Capítulo 10

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Cuando regresé a casa, habían pasado dos semanas desde el accidente. Mi madre había insistido en instalarme un cuarto en el piso de abajo, pero finalmente la había convencido para que me dejara en mi dormitorio. Necesitaba mi habitación., estar rodeada de mis cosas, mis fotos, mis libros... y mi terraza. Me había vuelto adicta al cielo después de pasar quince días sin poder ver más horizonte que el ala de enfrente del hospital que se divisaba desde la ventana de mi cuarto. No quería prescindir de ese espacio de libertad, pues aún me iba llevar algún tiempo pisar la calle. Sólo necesitaba un microondas para calentar la comida mientras mi madre y Eduardo trabajaban. Eso era todo.
—Tengo una sorpresa —dijo mi madre tapándome los ojos  ante la puerta cerrada de la habitación—. No libres hasta que te avise, ¿de acuerdo?
Oí como entraba y colocaba algo en su interior.
—¡Tarán! —aun sin mirarla, supe que estaba sonriendo.
Al abrir los ojos, descubrí que había instalado el televisor de la cocina enfrente de la cama. ¡Por fin! Llevaba siglos pidiendo uno para mi dormitorio.
—¡Gracias, mamá!
—Esto no es todo —continuó abriendo mucho los ojos—. Mira, te subí la vieja videocasetera VHS con todas mis pelis, ¿ves? "Dirty Dancing", " La chica de rosa", "La joya del Niño", " Memorias de África", "Volver al futuro", " La sociedad de los poetas muertos", los musicales... ¡No pongas esa cara! Te aseguro que te van a encantar.
Sabía lo que significaban para ella esas películas. Las había visto viento de veces. Eran una especie de tesoro. Me emocionó el gesto y se me inundaron los ojos.
—¡No llores, tontita! —me abrazó con cuidado de no golpear las muletas—. ¿No ves nada más? ¿No notas nada raro?
Hice un barrido general para ver de que podía tratarse. Habían cambiado ligeramente la posición de la cama para facilitar el paso, pero... ¡La cama!
—¿Me compraste una cama nueva? ¡Y encima es de las grandes! —exclamé emocionada. No podía creerme que la vieja cama de princesas de Disney en la que había dormido desde que salí de la cuna hubiera desaparecido de mi cuarto.
—El médico nos recomendó un colchón eléctrico y, ya que teníamos que comprar uno nuevo, mejor más grande, ¿no?
Sabía que la economía familiar no pasaba por sus mejores momentos, así que les agradecí muchísimo el esfuerzo. Avancé hasta sentarme en mi nuevo colchón y abracé efusivamente a mi madre. Mis lágrimas le hicieron llorar a ella, así que que terminamos las dos con la nariz roja y un kleenex mojado en la mano.
Me levanté tarde, aunque cansada. Había pasado mala noche con la pierna y mi madre me había despertado antes de salir a trabajar para inyectarme la heparina y dejarme la comida junto al microondas. A pesar del sueño, el luminoso día de otoño me infundió buen humor. Estábamos a mediados de octubre y la mañana no era ni mucho menos tan resplandeciente como en verano. Más bien era como si hubieran sustituido una enorme y brillante lámpara de techo por una tenue y cálida luz indirecta, pero es más que suficiente para mí y mi adicción al sol. Me anudé la bata, guardé el móvil junto con los auriculares en uno de los bolsillos y me dirigí a la terraza. Ya desayunaría más tarde, porque, con las muletas, no tenía modo de llevar hasta allí el café y no quería perderme ni uno de esos rayos sobre mi piel.
Me senté en una silla y dejé descansar la pierna en otra. Desde donde estaba, sólo alcanzaba a ver las copas de los árboles, algunas de las cuales ya habían empezado a amarillear y a perder las hojas. A pesar de que en el hospital el tiempo se me había hecho muy lento, ahora me parecía que todo había pasado demasiado rápido. Si no me recuperaban pronto, podía perder el curso, algo en lo que ni siquiera me atrevía a pensar.
"Good bye, my Lover" comenzó a sonar a través de los audífonos. El día me pedía algo un poco más movido, así que pasé unas cuantas canciones hasta escuchar "Stay the Night". Era imposible no ponerse de buen humor y soñar con una preciosa historia de amor veraniego.
—¿Qué escuchas? —preguntó Oliver con su melodiosa voz asomándose por el muro que separaba nuestra terraza. Había olvidado lo mucho que contrataba con su torvo aspecto.
—James Blunt —desconesté los auriculares del móvil para que él también pudiera oírlo. Pareció extrañarse de la respuesta—. ¿Sabes quién es? Ese cantante inglés que... —aclaré por si no lo conocía.
—Sé quien es —interrumpió—, pero no me gusta mucho...
Nos quedamos en silencio, con la musica de fondo, él apoyado en el muro mirando el horizonte. Era evidente que la comunicación entre nosotros no fluía demasiado bien. No había tenido noticias suyas desde el accidente, a excepción de la firma que incluyó en la tarjeta con el resto de la gente y sobre la que escribió un lacónico " Que te mejores". Hasta entonces, nunca había tenido problemas para relacionarme con nadie, ni siquiera con desconocidos, pero había algo en Oliver que me turbaba y no me dejaba desenvolverme con naturalidad. A pesar de que me costara conectar con él, no podía olvidad que fueron él y Morgan los que llamaron a Urgencias, así que debía agradecérselo.
—Muchas gracias por ayudarme el día del... accidente —dije con una sonrisa algo forzada. No respondió. Giró la cabeza y se limitó a levantar apenas las cejas para desviar de nuevo la mirada hacia los árboles, que se balanceaban levemente mecidos por el viento.
Cuando ya había dado por hecho que la conversación había terminado y me disponía a leer, soltó:
—Pensé que ibas a morir.
Cerré el libro de golpe. Había intentado inútilmente reproducir lo ocurrido, pero lo único que venía a mi memoria era aquella oscuridad que no podía ser otra cosa que la muerte. Había estado a punto de dejarme llevar por ella. De no ser por esa voz y esa casina canción que se repetía una y otra vez, ahora sólo seria un triste recuerdo.
—¿Qué pasó? —noté la misma sensación de angustia que se apoderaba de mí cada vez que intentaba pensar en el accidente. Tal vez él pudiera darme las respuestas que necesitaba, así que le hice un gesto para que cruzara mi terraza. Dudó un momento, pero finalmente saltó con agilidad y se sentó frente a mí, en la silla más alejada.
—Ni lo sé... Te vimos pasar. No ibas muy rápido, pero de repente la moto se aceleró y te pusiste sobre una rueda... Rebotaste contra el bordillo de la acera.
Arrugó la nariz y la frente en una expresión que dejaba entrever lo desagradable que debía de haberle resultado.
—¿Dije algo?
—No. Estabas blanca y no se te notaba el pulso... No sabíamos qué hacer, hasta que vino la ambulancia... —le temblaba un poco la voz y, tras sus extraños ojos grises, su mirada indicaba que su mente se encontraba muy lejos. Podía imaginarme la sensación de impotencia que debe de invadirte al pensar que alguien se está muriendo delante de tus narices y no puedes hacer nada.
—Pues yo te oía, ¿sabes?
—¿Me oías? —preguntó extrañado.
—Sí, la canción que silbabas.
—Pero ¿de qué hablas? ¿Crees que me iba a poner a silbar en esa situación?
La verdad es que no tenía mucho sentido, pero lo había escuchado perfectamente. Me angustie de nuevo al pensar que quizá a mi cerebro le pasaba algo. Lo peor de todo era que no podía achacarlo a la conmoción cerebral del golpe, porque ya venía de antes.
—¿Estás seguro de que no lo hiciste? Era la misma musica de aquel día que estuviste con Gabriela...
Dejé de insistir al ver como me miraba, como si mi piel se hubiera vuelto verdad y estuviera llena de tentáculos. Quizá todo hubiera sido producto del golpe. Tal vez mi mente había asociado lo ultimo que había visto mis ojos, a Oliver y a Morgan, con aquella melodía.
—¿Por qué no estas en clase? —intente cambiar de tema mientras me recolocaba nerviosa en la silla.
—Tenía Lengua a primera hora e Inglés a segunda. Ya terminé por hoy.
De nuevo se hizo el silencio, un silencio tenso e incómodo. Hubiera preferido que se marchara, pero me sentía un poco en desuda con él. Al fin y al cabo, y aunque él no silbara aquel día, su canción me había salvado de una muerte segura.
El inalámbrico comenzó a sonar en mi dormitorio. Hice el amago de incorporarme, pero él se me adelantó.
—Yo te lo traigo —dijo mientras se dirigía a mi cuarto. Cuando depósito el teléfono en mi mano, a pesar de que llevaba una camisa de manga larga, pude observar que el interior de la muñeca derecha tenía tatuada la palabra "muerte" en letras góticas.
Mientras hablaba con mi madre, él volvió a entrar en mi dormitorio para examinar detenidamente los viejos vídeos de VHS. Me alegró que no fuera muy hablador, porque no me hubiera hecho ninguna gracia tener que explicarle a mi madre que había un chico en casa, y más ese tipo de chico.
—¡Tienes "Alta fidelidad" —exclamó cuando colgué el teléfono. Supuse que sería una de las películas de mi madre, aunque jamas había oído hablar de ella.
—¿Te gusta? Llévatela y ya me la devolverás —en seguida me arrepentí. Si mi madre se daba cuenta de que faltaba una de las piezas de su colección, me iba a cortar en cachitos.
—No tengo reproductor de VHS —respondió contrariado.
Dudé un momento. Tal vez lo correcto fuera invitarlo a verla, aunque me preocupara un poco el hecho de que hubiera estado dos años encerrado. Es verdad que no terminaba de creerme la versión de Gabriela ni mucho menos la de Álvaro, que además era muy rollero y le gustaba adornar las historias, pero la idea de verme sola en casa con él me ponis más que respecto. Por otro lado, aunque le conocía poco y nuestros primeros encuentros mas bien podían considerarse "encontronazos", algo en él me inspiraba confianza. Además, me había salvado la vida o, si no tanto, había contribuido a que siguiera viva.
—¿Te apetece que la veamos ahora? —esperaba no tener que lamentarme después. 
—¿Qué hora es? —preguntó indeciso.
—Las once y media.
Dudó un momento, pero al final accedió. Es posible que en seguida se arrepintiera, porque, al meter el vídeo en el reproductor, descubrimos que la carátula era la correcta. Probamos con alguno otros y en todos ocurría lo mismo. ¡Típico de mi madre! Le encantaba hacer esas cosas, cambiarlas todas las películas para que, al elegir una, fuese una sorpresa.
—Lo siento —me había rendido después de intentarlo con al menos diez—.  A lo mejor ni siquiera está...
—¿Por qué no vemos esta misma? El título suena bien.
"El cielo sobre Berlín". Al principio me pareció bastante lenta y extraña, pero poco a poco fue atrapándome con esas imágenes tan poéticas y misteriosas. Contaba la historia de dos ángeles que observaban el mundo y los humanos. Ni pueden materializarse, pero si controlar a las personas e infundirles ganas de vivir, susurrandoles palabras de aliento. ¿Seria uno de esos ángeles lo que oí aquella noche?
—¿Tú crees que hay algo después de la muerte? —preguntó mientras aún desfilaban los títulos de crédito. Me sorprendió un poco la pregunta, porque, tras el accidente, le había dado muchas vueltas a ese asunto.
—No lo se... —intentaba ordenar mis pensamientos—.  Antes pensaba que sí, que todos esto tenía que ser obra de alguien y era absurdo venir a este mundo para terminar muriendo sin más. Pero después del accidente...
Me observaba atento, como si mi opinión le importara mucho, con una mirada serena y transparente tras esos ojos grises que, a decir verdad, de extraños que eran resultaban incluso bonitos. Era un tanto absurdo que, sin conocernos ni saber nada él uno del otro, habláramos de algo tan profundo. De repente me sentí cómoda, como si fuéramos viejos amigos, y tenia la impresión de que a él le ocurría lo mismo.
—¿Viste algo? —preguntó intrigado.
Asentí mientras intentaba poner en palabras lo que había experimentado.
—Era como... como algo oscuro que me atrápaba   no había ni túnel ni vi pasar mi vida en forma de diapositivas, no había luz, no había nada. Era como un abismo negro en el que me iba hundiendo. Sabían que, si quería vivir, debía mantenerme arriba, pero me resultaba demasiado doloroso como para esforzarme...
—¿Y había algo en la oscuridad? ¿Crees que se podía atravesar?
Me esforcé en reconstruir linaje había vivido, pero resultaba demasiado perturbador. Tuve que tragar varias veces saliva para poder continuar.
—Creo... creo que no había nada más. Cuanto más me precipitaba, más lejos quedaba todo, hasta mi propio cuerpo. Me parece que, si me hubiera dejado caer del todo, habría dejado de sentir, de ver, de oír... Como si me hubiera disuelto y simplemente dejara de existir... Pero aunque por mí me hubiera dejado arrastrar, algo me hizo volver a la superficie. 
—¿Algo? ¿Qué quieres decir?
—No lo sé... A lo mejor una especie de ángel de la guarda, como la peli... Sólo que hubo algo que impidió que me muriera.
—¿De verdad crees que puede haber alguien que nos protege desde algún lugar sin que nos demos cuenta? —no supe descifrar si el tono de su voz indicaba ascepticismo o simplemente curiosidad. Me encogí de hombros. No tenía respuesta a esa pregunta.
Él se mantenía pensativo, con la frente crispada, como si algo le inquietara.
—¿Sabes? —dijo después de un rato en el que parecía debatir consigo mismo—. Yo estuve muerto.
En cualquier otra circunstancia, no habría podido reprimir una carcajada. Sin embargo, supe que decía la verdad y que no era imposible regresar de la muerte. Yo misma la había tocado muy de cerca.
—¿Como fue? —lo veía tan turbio que estuve tentada de posar mi mano sobre la suya, aunque finalmente no me atreví.
Le llevó tiempo responder. Entendía que no le resultaba nada fácil hablar de ello.
—Parecido a como tú dices. Yo ya no estaba, no existía y de repente volví. Fue horrible. Me moría de dolor. Sentía como si cada musculo y cada hueso de mi cuerpo estuvieran generándose y colocándose de nuevo dentro de mí. Me dolían las venas, el corazón, el estómago. Me dolía al respirar, al pestañear, me dolía todo. Y de repente, poco a poco, volví a oír, a oler, a ver... Tarde un tiempo en entender que el dolor venia de las descargas... Me estaban reanimando.
Los músculos se habían tensado bajo la camisa y en su cuello. Sin duda estaba reviviendo aquello con mucha intensidad.
—Pero ¿qué te pasó? —me salió un hilo de voz.
Cerró los ojos durante el tiempo que realizaba una inspiración profunda y, al abrirlos de nuevo, enormes, volvió a si estado tranquilo y algo extravagante. Miro el móvil.
—Tengo que irme.
Antes de que pudiera abrir la boca, ya estaba saltando de regreso a su casa.

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