Capítulo 25

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A pesar de que ya no llovía, me seguía doliendo la pierna, así que mis planes iniciales de ponerme un vestido corto con tacones se fueron al traste. No me importaba demasiado. Mi ánimo era tan gris como el día y me veía gorda y fea en el espejo.
—También puedes ponerte un vestido con zapato plano —dijo Gabriela mientras examinaba detenidamente mi armario.
—Ni de broma. Tengo los gemelos demasiado gordos. Prefiero pantalones.
—¡Eres una boba! Yo sí que no puedo ponerme falda corta con estos palillos —se remangó sus pantalones anchos y arqueó las piernas como si fuera un cowboy en un baile ridículo.
—¡Estás pirada! —no pude reprimir las carcajadas—. Vas guapísima. Hugo va a enloquecer.
Me dejé caer en la cama, desanimada. Llevaba semanas deseando que por fin llegara el día de la fiesta y ahora no tenía ganas de ir. Me incomodaba la idea de ver a Oliver y a Morgan juntos. No estaba segura de qué es lo que había pasado entre él y yo en el salón de actos, pero aun en el caso de que realmente estuviera pensando en besarme, Morgan seguía siendo su chica o, al menos, una amiga muy amiga con derecho a algo más que roce. Me vino a la mente la escena de sexo de la terraza. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al recordar cómo él la envolvía con sus brazos y su cuerpo. Lo peor es que lo que sentía por él no sólo se trataba de deseo físico, ojalá hubiera sido así, sino de algo mucho más profundo y difícil de gestionar.
—¿Se puede saber qué te ocurre? —a Gabriela no le pasó desapercibido mi sonoro suspiro—. ¿Tabta pena por no poderte poner unos tacones? —no tenía ganas de sacarla de su error, así que me limité a responder con una media sonrisa. Se movía a tal velocidad por la habitación que parecía un ciclón. Ella era de por sí muy nerviosa, pero a mí no podía ocultarme que había algo detrás.
—Y esto de estar tan acelerada es por... —dije esperando que terminara la frase. Dejó de buscar en el armario, me miró y suspiró profundamente.
—Es que hoy me voy a acostar con Hugo —confesó mientras se desplomaba a mi lado en la cama.
—¿¡En serio!? ¡Wow! ¿Y eso? Estarás de los nervios, ¿no? ¿Qué dice él? —su cara era de lo más elocuente—. No tiene ni idea, ¿verdad? —deduje estupefacta.
—No. Bueno, algo se olerá, porque sabe que mis padres no están y le insistí una y otra vez para que dijera en casa que no aparecería para dormir...
—¿Y tu hermano?
—Me costó lo mío, pero conseguí que se largue. Vamos a estar "completely alone" —me abrazó entusiasmada —. Mira, me compré estos especialmente para la ocación.
Se desvistió en un abrir y cerrar de ojos para enseñarme su precioso conjunto negro de ropa interior.
—¡Lo vas a matar! ¡Estás impresionante!
—¿No es muy de loba? —preguntó, dubitativa, mirándose de un lado y de otro en el espejo.
—¡Qué va! Es superbonito. Estás ultrasexy. No me puedo imaginar su cara. Se le van a poner las rastas de punta. Lo mismo de pincha...
Tardamos un buen rato en recobrarnos del ataque de risa que nos dio al imaginarnos la escena.
—Espero que salga bien —suspiró —. Estoy enamoradísima.
—Ya verás como sí. ¡Está loco por ti! —volvió a abrazarme—. Anda, ponte algo, que como venga mi madre y te vea medio desnuda entre mis brazos, a ver qué narices le decimos.
—¿Y tú? ¿Piensas ir con esos bonitos pantalones de pijama a la fiesta? A Oliver le encantarán —bromeó mientras se vestía de nuevo.
—No se iba a asustar, no creas. Con peores cosas me ha visto...
—¡Bueno! ¡Pues ya lo tengo! Te vas a pi era este pantalón negro y estas blusa azul.
—No, esa no. Tiene mucho escote y se me ve el canalillo. Además, es de tirantes, y tengo unos brazos muy fofos.
—Mañana, si quieres, te pones el burka, pero hoy te vistes así y no hay discusión.
No me sentía con la fuerza necesaria para oponerme. Obedecí dócilmente. Además de escogerme la ropa, se ocupó también de alisarme el pelo y de maquillarme.
—¿Ves? —me empujó hacia el espejo—. Para ser un casi perdido, no has quedado nada mal.
Tenía que reconocer que había hecho un buen trabajo, aunque de donde no hay, no se puede sacar. La blusa, al ajustarse bajo el pelo y ensancharse más abajo, disimulaba la llanta que acentuaba los ajustados pantalones. Para que no se me vieran los brazos, me puse una chamarra negra, pero el problema del canalillo no parecía tener solución.
—¡Déjatelo así! —me golpeó en la mano al ver que intentaba inútilmente disimular el pecho ajustándome el sujetador—. La gente se gasta una pasta para ponerse tetas y tú te empeñas en esconderlas. ¡Lo que pagaría Keira Knightley por tener tu escote!
—Si yo fuera perfecta como ella, me darían igual mis tetas.
—Mira, Alex, ¿sabea cuál es el secreto del éxito? No consiste en tener la suerte de nacer con una genética perfecta. ¿Cuántos hay así? ¡Unos pocos en todo el mundo! Lo importante es la imagen que proyectas. Tienes que ir de estrella del rock, ¿entiendes? Haz el favor de lucir esas tetas y ese trasero. Hace cuarenta años, los hombres hubieran matado por ese cuerpo. ¿Crees que las vidas han cambiado tanto en ese tiempo? Los hombres siguen siendo hombres y se mueren por las curvas.
—¿De dónde sacaste esto? ¿Del Cosmopolitan?
—No, de MTV —respondió sin poder reprimir una sonrisa que me contagio—. De verdad que estas guapísima, Alex. Esta noche triunfas, estoy segura.

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