgada en el corcho de la pared. Había prometido acompañarlo, pero desde entonces las cosas habían cambiado mucho. Llamé unos días antes de la boda para decirles que se lo agradecía mucho, pero no podía ir. Rubén, que fue quien contestó, me dijo que no pasaba nada. Por suerte, no hizo ninguna pregunta ni más comentarios.
A mediados de mayo terminaron las clases. Muchos días quedando con Gabriela para estudiar las asignaturas que teníamos en común, aunque a ella le costara concentrase, de tan enamorada que estaba. Kobalsky también vino, pero como insistía una y otra vez en sacar el tema de Oliver, le puse como condición que, si quería repasar con nosotras, no podía mencionar su nombre. El pobre obedeció dócilmente y, si alguna vez se le escapaba algo, se tapaba la boca azorado, como si fuera un niño.
Nunca lo hubiera pensado, pero aquel tiempo estudiando fue muy agradable. Poco a poco me iba notando más fuerzas y los días largos y luminosos también ayudaban. Me sentía optimista y más segura de mí misma, y empezó a forjarse una idea en mi cabeza. Al principio era sólo un pensamiento indeciso, pero fue tomando forma a medida que pasaban los días. Sabía lo que debía hacer. No tenía por qué seguir la inercia, empezar una carrera que ni siquiera tener la certeza de querer estudiar y vivir mi vida al son que marcaban otros. Debía irme, alejarme y descubrir qué es lo que en realidad quería hacer. Fui sopesando las distintas posibilidades, pero una idea se imponía a las demás por su practicidad: iba a hablar con la familia con la que viví en Estados Unidos. Me querían y estaba segura de que estarían encantados de acogerme por algún tiempo, hasta que encontrara un trabajo. Tal vez incluso ellos podrían colocarme en su negocio de venta de ropa.
Poco a poco, mi vida dejó de girar en torno a Oliver para hacerlo sobre ese proyecto. Resultaba tan alentador y estimulante que no hacía más que darle cuentas y más vueltas, incorporando nuevos detalles y posibilidades.
ESTÁS LEYENDO
Pero A Tu Lado
RomanceAlexia nunca imaginó que la llegada de Oliver, su nuevo y desconcertante vecino, fuera a alterar tanto su último año de instituto. Ella es divertida, inteligente y tiene muchos amigos, pero su vida amorosa no está al mismo nivel. En realidad, ha sid...