Capítulo 9

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Tuve que parpadear varias veces hasta adaptarme a la claridad. La música y las voces habían cesado para dejar paso a un sonido rítmico: bip, bip, bip... Un frío intenso me obligaba a permanecer inmóvil para no desplazarme lo más mínimo del espacio de la cama que se mantenía caliente.
Poco a poco fui cobrando conciencia de mi propio cuerpo y del lugar en el que me encontraba. Me sentía abandonada y vulnerable entre aquellos paneles de tela verde, rodeada de aparatos y cables. Era desconcertante no recordar nada de ése lugar ni cómo había llegado a él. No tenía fuerzas para intentar reconstruir lo que había pasado. Me sentía aturdida, como si mi capacidad mental hubiera entrado en modo de ahorro de energía.
Tenía la boca seca. Intente hablar, pero un tuvo que me raspaba en la garganta me lo impedía. No sin gran dificultad, levanté ligeramente la sábana que me cubría y comprobé que tenía la pierna derecha enyesada. Intenté moverla, aunque pesaba demasiado para mi exiguas fuerzas, al igual que mis párpados, que se empeñaban en cerrarse. De nuevo, sólo había oscuridad.

                     *************

—Alex, Alex... Despierta. Alex, Alex...
Como si de un eso lejano se tratara, empecé a oír la voz suave de mi madre, pero mi cuerpo y mis sentidos respondían con demasiada lentitud. Poco a poco, sus palabras se fueron haciendo mas cercanas, al tiempo que yo salía de mi letargo. Logré abrir los párpados y la vi mirándome con una sonrisa y los ojos empañados en lágrimas.
—Cariño, no hables. No tengas miedo. Sufriste un accidente pera estad bien —su voz se quebró—. Te van a quitar el respirador y tienes  que estar muy tranquila y hacer lo que te indique el médico, ¿de acuerdo? ¿Me entiendes?
Asentí, aunque estaba aterrada.
—Mamá...
Fue un hilo de voz ronca pero suficiente para que mi madre se abalanzara sobre mi llorando desconsoladamente. Detrás de ella estaba mi padre, que intentaba ocultar las lágrimas simulando que se le había metido algo en un ojo.
Me conmovió ver llorar a mi padre. Era la primera vez que lo hacia en mi presencia. Creo que se dio cuenta de la angustia que me producía, porque se recompuso en seguida y comenzó a gastar bromas sobre mi aspecto. Apenas me atreví a sonreír. Estaba tan dolorida que me costaba hasta mover los dedos de las manos. Tenía raspones en los brazos, una muñeca vendada y la otra conectados varios tubos. La pierna derecha estaba enyesada y la izquierda tenía una costra sanguinolenta que cubría toda la rodilla.
El miedo se apoderó de mí cuando hicieron salir a mis padres y la enfermera me pidió que relajara la garganta. No quería enfrentarme a aquello sola.

                   *************

Varios días más tarde, me trasladaron a una habitación. Debía de ser muy temprano porque, aunque a través del que inmenso ventanal sólo alcanzaba a ver el ala de enfrente del hospital, la luz que llegaba era muy tenue. Fue un alivio encontrarme en un lugar tan tranquilo, sin monitores, ni ruidos, ni movimiento constante. Pero necesitaba ayuda para todo. Hasta incorporarme en la cama suponía un esfuerzo sobrehumano. Menos mal que la enfermeras eran muy amables y mi madre no tardaría en llegar. Mi sorpresa fue mayúscula cuando a la que vi aparecer fue a Gabriela; aunque, al ver su reacción -cómo dejó caer de golpe la carpeta y la mochila-, creo que la realmente sorprendida fue ella.
—¡Vaya susto que nos has dado!
—Sí que ha debido de ser grande para que te pegues este madrugón. ¿Qué hora es?
—Las siete y cuarto. Es que tenía muchas ganas de verte y preferí pasar antes de ir a clase.
—Casi madrugas para nada, porque me acaban de bajar a la habitación ahora mismo.
—Ayer me dijo tu madre que lo más seguro es que te trajeran a planta a primera hora. ¿Qué tal estas?
—Se supone que bien o, al menos, mejor. Pero estoy dolorida y muy torpe en todos los aspectos.
—¡Ah! Entonces, estas como siempre —sentenció sacándome la lengua—. Que sepas que nos has tenido muy preocupados, sobre todo los días que estuviste en coma. No hemos venido a verte porque en Terapia Intensiva sólo dejan pasar a familiares. Laura y yo intentamos entrar cuando te despertarse diciendo que éramos tus hermanas, pero no funcionó. ¡Y te has vuelto de lo más popular, guapa! Que tenemos a todo el mundo detrás preguntándonos por ti: Kobalsky, Charlie, la Miss, Fran... ¡Hasta el guapo de tu vecino un par de veces! ¿Sabes que fueron él y Morgan los que avisaron a la ambulancia cuando tuviste el accidente? Menos mal que andaban por allí, que, si no, no sé si hoy estarías aquí con esa pinta horrorosa.
—Gracias —con toda la ironía que me permitían mis fuerzas.
—¡Que no, boba! Qué estas estupenda —me abrazó, pero no pude reprimir un gesto de dolor cuando dejó caer su peso sobre mi pierna—. Perdón, perdón, no quería hacerte daño.
—Tranquila. Creo que me duelen hasta las pestañas. Pero si es por un beso de mi mejor amiga, me aguanto —le tendí la mano.
—Ya verás como dentro de poco éstas perfecta —dijo acariciándome el pelo. Me sorprendió que se mostrara tan cariñosa. Siempre ha odiado todo ese tipo de sentimentalismo.
—¿Dijiste que Oliver llamó a Urgencias? —era incapaz de recordar cómo había llegado al hospital.
—Sí, pero tranquila, que de devolverle el favor con grandes dosis de agradecimiento ya me ocupo yo...
—Pensé que ya había caída en tus redes. ¿No quedaste al final con él después del concierto? ¡Estás perdiendo facultades!
—No. Y eso que lo intenté, porque el imbécil de Hugo se lío con la engreída asquerosa ésa y me dejó tirada; pero Oliver me dijo que tenía que recoger. Gracias a ti ahora sé que se había ido con Morgan. No me sorprende: hay que reconocer que su novia no está mal...
—¿No te dijo nada de lo que pasó? —cada vez que intentaba recordar lo ocurrido me invadía una angustia insoportable. Estaba en la moto y, de repente, todo se oscureció, como el clíc-clac de un interruptor.
—No es mucho de hablar tu vecinito. Mejor. Por muy bueno que esté, no deja de ser un hombre, y cada vez que abren la boca lo estropean...
—No hay mal que por bien no venga —bromeé—. Me alegra saber que mi accidente al menos sirvió para que te lo quitaras de la cabeza.
¿Quitármelo de la cabeza? ¡Ni mucho menos! De hecho, ahora sé muchas cosas sobre él... —dijo levantando varias veces las cejas con ese característico gesto que ponía cada vez que se enteraba de algún chisme.
—¿Algo interesante?
—¿Interesante? ¡Es como una peli! Aunque me dé nauseas reconocerlo, Álvaro tenían razón: su casa se quemó. Le pregunté al padre de Laura y se acordaba de ello. Resulta que antes ya habían detenido a Oliver varias veces por vandalismo. Pero luego vino lo fuerte. Al parecer, fue un incendio horrible y no se explican como salió de allí con vida. Su casa quedó completamente en ruinas y por poco quema la del vecino, porque el jardín ardió por completo. Pero lo que Álvaro no sabe es que todo este tiempo el vecino no ha estado en la cárcel...
Era típico de Gabriela hacer esas pausas dramáticas. Le encantaba que le insistiéramos una y otra vez para que continuara la historia.
—¿Y donde se supone que ha estado? —procure no mostrar demasiado interés para no darle gusto.
—En un loquero, bueno, en un centro de internamiento terapéutico. Vamos, en lo que viene siendo un reformatorio para locos —respondió después de mirar hacia todos lados y bajar la voz.
Aquello trajo a mi mente las extrañas voces de mi cabeza y un escalofrío me recorrió el cuerpo.
—¿Y cómo lo supiste? ¿Te lo dujo también el padre de Laura?
—No, fue Kobalsky. Me costó sonsacarselo, pero se rindió cuando le prometí que me quitaría de en medio para que viniera él y Laura solos a verte... ¡Uy! Me marcho o me perderé la magnifica clase de Lengua —dijo con sorna—. Ya me imagino a la Miss con ese tonito de creída diciendo: ¡Gabriela Schneider! Analiza la frase "Presentarse a Admisión en septiembre por no asistir a Lengua es una soberana estupidez". Paso a verte por la tarde.
Tras darme un sonoro beso en la mejilla salió corriendo en dirección a la puerta, pero acto seguido regresó para, en un segundo, alisar la sábana y la colcha y taparme amorosamente.
Gabriela me había dejado perpleja con lo de Oliver. La verdad es que no sabría decir si resultaba más tranquilizador que hubiera estado en un psiquiátrico o en la cárcel. En cualquier caso, tenía que agradecerle que hubiera llamado a Urgencias. Lo último que recordaba de aquel día era que creía haberlo visto con Morgan bajo la farola, pero tampoco estaba muy segura de que fueran ellos. A partir de ahí, y hasta el momento en el oí la voz de mi madre en Terapia Intensiva, todo era una incógnita. Aunque me habían contado que había pasado varios días en coma, para mí, el mundo se había detenido y ese tiempo había desaparecido de mi vida. Si me hubieran dicho que había estado inconsciente unas horas o unos minutos, lo habría creído igualmente. No recordaba haber soñado, sólo la canción que se repetía una y otra vez. Ni siquiera tenía consciencia de estar viva. Ahora empezaba a entender como se sentían los protagonistas de The Hangover, aunque lo mío no pintaba tan divertido.
No pude pensar mucho más, ya que enseguida aparecieron mis padres. Debían de haber discutido, porque se notaba que mi padre quería salir de allí lo antes posible. Además, para cavar de sumarle tensión al ambiente, llegó Eduardo. No es que se llevaran mal, simplemente mantenían un cordial equilibrio de respeto mutuo, aunque, a mi entender, algo frágil.
Me ayudaron a levantarme para ir al baño a ducharme. Por suerte, mi madre me había traído un camisón decente, porque el del hospital, aparte de ser horrible, tenía toda la espalda abierta. Por primera vez me pude mirar al espejo. Estaba demacrada. Mi piel se había vuelto de color amarillo y una oscuras ojeras rodeaban lo ojos como si me hubiera disfrazado para Halloween. Tenia varios puntos de sutura en la frente. El pelo estropajoso se me pegaba a la cara y los labios estaban completamente secos y agrietados. Me veía horrible.
Intenté no desmoralizarme. Tenía suerte de seguir viva y quería pensar que, con el tiempo, mi aspecto mejoraría. Menos mal que solo alcanzaba a verme del cuello para arriba. Mi madre se ocupó de lavarme la cabeza en el lavabo. Aunque ella le ponía mucho mimo y le quitaba importancia, me sentía una auténtica inútil que, hasta para las cosas más simples, dependía de los demás.
Pasé la mañana entre visitas de médicos y enfermeras. Después de comer, estaba quedánome dormida cuando oí que alguien golpeaba la puerta con suavidad.
—¿Se puede?
—Sí, claro, adelante.
Había reconocido perfectamente la voz de Laura, y tras de ella entró Kobalsky.
—No me miren con esa cara, no ha sido para tanto... ¿No van a darme un beso?
Ambos se acercaron muy despacio, como si aprovecharan el trayecto para asimilar mi aspecto. Sin embargo, yo, sólo con verlos, ya me sentía reconfortada.
—Te trajimos esto —dijo Kobalsky al tiempo que me acercaba la caja de bombones más grande que había visto en mi vida. Iba acompañada también de un sobre enorme que me apresuré a abrir. Contenía una tarjeta de esas de muñequitos graciosos y dentro un montón de firmas con buenos deseos. Casi se me saltan las lágrimas—. Colaboramos todos —añadió.
—¡Gracias! ¡Me encanta! Sobre todo la tarjeta.
—Vale, pues entonces nos llevamos en chocolate y nos lo zampamos nosotros. Por un día, mi endocrino se lo va a tomar mal...
—Agárralos bien, que todavía no sé cómo han llegado vivos hasta aquí —intervino Laura—. Álvaro me mandó un mensaje y me insistió que te diera sus saludos. Es que está saturado con las clases y las prácticas, por eso no ha podido venir. Hace días que no nos vemos... —su tono era triste. Algo no iba bien.
—Tal vez ha pescado una venérea —masculló Kobalsky entre dientes para asegurarse de que sólo yo podía oírlo.  Esbocé una sonrisa. Álvaro... ¡Cretino! Pero ¿cómo podía tener la poca vergüenza de mandarme un recadito a través de Laura? Del accidente no me acordaba, pero de lo de antes, perfectamente. Si no me hubiera dado plantón, no me habría pasado nada. No es que le echara la culpa a él de lo sucedido, porque la culpa era toda mía por estar pendiente de un imbécil como él, pero... Mejor dejar el tema.
—Cuéntame, ¿me he perdido algo interesante estos días?
—Te persiste unas clases geniales, divertidas, de ésas de las que no quieres marcharte porque son como una fiesta...
—¿En serio Kobalsky? —pregunté socarrona.
—¡Qué va! No ha pasado nada, el mismo rollo de siempre... Por cierto, como sabía que venía a verte, te traje fotocopiados los apuntes de Física y Mates. Me han costado lo mío, pero he conseguido que me los dejara Tejeda —hizo sonar los nudillos y adoptó una pose de matón. Me hizo gracias porque, si había alguien poco violento en el mundo, ése era Kobalsky; pero con semejante tamaño, nadie en su sano juicio, y menos el flacucho de Tejeda, se arriesgaría a comprobarlo—. Hubiera preferido pedírselos a otro, pero seguro que los suyos son los mejores. Lo comprobé y están todos. Como el muy aplicado numera las hojas de los apuntes, no pudo quitar ninguna.
—¡No te metas con él! —intervino Laura-. No es mal chaval. Conmigo siempre es muy lindo. 
Kobalsky y yo intercambiamos una mirada cómplice. ¡Todos eran lindos con Laura! Ella no parecía entender que su cuerpo escultural tenia bastante que ver en eso.
—Muchas gracias Kobalsky —lo último que me apetecía era ponerme a hacer problemas de Mates y Física.
—Por cierto —dijo Laura mientras se recogía su larga melena rubia en una coleta y se sentaba en una esquina de la cama—, están hablando de organizar una fiesta para recaudar fondos y hacer un viaje después de los exámenes de admisión.
—¡Genial! —me había perdido el viaje de cuarto por estar en Estados Unidos, así que me parecía un gran plan. Además, me daba penilla dejar el instituto y esa podía ser la despedida inolvidable—. ¿Han pensado en algún sitio en concreto?
—Han hablado de Ibiza, Mallorca, Italia, Croacia... Pero depende del dinero. Si no sacamos mucho, nos iremos de excursión a Toledo. ¡Qué le vamos a hacer! Espero que mi padre me deje ir y que a Álvaro no le importe...
—Si no, te raptamos —dijo Kobalsky. Laura sonrió pensando que era broma, pero creo que lo decía completamente en serio.
—¿Qué pasó con tu móvil? Te mandamos un montón de tonterías por whatsapp y no contestas —preguntó Laura.
—No rengo. Se estropeó en el accidente. Mi madre quiere traerme uno viejo que anda por casa, si es que lo encuentra, que espero que no. Pero Eduardo me dijo que me iba a regalar uno nuevo. Menos mal, porque mi madre es capaz de encajarme un ladrillo de ésos de hace siglos...
—¿Y no te sientes incomunicada? Cuando yo me quedo sin batería, me dan los siete males. Menos mal que mi padre no tiene ni idea de móviles y no sabe que se puede chatear y esas cosas, porque ya sabes que no me deja tener messenger, ni twitter, ni facebook, ni da... —¡pobre Laura? Y luego yo le quejaba de mi madre.
—Sí que lo he echado de menos
En Terapia Intensiva no podía hacer nada. Cuando estaba en coma, vale, pero era horrible volver a ala vida y descubrir que no tienes teléfono...
Sólo pretendían hacer una broma, pero mi comentario debió de resultar algo más dramático para Laura, porque se le inundaron los ojos de lágrimas y me apretó fuerte la mano. También Kobalsky se dio la vuelta mientras se apretaba con fuerza los lagrimales para que no viéramos que se había emocionado.
—Por suerte, todo salió bien y se quedó en n mal susto —dijo Laura con su habitual dulzura, sin soltarme la mano—. Como dice mi madre, has de tener un ángel de la guarda trabajando "full time". 
Sonreí. En ese momento entró mi madre. Los saludó y les dio las gracias por haber venido a verme y luego se sentó en la butaca del rincón con una revista.
—Y entonces, ¿como terminaron las fiestas? ¿Qué tal les fue en la actuación? ¿Cuántos temas tocaron? —quería cambiar de tema para que mi madre no viera que mis amigos  se habían emocionado: necesitaba mucho menos que eso para echarse a llorar como una Magdalena. Según estaba lanzando la pregunta, me di cuenta de que había metido la pata.
—¿Te lo perdiste? Pensábamos que lo estabas viendo desde otro sitio, como había tanta gente... Pues estuvo súper chulo... Tocan que te mueres, y eso que me perdí un trozo —pondio Laura mientras golpeaba cariñosamente en el brazo a Kobalsky, que se puso del mio color que el extintor que tenía al lado—. Entonces, ¿donde estuviste todo ese tiempo?
Pude ver como mi madre levantaba una ceja y ponía atención a la conversación.
—Ah, bueno, sí... ¡Qué tonta estoy! Claro que estuve. Es que aun tengo algo desordenado los recuerdo de ese día...
Titubeé pero, antes que el desaguisado fuer mayor, la divina providencia hizo que una enfermera irrumpiera para traerme las pastillas y revisarme los vendajes, momento que aprovecharon para marcharse.

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