Capítulo 8

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—¿Seguro que no te importa que valla? —preguntó Gabriela—. ¿Por qué no vienes con nosotros? Dijiste que tenías ganas de ir al concierto.
¡Claro que tenía ganas! Pero niñera el plan ir sola con Hugo y ella, y más ahora que el estaba tonteando con otra. A lo mejor, entando solos, por fin ocurría lo que tanto tiempo llevábamos esperando.
—Aún queda bastante para que empiece, así que me iré con ellos un poco más tarde. Tú vete, que lo mismo se te presenta hoy la oportunidad con Hugo... —respondí en voz baja para que el aludido, que se encontraba a un metro escaso de nosotras, no pudiera oírnos.
—Ya me gustaría... ¡No! Ya le gustaría a él... —aunque intentaba mostrar indiferencia, le brillaban los ojos y hacía esfuerzos con contener los nervios—. Tú cuídate. No olvides lo que dijo tú tía. No hagas nada raro, ¿eh?
—¡Ya vete! —repliqué empujándola suavemente.
Le di la espalda adrede para dejar claro el poco crédito que daba a los temores de mi tía. Me acerqué a Laura y a Charlie, que mantenían una animada conversación. Álvaro aún no había llegado. Esperaba con cierta desazón el momento de volver a verlo, pues estaba no segura de qué iba a sentir ni de si iba a ser capaz de disimularlo.
—¿Y lo grabaste todo? —Laura señalaba el móvil de Charlie—. Alex, mira esto. ¡Es muy fuerte!
Me acerqué por detrás y apoyé mi cabeza sobre el hombro de Laura.
—Espera —Charlie me agarró suavemente por la cintura para separarme de mi amiga y acercarme hacia donde estaba él—, desde ahí no vas a ver.
Había demasiado ruido a nuestro alrededor como para poder oír el vídeo. Estábamos es la plaza del Ayuntamiento, y la música pachanguera que salía de las bocinas se imponía a cualquier otro sonido. Intenté concentrarme en la imagen, que era bastante mala. Sólo alcanzaba a ver una enorme fachada de ladrillo y lo que parecía ser un grupo de chicos que se acercaban.
—¿De donde es esto? —pregunte. Me resultaba vagamente familiar.
—Es el centro cultural. En la valla de detrás —respondió Charlie. Seguía con su brazo alrededor de mi cintura, a pesar de que ya no había motivo alguno para hacerlo. No me importaba. Charlie era un tipo encantador, bajito y con las orejas un poco grandes, lo que sumado casi a su perenne sonrisa, le hacía parecer un duende, pero muy simpático. Y era evidente que tenía cierto interés por mí. Si al final esa noche surgía la oportunidad, no pensaba decirle que no. No podía seguir esperando a desenamorarme de Álvaro, porque tal vez eso nunca llegará a ocurrir. Se me encogió de nuevo el estómago al pensar que iba a verlo de un momento a otro.
En el móvil, los chico comenzaron a lanzar lo que parecían botellas de cerveza contra la pared de ladrillo. La poca nitidez de la imagen hacía imposible reconocerlos. Parecían salidos de American History X y daban miedo, sobre todo el jefecillo, que iba rapado y llevaba una cazadora de color blanco metálico. Estaban eufóricos. Cada vez que una de las botellas se rompía, se abrazaban exageradamente y se exaltaban más. Cuando ya parecían haberle pillado el truco al jueguecito y todas las botellas que chocaban contra la pared terminaban hechas añicos, el de la espantosa cazadora blanca sacó de un bolsillo interior una especie de bidón pequeño del que sobresalía un trapo enrollado. Acto seguido, encendió un mechero que expedía una enorme llama, prendió fuego a aquella improvisada mecha y lo lanzó contra la tapia. Gran parte debía pared comenzó a arder, y también las hierbas y matojos que había junto a ella. Sin duda, aquel recipiente debía contener algún liquido inflamable, porque el fuego, lejos de ceder, se avivaba cada vez más.
—¿Dónde estabas grabando tú? —le pregunté.
—En el coche. Estaba esperando s uno de mis compañeros de departamento, que había entrado un momento en el bar de enfrente, y los vi.
—¿Y llamaste a la policía? —le preguntó Laura, a lo que él respondió negativamente—. Pues pasame el vídeo para que se lo enseñe a mi padre, Charlie. El fuego casi alcanza las ventanas. Imagine que no se hubiera apagado. Me parece que a esta gente hay que ponerles un alto. A lo mejor son los mismo que entraron en la biblioteca del instituto y pintaron todo con aerosol. A mí esas cosas no me hacen ninguna gracia.
—A ti nunca te hace gracia nada...
N tuve que volverme para reconocer la voz rasgada y ronca de Álvaro. Era inútil. No había nada que hacer. Bastaba con escucharle para que mi corazón se acelerara y mi estómago se encogiera. Me sentía mal conmigo misma por ser tan débil y no ser capaz de mantener mi cuerpo bajo control.
—¡Hombre, Alex! —se dirigió a mí tras besar a Laura en los labios y darle una palmada en el culo. Por su mirada, supe que no se le había escapado que Charlie seguía rodeando mi cintura—. ¡Dichosos los ojos! Ya no quieres nada con los viejos amigos, ¿eh?
Aunque parecía bromear, había un tono de reproche e ironía en su voz.
—Ha pasado algún tiempo, sí. Desde que estuvimos en el pueblo de Laura, si no me equivoco —respondí con aspereza. Si pensaba que me iba a quedar callada, se equivocaba. Daba igual lo que sintiera por él. No iba a sucumbir. Era el novio de mi iba. Mas me valía tenerlo claro.
—Pero me darás dos besos, ¿no? ¿O ya ni eso?
Se acercó a mi de forma que Charlie no tuvo otra opción que soltarme. Álvaro aprovechó para poner sus manos sobre mis caderas. Me besó con intensidad en la mejilla, y soltó de golpe su aliento sobre mi oreja. Se me erizó toda la piel. Instintivamente, busqué a Laura con la mirada, pero vi que se alejaba de espaldas a nosotros.  —Ya hablaremos tu y yo —me susurró al oído.
Al soltar por fin la respiración contenida, la música volvió a hacerse presente. Cada vez se iba congregando más y más personas en la plaza. Estaba a punto de anochecer y la gente formaba una masa uniforme en la quera difícil reconocer a nadie. Sin embargo, no me pasó desapercibido un grupo de cuatro personas -tres chico y una chica- que se aproximaban en nuestra dirección por la calle Real. Lo que me llamó la atención en primer momento fue la altura de los chicos, especialmente uno de ellos, el más corpulento, que debía de andar en torno a los dos metros. Iban vestidos igual, con pantalones y cazadoras de cuero, lo que les hacía parecer una especie de guardaespaldas de la chica que caminaba con ellos, a la que apenas llegaba a ver. Cuando estuvieron más cerca, para mi sorpresa, descubrí que el mas grande en el que me había fijado era Kobalsky. Me aproximé a él para saludarlo y fue ahí cuando vi que otro de ellos era Oliver. Sin duda, se trataba del grupo de música del que me había hablado. Imaginé que el rubio delgado era Marek, el primo de Kobalsky, y que la chica era Morgan.
Si ellos llamaban la atención por su altura, ella lo hacía por su sensualidad. Y eso que, a pesar de llevar unas botas con una gran plataforma, era bastante mas bajita que yo. No sólo tenía un cuerpo de escandalo, sino que lo explotaba al máximo con sus vestuario: una minifalda extraordinariamente pequeña, unas medias de rejilla, un corpiño súper ajustado negro, una cazadora y una gorra de cuero bajo la que se asomaba una larga melena rubia. Me pareció que el nombre conjugaba a la perfección con su aspecto, aunque, con ese físico, hasta el nombre más feo le hubiera sentado bien. Lo que más me sorprendió es que iba agarrada a Oliver y llevaba la mano en su bolsillo trasero. Él le había dado a entender a Gabriel en la comida que no estaba con nadie. Tenía que advertirle cuando la viera, por si finalmente decidía lanzarse; aunque no creo que eso le supusiera un problema a mi amiga.
Me acerqué para saludar a Kobalsky, que estaba irreconocible. La gente de la plaza se había vuelto a mirarlos. Estaba claro que no pasaban desapercibidos.
—¡Kobalsky! ¡Qué fuerte! ¡Si pareces una estrella de rock!
Sonrió tímidamente y me cogió las manos.
—¡Tú si que estas guapa! —dijo y se separó un poco para mirarme de arriba abajo—. Estoy nerviosísimo, Alex. En una hora tocamos...
—¿Es tu primera actuación?
—No, pero normalmente no conozco a nadie del público. En esta van a estar todos los del pueblo... Irás, ¿no?
—¡Claro! Gabriela ya está allí con Hugo. Ahora intentaré mover a esa gente, porque si no, no vamos a encontrar un buen sitio. Pero ¿qué haces aquí en la plaza? ¿No tendrías que estar ya allí?
—Es que hemos quedado con uno de la comisión de fiestas que se encarga del concierto.
—¡No pareces tú, Kobalsky! En una de ésas te haces famoso y todo...
—Alex tengo que irme. Te veo luego —se apresuró después de que Oliver le hiciera un gesto. En ese momento. Me vio. O eso creo, porque no dijo nada. Ni siquiera adivine en sus ojos una señal de reconocimiento. Sólo me miro fijamente durante un instante para después girar la cabeza y seguir avanzando agarrado de Morgan, perdiéndose entre la muchedumbre. Sin embargo, llegué a ver como le comentaba algo a ella y se volví para mirararme. Era preciosa.
—¿Quién es esa rubia? —me preguntó Charlie, sin duda le había gustado, y mucho.
—Es una del grupo que actúa esta noche en el recinto ferial —respondí sin fuerza. Me sentía fea y destinada comparada con ella.
—¿Los conoces? —me preguntó Álvaro alarmado—. ¿Conoces al que iba con ella?
—Sí. Va al instituto —no sé por qué pero preferí omitir que también era mi vecino.
—¿A su escuela? No entiendo como lo admitieron. Alex, no te acerques a él: es un delincuente —¿delincuente? Me quedé perpleja. Tenía algo raro, pero no creo que estuviera entre los más buscados del país... —. Te lo digo en serio, hazme caso.
—Pero ¿Por qué? ¿Que se supone que hizo? —pregunté con una mezcla de asceptismo y curiosidad.
—Es un pirómano —respondió Álvaro con gravedad.
Me llevó un rato asimilarlo. Aquello era mucho más grave de lo que podía imaginarme.
—Pero... ¿Qué hizo exactamente?
—Fue hace unos dos años, en verano. Era de noche debía de ser bastante tarde. Estábamos en el jardín y, de repente, todo se empezó a llenar de humo. Era asqueroso como olía. Y comenzamos a oír una sirena, y otra, y otra... Cuando salimos, vimos que si chalet Estaña completamente en llamas. Aquello era un infierno. Tuvieron que desalojar las casa del al lado por que no podían controlar el fuego... Por suerte, no murió nadie.
—¿Y fue él quien lo hizo?
Álvaro asintió con la cabeza. Estaba tan serio y se le veía tan impresionado al recordar lo ocurrido que no me cabía ninguna de que lo que contaba era cierto. Aquello era terrible. Me asustaba pensar que una persona capaz de hacer algo así dormía al otro lado de la pared.
—¿Y qué lado con él? —estaba abrumada.
—No lo había vuelto a ver hasta hoy. Supongo que habrá estado encerrado...
Los dos dirigimos la mirada hacia el lugar por el que habían desaparecido él y su grupo. Me preguntaba si Kobalsky conocía esta información, aunque, por la admiración que había visto en sus ojos la noche que me hablo de él, imaginaba que la respuesta era negativa.
—Es como de película... —no daba crédito.
Era la primera vez en mi vida que conocía a un delincuente. ¿Qué podía llevar a alguien a cometer un acto tan terrible? ¿Habría merecido la pena como para pasar dos años encerrado? A saber a que tipo de malhechores y experiencias espeluznantes habría tenido que enterarse mientras estaba entre rejas. Mi imaginación comenzó marchar sola, a la vez que mi curiosidad. Quería ir cuanto antes al concierto.
—¿Nos vamos ya? —pregunté impaciente. Después de comprobar que Laura y Charlie seguían enfrascado en lo que parecía una interesante conversación. Álvaro me llevó a un lado.
—Necesito hablar contigo, Alex —me susurró.
  —Ya está todo dicho. Además..., quiero ir al concierto.
Intenté inútilmente separarme. Me tenía acorralada contra la pared.
—Llevas esquivándome un montón de tiempo. ¿Es que ya no somos amigo?
La angustia en su voz estuvo a apunto de resquebrajar mi determinación.
—Sí, somos amigos, y eso es lo que vamos a seguir siendo, así que no hay nada mas de lo que tengamos que hablar.
Álvaro miraba inquieto a Laura y a Charlie, que parecían estar concluyendo su animada charla.
—Esperame en la fuente del parque grande y ahora voy yo —dijo en lo que parecía mitad una orden, mitad una súplica.
Sabía que debía negarme, pero siempre ma ha costado decir que no.
—No creo que...
—Te veo en quince minutos —espetó al ver que Charlie y Laura se acercaban.
—¿Cual es el plan? —preguntó ella cuando llegó a nuestro lado—. ¿Nos vamos al concierto?
—Me decía Alex que tiene que pasar por casa -mintió Álvaro—. Así que, singles parece, vamos yendo nosotros y luego que venga ella.
—¿Por qué tienes que ir a casa? —preguntó Laura extrañada.
—Mi madre... ya sabes... —respondinalho forzada mientras me encogía de hombros y señalaba el móvil. Me pareció adivinar cierta decepción en los ojos de Charlie.
Me sentía fatal por mentir. Estaba harta de tener que lidiar con los chanchullos de Álvaro. Todo aquello tenía que acabar de una vez por todas. Nunca podría estar con él, ni aunque terminara con Laura, así que no tenía sentido darle más vueltas. Me jure a mi misma que esa sería la última conversación que tendría con él sobre "nosotros".

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