Capítulo 16

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Nos dirigimos en el viejo coche a casa de Beatríz. Me había llamado poco después de volver del instituto para que fuéramos a verla y pudiera hablar con Oliver.
Por más que intentaba pensar en otra cosa, una y otra vez me asaltaban las imágenes de Oliver con Morgan; aunque mi mente, como si fuera Photoshop, la sustituía por la Miss en una escena grotesca. ¿Cuántos años se llevarán? Oliver tenia veinte y ella, tirando por lo bajo, como poco treinta y ocho. Es verdad que no eran los primeros. Ahí estaban Ashton Kutcher y Demi Moore. Pero, no sé por qué, estos tenían menos encanto.
—Voy fatal este año, como no me pongo las pilas, no voy a poder presentarme a los exámenes de admisión en junio. ¿Qué tal vas tú con Ingles y Lengua? —sutil y perspicaz. Ni mi propia madre lo habría enfocado mejor.
—Mejor en Lengua que en Inglés, la verdad —nada. Ni un gesto ni un cambio de entonación.... Nada que lo delatara.
—¿En Lengua? ¿En serio? A mi se me da mucho mejor Inglés. Lengua no me gusta nada y la Miss es muy dura, y más con los de ciencias, que nos considera unos brutos. ¡Qué pena que una mujer tan guapa sea tan antipática! Porque es guapa, ¿verdad?
—Ni está mal —no mostraba demasiado entusiasmo. ¿Por qué a mi madre le funcionaba y a mí no? ¿Cuál era el secreto que se me escapaba?
—¡Pero si tiene un cuerpazo! Además, se conserva fenomenal para su edad.
—¿De qué va esto? —preguntó, enarcando la ceja con extrañesa—. ¿Quieres confesarme algo sobre tu orientación sexual?
Aquello se me estaba yendo de las manos.
—No, no, para nada —intenté mantener la calma—. A mí la Miss no me gusta. Vamos, ni la Miss ni... Que a mí me van los hombres, vaya. Sólo digo que es guapa y que me sorprende que a ti no te lo parezca.
—No niego que sea guapa, pero le pasa lo que a todos: desnuda pierde mucho.
Me quedé tan desconcertada que hasta me dio un ataque de tos. Pero al mirarlo y ver la sonrisa burlona que llenaba su cara, comprendí que me estaba vacilando.
—¡¡¡¡Eres idiota!!!! —exclamé golpeándole el brazo.
—¡Y tú, una chismosa! —el muy imbécil no podía contener la risa—. Desde luego, la sutileza es lo tuyo.
Me crucé de brazos fingiendo indignación, pero lo que de verdad sentía era una vergüenza extrema.
—Tú y tu amiga llevan con ese rollo desde principios de curso. Si quieren saber si me tiro a la Miss, ¿por qué no le lo preguntan directamente?
—Está bien —le lancé una mirada furibunda—. ¿Te tiras a la Miss?
Tras tomarse un momento para contestar, acercó sus labios a mi oído y susurró con su melodiosa voz.
—Empieza a preocuparme este interés tuyo por mi vida sexual.
No sé si me enervó más el tonito de suficiencia con el que lo dijo o el que se me erizara la piel al sentir su aliento en la sien.
—¡Me da igual tu vida sexual! Es sólo que hay cosas que están bien y cosas que están mal.
—Y supongo que, según tú, estar con la Miss entra dentro de las cosas que están mal.
—apues sí, no creí que sea muy, muy, muy... decente —¡horror! Esa palabra la usaba continuamente mi madre y me repateaba.
—¡Ah, es por eso! —dijo burlón —. Y yo que pensé que te preocupaba por si tenías alguna oportunidad...
—¡¿De estar contigo?! —me salió una voz tan aguda y chillona que me costó reconocer que fuera mía —. ¡Tú estas pirado! No me interesas para nada, ¿entiendes? PA-RA-NA-DA.
—¡Tú te lo pierdes! —me guiñó un ojo—. No pensé que fueras de ésas a las que sólo les gusta mirar...
Todas mis dudas se disiparon: me había descubierto en la terraza. Por suerte, había cerrado a tiempo los ojos. Aunque mi vida dependiera de ello, jamás reconocería que estaba despierta y buen despierta.
—Aparca ahí delante —le indiqué con aspereza—. Es este portal.
Maniobró hábilmente, se quitó las gafas para guardarlas en la guantera y apagó el coche. Seguía sonriendo, lo que me exasperó aún más.
—No pienses ni por un momento que tengo ningún interés en ti. Si no fuera por mi amiga, ni te...
No pude terminar, porque tropecé al salir del coche con la muleta y a punto estuve de caerme.
—¿Ves? —trataba de contener la risa sin hacer siquiera el amago de ayudarme—. Te castigó Dios, por mentirosa.

                   *************

—¡Hila, cariño! ¡Qué bien te ves! —la tía Beatríz me saludó con un largo abrazo en el umbral de la puerta—. Estás empapada, ¿llueve mucho?
A mares. En condiciones normales, habría podido recorrer el trayecto que separaba el coche del portal en tres o cuatro zancadas, como había hecho Oliver, pero con la muleta hasta me habría adelantado un caracol. Él no se digno a ayudarme, aunque tampoco habría aceptado. Después de la vergüenza que me había hecho pasar en el coche, no quería nada de él.
—Hola, Oliver. Encantada de que estés aquí. Entra, por favor —tal vez fueran imaginaciones mías, pero juraría que la voz con la que se dirigía a el era distinta, más armoniosa. Me sorprendió que vistiera unos sencillos pantalones de algodón negros, de esos que se ajustan con una cinta en la cintura, y una camiseta blanca. Suponía que, para ese tupo de cosas, usaría una túnica o algo similar.
Nos hizo pasar al salón. Había creado una atmósfera muy agradable, con luces indirectas y música oriental de fondo muy tenue. Olía s incienso, pero no como el de las iglesias. Era mas floral, aunque también evocaba a brasas de madera o carbón. Por mucho que busqué, no fui capaz de encontrar la fuente de aquel olor.
—Siéntense, por favor —dijo al tiempo que dirigía una enorme sonrisa a Oliver. Éste parecía bastante tenso y se frotaba nerviosamente las manos. Beatríz le indicó que se sentara en uno de los sofás y ella lo hizo en el otro, aunque muy cerca de él. A mí me había reservado un sitio junto a ella donde podía estirar la pierna. Sirvió tres tazas de té de su vieja tetera. Sus movimientos eran lentos y suaves, apenas hacía ruido.
—¡Cómo llueve! ¿Oyen cómo la lluvia golpea los cristales?
Guardamos silencio para por ser escuchar el repiqueteo de las gotas. El sonido del agua con la música de fondo resultaba muy relajante y daba sueño.
—Oliver, quiero que te fijes en la vela que hay sobre la mesa. Mira cómo tiembla y las sombras que proyecta. La llama se mueve con tu respiración: cada vez que romas aire, cada vez que lo sueltas, cuando Inspiras, cuando aspiras...
Hablaba con voz suave, casi en susurros, pero con cierta cadencia que, junto a la lluvia y la música de fondo, incitaba a relajarse.
—Alex me ha comentado por encimita por qué querías someterte a una regresión hipnótica, pero me gustaría que tú me explicaras qué esperas sacar de todo esto.
—Bueno... Yo... No sé qué te contó Alexia exactamente.... Hace un tiempo tuve un accidente y, desde entonces, hay cosas que me cuesta recordar...
Mientras hablaba, mantenía la mirada fija en la vela. Yo también lo hacia. Era curioso: si la observabas con atención, te dabas cuenta de que la llama se movía de forma cíclica, como en una especie de bucle, que, llegado cierto punto, comenzaba de nuevo.
—Alex, cariño, necesito que me hagas un favor. Vete a la cocina y calienta un poco más de agua en la tetera. Mientras esperas a que hierva, ¿te importa sacar unos hojaldritos  de la alacena y ponerlo en el horno? Seguro que en un ratito nos da hambre...
Me hubiera gustado quedarme, pero entendía que Beatríz quisiera estar a solas con él para poder hablar con más intimidad.
Intenté inútilmente escuchar lo que decían desde la cocina. Hasta allí solo llegaba el rumor de sus voces. Era imposible descifrar nada.
La vieja tetera de Beatríz tardaba muchísimo, y eso que ya había echado el agua caliente del grifo. Estaba impaciente por reunirme con ellos. Nunca había asistido a ninguna de se sus sesiones. De hecho, no terminaba de creerme que fuera posible hipnotizar a alguien y, de serio, no sabía cómo funcionaría.
Cuando por fin aquel trasto pitó, programe el horno para que se apagara automáticamente y me dirigí con torpeza de vuelta al salón.
Los dos seguían sentados donde los dejé, aunque a Oliver se le notaba mucho más cómodo. Acerqué el agua hasta la mesa baja y me senté de nuevo junto a mi tía.
—Ahora quiero que pienses en algo bonito de cuando eras niño, en algo que te haga sentir bien, feliz, tranquilo.
Oliver se tomó un momento, respiró hondo, y comenzó a hablar:
—Hace sol, pero el aire es frío. No me importa. Me gusta sentir el viento en la cara. Creo que... estoy en un parque.
Él hablaba con normalidad, pero me di cuenta de que había algo raro. Parecía estar allí, con nosotros, bebiendo su té, pero a la vez muy lejos.
—Mi madre está sentada muy cerca. El sol se refleja en su pelo rubio y salen como destellos de luz. Está leyendo. Es un libro rojo con dos serpientes enroscadas de color dorado en la tapa. Me mira y sonríe. Hace un gesto para que me acerque. Me toma las manos. Mis manos son mucho mas pequeñas que las suyas. Las suyas son blancas  y están muy frías. Mis manos son muy negras. No me gustan. Ella se las lleva a la boca y las besa. Me dicen que son oscuras porque están hechas de fuego y por eso siempre las tengo calientes, que las suyas son manos de nieve y están siempre heladas. Ahora sé que tengo suerte de tener las manos morenas. Me da pena que las suyas no lo sean. Ella dice que el fuego gana siempre a la nueva, que consigue derretirla y que, si no le suelto las manos, terminaran estando tan calientes como las mías. Me abraza y un de su nariz en mi cuello. Le encanta cómo huelo y a mí cómo huele ella.
Debía ser un recuerdo muy bonito para él, porque una sonrisa le iluminaba la cara. Me pregunto qué me habría venido a la mente si yo hubiera estado en su lugar.
—Vamos a retroceder un poco menos, Oliver. Ahora quiero que pienses en algo bueno ya de mayor.
—Es domingo —continuó después de pensar un buen rato—. Es el día de las visitas, pero no espero a nadie. La única persona que suele venir a verme es mi tío Rubén y este fin de semana no puede. Oigo mi nombre por megafonía y me acerco a recepción. Me cuesta llegar. Aún no puedo andar bien del todo y me duelen las piernas. No sé por qué me han llamado y me angustia un poco. Espero que no sea nada malo. Todo está yendo mejor. No quiero volver a lo de antes. Cuando por fin llego, veo a Morgan. Está muy guapa. Me abraza. Por fin esta vez la han dejado entrar. Me duelen las heridas del pecho, pero no me importa. No quiero que deje de abrazarme. Está llorando. La abrazo más fuerte. Me siento feliz de tenerla allí.
No había duda de que Morgan era muy importante en su vida, aunque no reconociera que fuera su novia. Era muy triste que las únicas visitas que tuviera en el reformatorio, psiquiátrico o donde quiera que estuviera fueran las de ella y su tío.
—Muy bien, Oliver. Ahora quiero que te fijes en esta raya del suelo —dijo Beatríz señalando una línea blanca que parecía pegada al parquet con cinta aislante—. El principio ed el recuerdo que tienes con tu madre, este punto intermedio es el recuerdo de Morgan y el final de la línea es el momento actual. Quiero que vallas hasta el instante en que todo ocurrió.
Oliver se levantó dócilmente y avanzó varios pasos por aquella línea blanca. Se situó en un punto intermedio entre el recuerdo de su madre y el de Morgan.
—Es verano —continuó mi tía—. Es el 3 de agosto. Estás en casa. Aun no ha ocurrido nada, faltan unas horas. Cuéntame qué ves.
¡Tres de agosto! Ese mismo día yo estaba sentada en un avión dirigiendome a Estado Unidos. ¡Ya hacía más de dos años  de aquello! Me fui triste por dejarlo todo y feliz porque pensaba que, a mi regreso, podría continuar mi vida igual que la dejé. ¡Qué distintas habían sido al final las cosas! Por mucho que fingiéramos y evitáramos hablar del pasado, era evidente que todo había cambiado con Álvaro y Laura. Qué casualidad que, el mismo día que la vida de Oliver iba a cambiar para siempre, lo fuese a hacer también la mía, aunque de un modo en absoluto comparable.
—Hace mucho calor y no me encuentro bien. Estoy empapado en sudor. Tengo la sensación de que algo va mal. No sé qué puede ser. Me doy una ducha, pero enseguida vuelvo a sudar. Estoy mareado. Me rumbo en el suelo del baño. Está frío. Creo... creo que me duermo.
Su frente se crispó y empezó a respirar más rápido.
—Me despierto. No sé cuanto tiempo ha pasado. Es de noche y no hay luz. Tengo los ojos abiertos, pero no puedo ver nada. Tengo tanto calor que me arde la piel. No puedo respirar. Los ojos me escuecen. El humo... Hay humo por todas partes. Intento aguantar la respiración, pero no puedo, me entra en los pulmones. Tengo que salir, tengo que salir como sea. No sé donde está la puerta, estoy completamente desorientado. No puedo ver nada. Está oscuro y no encuentro la los luz. Siento mucho miedo. Me arrastro hasta la pared. Busco la puerta con las manos. La tos me quita las fuerzas. El pecho me va a estallar. Consigo incorporarme para llegar al pomo, pero no se abre. Intento tirar... No tengo fuerzas. Busco con la mano algo con lo que cubrir la rendija de la puerta. No veo nada. Al tacto cojo una toalla para taparla. No sirve y no deja de entrar humo. Me ahogo... Voy a morir... voy a morir solo y tengo mucho miedo.
Era tan angustioso que las lágrimas se me agolparon en los ojos. Mi tía me cogió de las manos sin mirarme. ¿Cómo podría escuchar sucesos tan terribles sin que le afectara?
—No te mueres, Oliver, y no estás solo. Estás aquí, con Alex y conmigo. Dime, ¿por qué no puedes abrir la puerta?
—No lo sé...
—¿Puedes ver si el cerrojo está echado?
—Creo que no. Nunca lo echo en ese baño. Sólo lo uso yo. Pero no llego a verlo, hay mucho humo.
—¿A qué huele, Oliver?
—No lo sé... Es algo asqueroso, como plástico quemado.
—¿Qué oyes?
—Oigo una especie de zumbido y un chisporroteo. Son lo cables de la luz, que se están quemando. Al otro lado de la puerta lo oigo que los cristales estallan y el ruido de los muebles al desplomarse sobre el suelo. Pienso en el gas, va a reventar la caldera. Afuera oigo un coche que arranca y a lo lejos, una sirena. Tienen que darse prisa, no puedo aguantar más.
Tenía la respiración tan agitada que me preocupé. Debía de ser horrible revivir todo aquello. ¿Y si no pudiera soportarlo?
Tal vez Beatríz estuviera pensando lo mismo, porque le dio la mano que le quedaba libre. Oliver la miró un momento, aunque con los ojos ausentes. Pareció relajarse un poco al contacto con mi tía.
—Tengo que salir, pero no puedo andar. Me quedo tumbado. Intento tomar aire. Ya sólo respiro humo. Quiero que termine de una vez, no aguanto más la opresión en el pecho... Creo que estoy perdiendo la conciencia. Veo a mi abuela. Oigo la voz de mi madre y la canción que solía cantarme cuando era pequeño. Abro los ojos para ver si están allí y me parece entrever un reflejo. Hay un brillo, como una luz. Me arrastro como puedo. Es la cristalera del baño. Se esta agrietando por el calor. Es mi única oportunidad. Ese baño no tiene ventana, sólo ese cristal. Intento levantarme. Tengo que hacerlo como sea...
De repente, guardó silencio. Tenía los músculos en tensión y se le marcaban las venas de los brazos y la frente. Mi tía apretaba fuerte la mano de él y yo, la suya.
—Estoy en el aire. He atravesado en cristal. Me duele la cara, los brazo, el pecho. Creo que estoy lleno de cortes. Enseguida, me doy cuenta de mi error. He saltado desde el piso de arriba y hay muchos metros de altura. Me voy a matar. Cierro los ojos. No quiero ver cómo me precipito contra el suelo... —su nuez se movía arriba y abajo tal tragar saliva—. El dolor al chocar es brutal. Siento como si todos mis huesos se hubieran roto dentro de mi cuerpo y me cerebro estallara contra el cráneo. No me importa. Puedo aguantarlo, sé que todo va a acabe muy pronto. Estoy tranquilo. Una inmensa oscuridad me ciega. Dejo de sentir el calor que llega desde la casa y el suelo bajo mi cuerpo, que ahora me resulta ajeno. Creo que ni siquiera respiro. Oigo las sirenas, pero cada a vez más lejos. Espero pacientemente a que todo termine... No me duele nada... Siento paz y como si me sumergiera en un liquido tibio. Es agradable. Ya no siento nada.
Supongo que dio por concluida su exposición, porque volvió a sentarse en el sofá y dio un sorbo de su té. Su cara ya no estaba crispada, pero tenia los ojos vidriosos.
—¿Cómo te encuentras ahora, Oliver?
—Estoy bien —su voz volvía a ser tranquila, al igual que su expresión.
—¿Quieres que todo lo que has visto hoy se quede fijado en su mente?
—Sí —respondió.
—Así será, entonces. ¿Hay algo más que te gustaría recordar? ¿Crees que has dado respuesta a todas tus preguntas?
—Yo... no lo sé...
—Normalmente lleva varias sesiones conseguir los resultados que uno pretende. Oliver, ahora quiero que escuches los sonidos de tu alrededor. Ha dejado de llover. Escucha el sonido que llega de fuera: el viento, los coches, el perro que ladra... Mira la vela... La llama ya no se mueve con tu respiración. Toma aire y sopla para apagarla.
Oliver hizo lo que le indicaba. Beatríz se puso en pie y se dirigió al equipo de música para cambiar el disco.
—Voy a traer los hojaldritos —dijo tras subir el volumen—. No sé a ustedes, pero a mí estas canciones me dan mucha hambre.
—¿No tienes que despertarlo ni nada así? —susurré —. ¿No hay que contar hasta tres, dar una palmada o hacer algo?
—Acabo de hacerlo.
La sonrisa de Beatríz me desconcertó. Miré a Oliver asombrada. Sus ojos ta no estaban ausentes. Lo lo demás, todo era normal, pero en ningún momento había dejado de serlo. Si yo hubiera tenido que contar mi accidente, también lo habría pasado mal, aun sin estar hipnotizada. Vamos, que seguía sin tener claro si aquello funcionaba de verdad.
—Necesitaría ir al baño un momento —dijo Oliver poniéndose en pie. Parecía algo aturdido.
—En la puerta del fondo del pasillo —le indiqué.
Beatríz vino de la cocina con los hojaldritos aún humeantes. Olía a las mil maravillas.
—No se te ocurra cogerlos, que abrasan —me advirtió sentándose junto a mí —. ¡Pobre chico! Me alegra mucho que lo invitaras a venir.
—No sé si habrá sido bueno para él. ¿Crees que le viene bien acordarse de todo eso?
—Si no recuerdas un hecho, no puedes enfrentarte a él. Es el primer paso para seguir adelante —respondió mientras se servía una nueva taza de té —. De todos modos, esto es sólo el principio. Aún le queda un largo camino.
—¿A qué te refieres? —soplé uno de los bollitos. Por mucho que quemara, no podía resistirme, se me estaba haciendo la boca agua.
—Es evidente que está bloqueado en muchos aspectos. La energía no fluye por él y, cuando se estanca, nunca se sabe por dónde va a terminar saliendo. Sin duda, tú le vienes bien, aunque también percibo ciertos puntos oscuros.
—¡Tú y tus teorías! ¿Qué puntos oscuros voy a tener yo? Todo va bien.
—Aún tienes que asimilar lo del accidente y la pierna. Y luego está lo de este chico...
—¿Es que de este chico?
—Pues ese continuó esfuerzo tuyo por negar tus sentimientos. Es inútil. Están conectados. ¿Por qué no dejas de luchar contra eso? Podrías enfocarlo en algo más provechoso.
—Pero ¿qué estas diciendo?
—Lo que oyes, Alex. Es evidente que sientes una gran atracción hacia él.
—¡Para nada! Y baja la voz, no te vaya a oír.
Era lo que me faltaba, que encima él escuchara las absurdas teorías de mi tía.
—Pero si él ya lo sabe.
—¿¡Él que sabe!?
—Pues que te gusta.
—¡¡Que no me gusta!!
—Es una tontería que lo niegues. No hay más que fijarse en tu lenguaje corporal: la forma en que lo miras, cómo le hablas... Tal vez él ni lo perciba de una manera consiente, pero su yo interno está completamente informado. Mantienen una perfecta comunicación infrasensorial. Nunca había estado ante dos almas gemelas. ¡Es fascinante!
—¿Almas gemelas? ¡Tú no sabes lo que dices! ¡Si es bipolar! Unas veces es muy amable, otras se pone en plan vacilón y otras ni siquiera habla. Además, yo sigo enamorada de...
¡Mierda! Ya me había idea de la lengua otra vez.
—¡De nadie! Que no me gusta y punto. Además, si ves tan claro eso de la comunicación, ¿qué crees que piensa él?
—¡Mmmm! Es complicado. Como te digo, la energía no fluye oír él. Tiene los sentimientos muy bloqueados. La gente así ha de pasar un largo proceso para abrir sus chacras. Espero que no te haga sufrir mucho en el camino, mi niña.
—¡Te digo que no...!
Oí que la puerta del baño se abría y me calle. Mejor evitar la más mínima oportunidad de que escuchara las descabelladas ideas de Beatríz.

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