Capítulo 21

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—Son las feromonas —sentenció Gabriela.
Aunque pasaban de largo las dos le la madrugada, no me había resistido a llamarla. Necesitaba desahogarme con alguien y ella era la persona que mejor podía entender la atracción incontrolable que sentía hacia Oliver.
—¿Las feromonas?
—Sí, esas sustancias químicas que se desprenden con el olor...
—Sé lo que son —interrumpí.
—Pues según dicen, el deseo sexual se desata por el olor, aunque no somos consientes. Al aparecer, es algo primitivo que también les pasa a los animales.
No negaba que esa teoría fuera cierta, pero, en mi caso, sabía con certeza que el origen de esa atracción estaba en la mañana que lo vi con Morgan.
—Mira, no sé qué será, pero te juro que no he pasado más vergüenza en mi vida. ¿Con qué cara voy a mirarlo, Gaby?
—Bah, no te agobies. Lo que me sorprende es que no se haya lanzado a así de plano contigo. Con cualquier hombre te tiras así a la yugular y no se resiste. ¿Y si al final resulta que es gay?
—¿Y lo de la Miss, entonces? ¿Y Morgan?
—Va a ser eso, claro, que el chico no puede más. Está completamente agotado con lo que lo exprimen estas dos... De todos modos, casi que me alegro de que hayas actuado así. Empezaba a estar un poco preocupada: lo de Laura es por convicción, pero lo tuyo... Te queda para cumplir los dieciocho y sigues siendo virgen. ¿Es que vas a esperar a casarte?
Me sobrevino un exceso de tos. Y no fue por la sorpresa, como tal ves pensara Gabriela, sino por el cargo de conciencia. En su día no se lo había contado y, con el paso del tiempo, no tenía se todo hacerlo. En cualquier caso, hacía tanto de aquello que hasta parecía que nunca hubiera pasado.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que pare al primero que me encuentre con la calle y me acueste con él?
—No, claro que no. Mejor espera a que James Blunt llame a tu puerta y te cante una baladita de amor —sarcasmo genuino de Gabriela. Directo al corazón, y sin anestesia—. De todos modos, lo único que digo es que me alegra ver que eres "humana" y tienes los mismos deseos que el resto de loa mortales.
—¡Claro que los tengo! Pero ¿por qué me fijo siempre en los chicos equivocados? ¿Por qué Álvaro y Oliver? ¡Anda que no hay hombres en el mundo! Pero no, yo voy a lo difícil.
—Son las feromonas ya te dije. Pinte una pinza en la nariz cuando estés con ellos, año mejor se arregla.
No pude reprimir una carcajada al imaginarme esa escena tan ridícula.
—Bueno, guapa, te dejo —susurró. Me parece haber oído a mi padre y, como me vea hablando por el móvil a estas horas, me quedo sin wi-fi y sin teléfono. Te llamo mañana. ¡Que descanses!
—Igualmente. ¡Hasta mañana!

                   *************
A la mañana siguiente todo están muy gris, pero no llovía y, aunque el muerte que separaba ni casa de la Oliver continuaba mojado, le dejé allí la bata. No quería cruzarme con él ni en pintura. Me aseguré de echar el cerrojo en la puerta de mi terraza, no fuera a presentarse sin avisar.
No le visitó, ni tampoco me encontré con él en toda la semana. Sabía que tarde o temprano tendría que vermelas con él, pero cuanto más tarde, mejor. Sin embargo, mi mente seguía jugándome malas pasadas y, de tanto en tanto, evocaba el calor de su cuerpo bajo el mío y el roce de sus labios. Creo que Gabriela tenía razón y la falta de sexo me estaba pasando la factura. Como en "El Secreto de mi éxito", una de las pelis ochenteras de mi madre, en la que la mujer del jefe de Michael J. Fox anda persiguiéndolo desesperada por acostarse con él. Era muy divertido verle tratando de zafarse de ella, pero ser yo la acosadora no tenía tanta gracia.
Pese a tanto pensamiento libidinoso, conseguí concentrarme y estudiar, y los exámenes de Física y Matemáticas no me salieron mal del todo. Desde luego, no iba a sacar una súper nota, pero tenía posibilidades de aprobar. En unos días saldría de dudas, ya que el viernes de esa semana nos daban las notas y las vacaciones.

                 *************

—Aprobé todo. ¡Aprobé todo! —Gabriela dada botes sobre una silla de la cafetería—. ¡Gracias, gracias, gracias! —repetía mientras besaba las notas una y otra vez.
Yo aún no las había abierto, no le atrevía. Izquierdo sólo había dicho " mmmmm" con el ceño fruncido y los ojos entornados al entregármelas. No había que ser un genio para saber que aquel maldito sobre amarillo no contenía buenas noticias. La bronca no iba a ser grande, porque tenía una excusa de peso; pero los exámenes de admisión estaban a la vuelta de la esquina y necesitaba buen promedio para entrar en cualquier carrera, fuera cual fuera la que finalmente eligiese.
Como siempre, Laura tenía puros sobresalientes. Sin duda se lo merecía, porque estudiaba un montón. A Kobalsky tampoco le había quedado ninguna. ¿Es que iba a ser la única?
—¡Estamos aquí! —gritó Kobalsky cuando vio a Oliver entrar por la puerta de la cafetería mirando a todos lados. Quería huir de allí, pero no había manera. Gabriela me hizo gestos para advertirme de que me había puesto roja, lo que, lejos de tranquilizante, me agobió aún más. Aproveché para acercarme a la barra a pedir. Con un poco de suerte, no se quedaría mucho rato y podría pasar inadvertida. Los oí hablar a mi espalda:
—¿Qué pasa? —dijo Kobalsky —. ¿Qué tal las notas?
—Bien, aprobé las dos. ¿Y tú?
—Yo también pasé todo.
—¿A ver? —me volví disimuladamente y vi que Gabriela tenía el sobre de Oliver en las manos. Por suerte, él se encontraba de espaldas a mí, así que no podía verme—. ¿Sobresaliente en Lengua? —Gabriela no pudo disimular una sonrisa burlona—. Sí que debes ser bueno, sí.
Aunque sólo alcanzaba a ver medio perfil de Laura, pude observar cómo enrojecía de vergüenza ajena.
Oliver le quitó el sobre y le golpeó suavemente con él la cabeza.
—¡Mira que son pesadas! Venía a buscar a Alexia, ¿sabes si está por aquí?
Me volví a toda prisa antes de que me cachará mirándolo. Le hice gestos al camarero para que me atendiera, pero ni siquiera llegó a ver e con tanta gente como había agolpada en la barra.
—Alexia —me tocó el hombro. Respiré hondo antes de volverme.
—¡Oliver! —traté de fingir sorpresa—. ¿Qué tal te va? ¿Qué tal las notas?
—Bien, bien —respondió con desinterés —. Oye, tengo que hablar contigo. ¿Vas para casa ahora?
—Pensaba quedarme un rato...
Miró el reloj de la pared, nervioso.
—Anda, vente y así vamos juntos, ¿te parece? —no pude hacer otra cosa que ceder ante su sonrisa. Trague saliva en un intento de disolver el nudo que se me había formado en la garganta. ¿De qué querría hablarme? Deseaba con rodas mis fuerzas que no tuviera nada que ver con aquel fatídico beso. Me despedí a la carrera de todos, aunque a Gabriela le dio tempo de susurrarle al oído:
—Ya sabes, la pinza o vas con todo. ¡Luego te llamo?
Al salir a la calle nos encontramos con Álvaro, que salía del coche. Instintivamente, contuve la respiración, por si la teoría de Gabriela era cierta. Si sólo con las feromonas de Oliver hacía semejantes estupideces, ¿qué barbaridades podía llegar a cometer con las de los dos juntos?
—Hola —su sonrisa se congeló al ver que no venía sola. Oliver lo saludo arqueando apenas las cejas e hizo el amago de echarse a un lado, pero Álvaro lo interceptó en el camino—. Hola, ¿cómo te va? —parecía tímido.
—Bien —Oliver estaba visiblemente sorprendido.
—Mira..., no nos hemos visto desde que los tipos esos se metieron con Laura y bueno, quería darte las gracias. Creo que, si no llegas a intervenir, la cosa se habría puesto muy complicada.
—No fue nada. Sólo hice lo que tenía que hacer —contestó sin cambiar el gesto.
—Gracias de todos modos —insistió Álvaro con una sonrisa mientras le tendía la mano. Oliver tardó un momento en sacar la suya del bolsillo y estrechársela. Luego se dirigió a mí —. ¿Y que tal tú, Alexia? ¿Qué tal tus calificaciones?
Ahora que todo estaba aclarado, no me resultaba tan incomodo que me pasara en brazo por la cintura.
—No las he abierto.
—¿Y eso?
—Paso de amargarme.
—Traé aquí —me quitó el sobre de la mano. Por mucho que intenté recuperarlo, consiguió zafarse de mí —. ¡Dejame que las vea! Si son malas, no te digo nada.
—¡Pero entonces lo sabré igual!
Era inútil. Ya había abierto el boletín y lo leía con atención. Cuando terminó, volvió a meterlo en el sobre y me lo devolvió.
—¿Qué? ¿No dices nada? —pregunté expectante.
—Mmmmmmm, ¿de versad quieres saberlo?
—No. Bueno,sí. Bueno, no sé.
—Pues lo siento, pero te ha quedado... ¡Ninguna!
—¿¡En serio!?
—En serio. Compruebalo tú misma.
¡Sí! Todos estaban aprobados. Es verdad que en las de ciencias no había sacado más que suficiente, pero en Inglés tenía un sobresaliente; en Filosofía e Historia, un bien, y en Legua, ¡un notable! ¿Le habría hablado Oliver bien de mí a la Miss? Porque en el examen tenía un 6.8 y para ella eso era un bien como la copa de un pino.
Parecía que mi cara se hubiera quedado pequeña para albergar han sonrisa tan grande.
—¡Felicidades!
  Me levantó en brazos y dio vueltas sobre si mismo. Al soltarme, nos quedamos muy cerca, mirándonos directamente a los ojos, pero no tuve que desviar la vista. Claro que me gustaba, como podía ser de otra manera con aquellos rizos rebeldes y esos precioso ojos color avellana, pero ahora tenía mis sentimientos bajo control y me sentía fuerte y segura. Aun así, por si acaso, contuve la respiración.
—Felicidades —volvió a decir más bajito, mientras me besaba en la mejilla, aunque muy cerca de los labios.
—Gracias —me aparté suavemente de él. Están convencida de que aquel beso no tenía ninguna malicia, pero me descolocó un poco —. Laura está en la cafetería. Seguro que le hace mucha ilusión verte.
—¿Tú ya te vas a casa? —de nuevo reparó en la presencia de Oliver, que se había distanciado unos metros.
—Sí. ¡Hablamos luego! —dije alejándome. Me sentía como un pequeño objeto de metal entre dos grandes imanes, aunque tenía que reconocer que el campo magnético de Oliver era algo más fuerte. Álvaro se despidió de Oliver con la mano y desapareció en el interior del instituto.
Cometamos los dos a andar en dirección a la casa. Estaba contentísima. La perspectiva de pasar las Navidades con mi madre detrás diciéndome a cada momento "estudia, estudia, estudia" cambiaba radicalmente al tenerlo todo aprobado.
—Enhorabuena. Ya veo que te ha ido bien —dijo Oliver.
—¡Sí! —no podía dejar de sonreír —. ¿Tú que tal? ¿Qué ha pasado al final con Inglés?
—Aprové.
—¡Felicidades!
—Lengua también —añadió burlonamete.
—Eso no es ninguna sorpresa. La has trabajado mucho —esperaba que no notara mi ironía.
Él levantó los ojos al cielo con resignación, pero su sonrisa indicaba que no le había molestado el comentario. Continuamos unos metros en silencio. No tenía ni idea de que quería decirme, pero, por si asado. Preferí esperar a que hablara él.
—Ya andas mucho más rápido —dijo al fin.
—Sí, estoy mucho mejor. Es una suerte también para ti; ya no tienes que llevame en coche.
Señal limitó a sonreír y otra vez se hizo el silencio. Me estaba empezando a poner nerviosa. ¿Qué era tan importante como para sacarme del instituto? ¿Por qué no lo soltaba de una vez? ¿Tan grave era? Por mi mente cruzó un pensamiento que me aceleró el pulso. ¿Y si quería hablar del beso? No, no, no. ¡Qué vergüenza! Pensaba seguir negándolo hasta la muerte, aunque seguro que me ponía roja como un tomate y me lo notaría. Pero ¿y si lo que pasaba es que le había gustado? Es verdad que estaba muy dormido, o eso decía, porque yo tenía mis dudas. A lo mejor, como le había gustado, no había sabido reaccionar, y en el fondo quería que el y yo... ¡No! ¡Qué tontería! ¿Cómo él iba a...? Pero ¿por qué entonces no hablaba? ¿Sería posible que estuviera dándole vueltas porque no sabía como plantearlo? ¿De verdad era factible que estuviera pensando en declararse? Lo miré de reojo. Parecía de lo más tranquilo, pero ya lo había dicho Darío: "un témpano de hielo". A lo mejor por dentro estaba echo un flan.
—Pasa —me sujetó la reja para que entrara. No tenía sentido esperar más. Ya estábamos casi en casa. Tal vez facilitándole un poco las cosas e iniciando yo la conversación, se ánima a hablar.
—Estoy pensando que —el solo de la batería de su móvil me interrumpió.
—Perdona —se disculpó con una sonrisa mientras sacaba el teléfono de la cazadora.
Se quedó atrás para hablar y yo avancé hasta el portal. ¿Debía esperarlo o subir a casa? Me estaba poniendo enferma conmigo misma. ¿Cómo podía ser tan indecisa? ¿Por qué no podía tener un poco más de seguridad en mí misma, como Gabriela o incluso Laura?
—Ya estoy —dijo cuando ya me había decidido a meter la llave en la cerradura para irme.
Esperamos el ascensor sin mediar palabra, aunque él silbaba una canción que me sonaba mucho.
—¿Qué es eso que silbas?
—Es de los Counting Crows: Accidentally in Love. Sale en Shrek.
Un escalofrío me recorrió la espalda. ¿Enamorado por accidente? ¿Era una indirecta?
El estómago me aleteaba a mil por hora cuando entramos en el ascensor. Me miré en el espejo. ¡Estaba horrible! Tenía el pelo encrespado por la humedad y me estaba despuntando un grano junto a la oreja. Intenté tapármelo con la melena, aunque ni aun así tenía mucho arreglo. Bajo el abrigo abierto, llevaba una sudadera gris enorme que, aunque me disimulaba el pecho, me hacia ver panzona y loa jeans se me ajustaban demasiado. Él se había arrodillado para atar una de sus botas y no dejaba de silbar esa canción. ¿Y si de verdad me decía que estaba enamorado? ¿Qué debía hacer? Porque yo no tenía ni idea de lo que sentía por él. Lo único que tenia claro es que lo deseaba. Y mucho.
Cuando por fin salimos de ascensor me dirigí hacia mi puerta e introduje nerviosa la llave.
—¿Hay alguien en tu casa? —preguntó él, parecía dispuesto a seguirme.
—Creo que no.
—¿Me invitas a comer?
—¿A comer? —tragué saliva—. No te creas que hay mucho en la nevera.
—Comemos en mi casa, si prefieres. Podemos pedir una pizza...
—No, no. Algo encontraremos. Pasa.
Dejé la carpeta y el abrigo en la entrada y me dirigí a la cocina. Él me siguió, aunque se detuvo en la estantería de CD de Eduardo. Me bebí de un trago un vaso de agua y busqué nerviosa en la nevera.
—Hay macarrones —dije en voz alta para que me oyera—. ¿Te apetece?
—¡Genial! —respondió mientras entraba en la cocina—. Me encantan.
No podía maniobrar con destreza con él al lado,así que varias veces se me cayó el tupper, aunque, por suerte, no se abrió. Puse la pasta en una fuente, Vertí una bolsa de queso rallado encima y lo metí al horno.
—Mientras gratina, voy un momentito arriba —necesitaba arreglarme un poco.
—Okey. ¿Puedo pasar al baño?
—Sí, entra al que aquí abajo. Ya sabes dónde está.
Subí las escaleras a toda prisa. Me quité la sudadera. Debajo llevaba una camiseta horrible que cambié por otra negra con botones en el escote que me sentaba mucho mejor. Me lavé los dientes y me eché alcohol en el incipiente grano antes de maquillarme con una ligera base. Me puse un poco de rímel y colonia, me arreglé los rizos, respiré hondo y volví a bajar.
Oliver esperaba en la cocina. Sonreí tímidamente cuando nuestras miradas se cruzaron.
—Intenté poner la mesa, pero hay un montón de platos y vasos distintos y no sé cuáles usan normalmente —me hizo gracia que se rascara la cabeza confuso, como si aquel fuera un problema muy difícil de resolver. También él se había quitado el suéter. Llevaba la camiseta blanca de manga corta que ya conocía, esa que hacía resaltar su oscura piel y su tatuaje.
—No te preocupes —intenté desviar mi atención de él para concentrarme en poner la mesa y sacar del horno los macarrones.
—¿Te ayudo? —se situó detrás de mí. Aunque no llegaba a rozarme, estaba muy cerca.
—No hace falta.
—¡Mmmmm, que bien hueles! ¿Te has echado colonia? —dijo acercando su nariz a mi pelo.
—Un poco —confesé. Para quitarme el olor a fritura de la cafetería...
—Ufff, lo mismo, a mí me pasa igual... —al levantarse la camiseta para llevársela a la nariz, dejó al descubierto parte de su estómago y el elástico de los boxer— ¿Tu notas algo? —acercó hacia mí la tela, que olía estupendamente bien a él. ¡Estaba pérdida! Seguro que ya tenía un montón de feromonas recorriendo mi torrente sanguíneo. Así no había forma de pensar con claridad.
—No —respondí cohibida y me acerqué a la mesa con la fuente en las manos—. Me voy a quemar. Deja que la ponga en el salvamanteles, anda.
Se quitó de en medio y pude servir la comida. Cuando por fin nos sentamos a la mesa y probó un bocado, dijo sonriendo:
—¡Qué rico está esto! Aún recuerdo las berenjenas del día aquel que me invitaste a comer. ¡Estaban de muerte!
Me dieron ganas de echarle bronca sobre lo grosero que había sido conmigo en aquella ocasión, pero, como quería que entrara de una vez en materia, pasé de decirle nada.
—¿De qué tenías que hablarme? —aún no había probado bocado, por si mis suposiciones se hacían realidad y terminábamos besándonos. Preferí mantener los dientes limpios y el sabor a pasta de dientes.
—En realidad, son dos cosas. La primera es que necesito que me hagas un favor.
—Tú dirás...
—Voy a pasar las Navidades fuera y, como sé que mi abuelo va a venir, querría que me guardaras algunas cosas. Ya sabes, la caja que encontramos del otro día. No me gustaría que se perdiera la única foto que tengo de... mi padre.
¿Para eso me había sacado del instituto? Bueno, aún quedaba la segunda cosa.
—Eso está hecho. ¿Y qué es lo otro?
Su expresión cambió ligeramente. Hasta juraría que se había sonrojado un poco, lo que me puso aún más nerviosa.
—Bueno... Es algo que quiero que pienses —dijo después de beber un poco de agua—. No tienes que contestarme ya mismo, tienes tiempo de sobra para decidirlo... La verdad es que me da un poco de pena, aunque es absurdo después de lo de la otra noche.
¡No podía ser verdad! ¿Había oído bien? Sí, claro que sí. Lo había escuchado perfectamente. Mi respiración se estaba acelerando por momentos. ¿Cómo se suponía que debía reaccionar?
—Lo de la otra noche fue... Yo no quería...
—¿No querías? —preguntó sorprendido—. Pero te pareció bien,¿no? Quiero decir que... no sé... Siempre he pensado que eras una persona de mente abierta.
—Sí, claro —me estaba perdiendo un poco.
—Mira, si te soy sincero, al principio no me parecía buena idea. No deja de ser una movida y, al fin y al cabo, no hace tanto que nos conocemos. Pero tú dijiste que somos amigos y supongo que de repente surgen estas cosas y...
—Déjalo ya —me levanté de la silla para dirigirme a su lado. Estaba dispuesta a tomar las riendas en vista de que él no se decidía a arrancar—. La respuesta es sí.
—¿En serio?
—En serio —respondí con una sonrisa mientras me acuclillaba para situar mi cara a la altura de la suya.
—Pues... ¡Gracias! Ya me dijo Darío que aceptarías, aunque yo no lo tenía claro...
—¿Darío? ¿Qué tiene que ver él en todo esto?
—Sí, me insistió una y otra vez en que no podía aparecer en la boda sin ti. Te juro que hice todo lo posible para ahorrartelo, pero ya viste cómo es... De verdad que entendería que no quisieras venir. Yo en tu lugar no lo haría...
Me puse rápidamente de pie y volví a ocupar mi silla. Me sentía tan estúpida... Me había acercado demasiado al precipicio. Aquello no podía volver a pasar...
—¿Y por qué no invitaron a Morgan? —logré articular cuando recobré la serenidad.
—También la invitaron. De hecho, querían que tocáramos después del banquete, pero ya tenemos otro compromiso para ese día, al que yo no podré asistir, claro.
Sonreí forzadamente. Era una idiota. Debía olvidarme de Oliver fuera como fuera. Tenía que dejar de fijarme en su físico y concentrarme en su forma de ser. Aunque muchas veces llegara a parecer casi normal, era un grosero y un burlón. Su vida y la mía no tenían nada que ver. Ni siquiera compartíamos gustos musicales. No teníamos nada que hacer juntos. A ver si me quedaba claro de una vez para siempre.
—Estab todo muy rico —dijo mientras se levantaba y llevaba su plato y su vaso al fregadero—. Cocinas de muerte.
Bueno, a lo mejor ya no era tan grosero, pero tenía que olvidarme de él sí o sí.
—Gracias.
—Ahora te paso la caja por la terraza, ¿vale? Prometeme que tendrás mucho cuidado con ella. Es lo único que me queda de... Bueno, lo único que tengo.
—Okey.
Recogió sus cosas y salió de casa silbando "Accidentally un Love".
Cuando subí al cuarto, descubrí que Oliver ya había dejado la caja en el escritorio. Tenía adherido un post-it verde con un simple " gracias".

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