Capítulo 36

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Fue un verdadero alivio terminar las pruebas de admisión. Me había costado horrores hacer que Oliver estudiara, porque siempre intentaba poner cualquier excusa, como que tenía que componer, que estaba muy intrigado para r algún libro y no podía dejar de leer, o que le dolía muchísimo algún músculo desconocido y necesitaba un masaje urgente. A veces era difícil mantener las manos alejadas de su cuerpo. Yo, contra todo pronóstico, no estaba nada nerviosa. Sólo quería quitarme el tramite de exámenes cuanto antes.
Tal vez no sería exacto decir que él había cambiado completamente. Pero esa hermética coraza que antes no dejaba ver al ser efectivo y tierno casi había desaparecido. Se sentía tranquilo y cómodo, como si hubiera vuelto a encajar en la vida.
Micho tenía que ver el hecho de haberse librado de la continua amenaza que suponía su abuelo. Desde que ya no era su tutor, no había vuelto a aparecer por allí. De hecho, ya no podía hacerlo si no era con invitación, ya que la casa era de Oliver al haber heredado la propiedad después de morir su madre.
Por otra parte, Rubén se recuperaba a toda velocidad. Cada día se hacía evidente que, de haberlas, las secuelas serian mínimas y podría desempeñar una vida normal.
Y estaba el dinero. Oliver cambiaba sus planes con la misma frecuencia con la que pestañeaba: unas veces pensaba en recorrer el mundo; otras, en remodelar la casa y crear allí un estudio de grabación; otras, comprar una isla desierta para él y para mí... Bueno, en realidad, esa había sido una propuesta mía, pero la había acogido con mucho entusiasmo.
La vida nos estaba regalando uno de esos momentos dulces y la felicidad se mascaba en el ambiente. Todo era perfecto: tenía las mejores amigas del mundo, la mejor familia del mundo y el mejor novio del mundo. ¿Qué más podía pedir?
Oliver llevaba mucho tiempo preparando un fin de semana solos en el chalet se su tío. La idea de tenerlo dos días en exclusividad me parecía un sueño. Es verdad que pasábamos mucho tiempo juntos, pero siempre tenía que estar pendiente de mi madre. Ahora podía dormir toda la noche en sus brazos y despertarme con él sin miedo a que nadie nos molestara. Sería una preciosa despedida antes de marcharme a Estados Unidos.
Quería hacerle un regalo, algo que le gustara de veras y que le recordará a mí el tiempo que iba a estar fuera. Por muchas vueltas que le daba, no se me ocurría nada, hasta que reparé en la caja de música que aún guardaba en mi cajón. Estaba segura de que le encantaría tenerla arreglada. Sería el momento perfecto para dársela. Se lo comenté a mi tía, ya que, entre sus extraños amigos, le había oído hablar alguna vez de un anticuario que arreglaba mecanismos de relojes de cuerda.

                     *************

Beatríz me hizo una llamada pérdida para avisarme de que me esperaba en la calle. Bajé tan aprisa que tropecée con la maleta a medio hacer. Era enorme y nos había metido ni la cuarta parte de lo que creía que iba a necesitar en Estados Unidos. Tenía que replantearme la lista cuanto antes u descartar muchas de las cosas que consideraba "indispensables".
—Hola, cariño —me dio un beso—. ¿Cómo estás?
—¡Muy bien!
—¿Seguro? —me miró de arriba abajo con recelo.
—Sí, ¿por?
—Estoy un poco preocupadilla. Tu orquídea estaba preciosa y esta mañana empezó a perder las flores.
—Será por el valor, tía. Estoy mejor que nunca, te lo aseguro —no tenía de qué preocuparse. En mi vida me había sentido con tanta fuerza y vitalidad.
Su gesto de reticencia se convirtió en una gran sonrisa, como si hubiera leído en mi interior y hubiera podido observar el estado de emoción que sentía.
Condujo hasta un polígono industrial que estaba lleno de tiendas de muebles y decoración y nos detuvimos en una de ellas.
—Mmmm... —murmuró el amigo de Beatríz cuando desmontó la tapa para poder acceder al mecanismo de la caja de música. Me preocupaba que no fuera capaz de arreglarla o que la estropeara aún más. Oliver no me lo perdonaría ni yo a mí misma por haberle arrebatado algo tan valioso para él. Yo la miraba impaciente mientras Beatríz se paseaba entre la aglomeración de objetos apilados que se acumulaban en la tienda—. Sí, es lo que suponía... La cadena es muy larga para un engranaje tan pequeño, ¿ves?
Con un pequeño destornillador, me señaló en punto exacto donde se unía la cuerda de metal con una rueda dentada.
—Al tirar, se sale, como en las bicicletas. Voy a poner un punto de soldadura para sujetarla mejor y un tope a este otro lado para que no se desvíe de su recorrido... —explicó mientras sacaba una herramienta que parecía un punzón de cable.
No entendía demasiado bien de qué me estaba hablando, pero me inquietaba que el calor pudiera dañar la madera de la caja. Enseguida me relajé, ya que parecía saber perfectamente lo que tenía que hacer. Decidí quitarme de en medio y me acerqué a Beatríz, que miraba con curiosidad un pequeño aparador oriental.
—¿Crees que quedaría bien en la entrada de casa?
—No sé... —no tenía la más mínima idea sobre decoración. El mueble me parecía bonito, pero no sabía que elementos debía tener en cuenta para determinar si combinaba o no. Estábamos las dos examinándolo detenidamente como si fuéramos expertas cuando la música de la caja invadió la tienda. Fue inmediato, mi mente hizo clic-clac y allí estaban las voces.
—¿Qué te pasa? —preguntó Beatríz alabada al ver mi cara.
—Lo estoy oyendo ahora mismo. Al niño que llora y la mujer que lo consuela...
—¿Ves algo?
—Nada. Sólo los oigo. ¿Qué es esto, Beatríz? ¿Por qué me pasa?
Negó con la cabeza intranquila.
—No lo sé, cariño. Tienes que hablar con Oliver. La caja es suya, ¿no?
Asentí angustiada.
—Pues entonces es él quien tiene las respuestas.
Cuando regresé a casa, había desistido de esperar al fin de semana para regalarle la caja. Necesitaba solucionar cuanto antes aquello de las voces: me estaba volviendo loca.
Crucé por la terraza. No estaba en su dormitorio. Lo llamé por la escalera, pero nadie respondió. No quería esperarle allí. Había algo que me daba miedo de esa casa, con toda la parte de abajo deshabitada. Iba a volver a mi cuarto cuando lo vi asomar la cabeza por la escalera.
—¡Hola! —dijo visiblemente contento y sorprendido de encontrarme allí. Me rodeó la cintura atrayéndome hacia él y me dio un largo y profundo beso.
—Hola —tenia que aprender a borrar esa sonrisa estúpida de mi boca. Era absurdo desarmarme así cuando nos pasábamos casi todo el día juntos. Le mostré la caja, que había depositado sobre la cama.
—La llevé a arreglar —me miró con cara de susto—. Ahora ya funciona.
—¿A ver?
Lo detuve antes de que tirara de la cuerda.
—No lo hagas...
—¿Qué pasa?
—¿Te acuerdas aqueo día al poco de mudarte que Gabriela te invitó a pasar a mi terraza?
—Sí, me acuerdo perfectamente. Llevabas la camiseta remangada para tomar el sol y me fijé en tus... en que estabas muy guapa.
—Más te vale —le golpeé el brazo para demostrar mi enfado, aunque en el fondo me hizo mucha ilusión saber que ya entonces había reparado en mí —. Pero no es eso. Mira, ese día tú silbabas las canción de la caja y, al oírte, yo... yo...
—Te enamoraste perdidamente de mí —me interrumpió con una sonrisa de suficiencia—. Les a pasado a todas cuando silbo...
—¡Te quieres callar! Que no es eso, es que oí voces.
—¿Voces? —seguía sonriendo, aunque sus ojos indicaban a las claras que no tenía ni idea de qué le estaba hablando.
—Sí, voces en mi cabeza. En plan esquizofrenia, ¿entiendes? Y también las escuché cuando tuve el accidente en moto. La música me daba vuelta en la cabeza y me impedía relajarme, y sé que fue eso lo que me salvó de la muerte.
Noté que la piel se le erizaba a la vez que se ensombrecía su rostro.
—Y cada vez que escucho esta canción, vuelven y no sé qué significa. Creo que me estoy volviendo loca...
—¿Y qué dicen?
—Es un niño que llora y una mujer que le dice: "No te preocupes, todo va a salir bien". Y lo repite una y otra vez, perece una letanía...
Se quedó inmóvil, como una estatua, supongo que intentando procesar lo que acababa de escuchar. Tragó saliva sonoramente que pude oír como si lo hubiera hecho yo misma.
—¿Sabes lo que es? —estaba segura de que él tenía la respuesta.
Me miró perplejo, como si de pronto se sorprendiera de verme allí, y asintió apenas.
—¿El qué? —me senté en el borde de la cama. Por fin se iba a resolver el gran misterio y no estaba muy segura de que mis piernas se mantuvieran estableció s al oírlo.
—Soy yo... —casi no pude escucharlo de tan bajito que lo dijo.
—¿Tú? —no entendía nada.
Suspiró profundamente, cerró los ojos y dijo:
—Después de tenerme, mi madre vivió un tiempo con mis abuelos, pero la convivencia era insoportable. Ya has visto como es él... Entre madre y Rubén convencieron a mi abuela y ella le compró esta casa. Entonces, aún tenía mucho dinero... Pero supongo que era una carga demasiado pesada para ella, al fin y al cabo era como nosotros. ¿Te imaginas sola con un niño? Así que siempre terminaba llamándoles para que vinieran a echarle una mano. Pasaban aquí temporadas. Al principio conseguían mantener las formas, pero acababan discutiendo. Yo me subía llorando al cuarto muchas noches. Allí esperaba en la oscuridad, muerto de miedo, a que mi madre por fin apareciera con su pañuelo para no llorar y me cantara esta canción.
Una lágrimas amenazaba con escaparse, pero la detuvo con el dorso de la mano.
—Se inventó la letra, ¿sabes? —continuó con la sonrisa más triste que jamas le había visto—. Porque la original era en chino y no sabía qué significaba. Llevo años intentado recordarla, desde el accidente, pero nada... Por eso me tatué la melodía. No quería olvidarla nunca, pasara lo que pasara.
Hundí los dedos en su suave pelo para intentar reconfortarlo.
—Así que esas voces que oyes somos mi madre y yo. Imagino que, si aún estabas despierta, lo oirías desde el otro lado del tabique.
—Creo que la canción de tu madre también me consolaba a mí, porque yo terminaba como tú, llorando muchas noches por las discusiones de mis padres. Aunque era muy pequeña, sabía que ese era el principio del fin, que terminaríamos separados, y temía perderlos a los dos. Quién sabe si nuestra conexión comenzó con esa angustia compartida... Entonces, ¿siempre has estado ahí, al otro lado de la pared? —todo cobraba sentido. Beatríz tenía razón: estábamos unidos por un hilo invisible, un hilo que nos conectaba desde muchos años atrás.
Asintió con la cabeza, cerró los ojos y tiró de la cuerda. En el mismo momento en el que la música comenzó a penetrar en mis oídos, aparecieron las voces. Sin embargo, en lugar de ir ganando fuerza esta vez, poco a poco se fueron alejando, como si se diluyeran en las notas de la canción, hasta desaparecer por completo.  Cuando la música cesó, supe que se había ido para siempre.
Oliver continuaba con los ojos cerrados, parecía cansado y abatido, y tremendamente vulnerable... Acaricié con un dedo la serpiente que clavaba los dientes junto a la mano y fui siguiendo la espiral que formaba alrededor se su brazo hasta llegar al hombro para después recorrerlo en sentido contrario. Me detuve en el tatuaje de su muñeca y le besé sobre la palabra "muerte".
—¿Sabes? —dijo agitando la cabeza, como para desprenderse de todos los recuerdos —. A lo mejor crees que estoy loco, pero desde que te vi por primera vez y, por más que lo intentaba, no lograba sacarte de mis pensamientos.
—Eso es lo que les pasa a los tíos que me ven con la camiseta remangada —intenté imitar su suficiencia. Me reconfortó verlo sonreír.
—He tenido mucha suerte de encontrarte, Alexia —me retiró el pelo de la cara con un gesto cariñoso—. Es increíble saber que ya no estoy solo, que te tengo a mi lado...
—Mi tía Beatríz dice que tenemos una conexión especial, que estamos hechos el uno para el otro y que no ha sido casualidad que terminemos juntos. Seguramente, si tú no hubieras vuelto a esta casa, habríamos tomado otras decisiones que nos hubiera permitido encontrarnos.
—Me gusta esa teoría... Explicaría muchas cosas, porque te aseguro que he hecho verdaderos esfuerzos para alejarme de ti y no han servido de nada.
—¿Por alejarte de mí? —pregunté extrañada.
—Sí... Sentía una atracción muy fuerte, pero no quería complicarme la vida. Sin embargo, por más que lo intentaba, no era capaz de mantenerme apartado.
—¿Me lo dices en serio?
—¿De verdad crees que era tan importante que me guardaras todas esas cosas en tu cajón? Algunas sí, claro, pero si revisas un poco encontrarás todo tipo de tonterías: partituras, apuntes... Necesitaba una excusa para acercarme a ti.
—Yo... no tenía ni idea.
—¡Como que no! ¿Y esos pijamas que te ponías? ¡Por favor! ¿Sabes cuántas veces he estado a punto de arrancártelos?
—¿Los pijamas? Pero si son lo más feo y antisexy que existe... —Gabriela tenía razón: ¿quién entiende a los hombres?
—Me pregunto qué cara habrías puesto si llego a atacarte... ¿Habrías gritado? —susurró acercándose a mí y apoyando su frente sobre la mía.
—Te aseguro que no...
—Y ahora, ¿te quedarás para siempre a mi lado?
—Para siempre —respondí marcando cada una de mis sílabas.
—Yo ya no puedo apartarme de ti.
Nos quedamos quietos, abrazados, en silencio, sin hacer nada. Él sujetando las caja con sus manos y sobre ellas, las mías.

Pero A Tu Lado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora